Redacción (Martes, 09-04-2013, Gaudium Press) Se cuenta que, en la antigua Roma, eran fabricados, entre otros muchos objetos, recipientes de arcilla que, después de su confección, eran puestos en el horno, con la finalidad de que se secaran más rápidamente. Entretanto, algunos alfareros distraídos, dejando los recipientes en el horno más tiempo que lo necesario, los resquebrajaban.
Para no perder sus recipientes dañados, los «astutos» comerciantes pasaban cera encima de ellos, ocultando, así, las grietas. Los vasos eran vendidos con éxito, sin embargo las personas que los compraban percibieron en poco tiempo que, al colocar en el horno, la cera se derretía y los vasos fácilmente se rompían. En fin, la población percibió que estaba siendo engañada y, por eso, cuando compraban vasos nuevos, los pedían sin cera. A partir de entonces, se originó la palabra sincera, que significa verdadero, auténtico y puro.
Tomemos de este hecho una lección: seamos «sin cera»; que nuestras acciones y pensamientos siempre reflejen con fidelidad lo que tenemos en el corazón.
Por María Clara Cheesman Urioste
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