Roma (Viernes, 12-04-2013, Gaudium Press) Contigua al Vaticano, sobre la vía de la Conciliazione, que da acceso a la Plaza de San Pedro, se encuentra la Parroquia de Santa María en la Traspontina, iglesia encomendada a la Orden del Carmelo, que fue terminada de construir en el año 1637, en remplazo de otra que se situaba en las fosas del hoy famoso Castillo de San Ángel.
Al interior de ella, en una pequeña capilla que se ubica en el costado derecho del templo, se conserva una bellísima imagen de Nuestra Señora, tal vez una de las más bellas representaciones de la Virgen María que se encentran en la Ciudad Eterna, que es de gran veneración por fieles romanos, así como por los peregrinos que van de paso hacia la Plaza de San Pedro.
Se trata de Nuestra Señora del Carmen de la Traspontina, patrona de la antigua iglesia romana y custodia del Santo Escapulario, signo de devoción y protección mariana ampliamente difundido por los Caremalitas.
La imagen, quien sostiene con su mano izquierda al Divino Infante y porta el Santo Escapulario, fue bendecida y coronada por el hoy Beato Juan Pablo II el 12 de septiembre de 2001, con ocasión del Año Mariano Carmelita, evento que fue convocado por el 750o aniversario de la entrega del Escapulario del Carmen.
Nuestra Señora del Carmen de la Traspontina fue coronada por Juan Pablo II el 12 de septiembre de 2001. |
La Madre de Dios y la devoción al Escapulario
Precisamente el Beato Papa en una carta que dirigió el 25 de marzo de 2001 a los carmelitas con ocasión del Año Mariano de la Orden, se refirió a la fuerte relación que existe entre la Madre de Dios y el Escapulario carmelitano.
Compartimos a continuación, parte de su mensaje:
«En el signo del Escapulario se evidencia una síntesis eficaz de la espiritualidad mariana, que alimenta la devoción de los creyentes, haciéndoles sensibles a la presencia amorosa de la Virgen Madre en sus vidas. El Escapulario es esencialmente un «hábito». Quien lo recibe viene agregado o asociado en un grado más o menos íntimo a la Orden del Carmelo, dedicada al servicio de la Virgen para el bien de toda la Iglesia (…) Quien viste el Escapulario viene por tanto introducido en la tierra del Carmelo, para que ‘coma de sus frutos y bienenes’, y experimenta la presencia dulce y materna de María, en el compromiso cotidiano de revestirse interiormente de Jesucristo y de manifestarlo vivo en sí para el bien de la Iglesia y de toda la humanidad (…) Dos, por tanto, son las verdades evocadas en el signo del Escapulario: por una parte, la protección continua de la Virgen Santísima, no sólo a lo largo del camino de la vida, sino también en el momento del tránsito hacia la plenitud de la gloria eterna; por otra, la conciencia de que la devoción hacia Ella no puede limitarse a oraciones y obsequios en su honor en algunas circunstancias, sino que debe constituir un «hábito», es decir una actitud permanente de la propia conducta cristiana, entretejida de oración y de vida interior, mediante la frecuente práctica de los Sacramentos y el concreto ejercicio de las obras de misericordia espiritual y corporal. De este modo el Escapulario se convierte en signo de «alianza» y de comunión recíproca entre María y los fieles: de hecho, traduce de manera concreta la entrega que Jesús, desde la cruz, hizo a Juan, y en él a todos nosotros, de su Madre, y la entrega del apóstol predilecto y de nosotros a Ella, constituida como nuestra Madre espiritual».
Gaudium Press / Sonia Trujillo
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