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Amor: Fruto de la Caridad

Redacción (Jueves, 18-04-2013, Gaudium Press) Todo ser busca, con ahínco, el bien y de este encuentro deriva la alegría. Pero, ¿cuál bien puede traernos alegría al punto de saciar todo deseo y no dar margen a ningún tipo de decepción? Santo Tomás aclara que, mucho más allá de ser una simple pasión, la alegría es el fruto más arrebatador del amor a Dios, pues «el amor es el primer movimiento de la potencia apetitiva del cual resulta el deseo y la alegría. 1»

1.jpgSegún el P. Antonio Royo Marín, O.P. 2, para que un objeto sea la causa de alegría y felicidad perfecta para el hombre, él debe reunir en sí cuatro condiciones esenciales: ser el bien supremo que no compita con otro mayor; excluir toda y cualquier mezcla de mal; saciar por completo todas las aspiraciones del corazón humano; y, por último, ser estable, o sea, que una vez obtenido no pueda ser perdido. Según este moralista, tales requisitos no son cumplidos por ninguno de los seres creados, sean ellos dinero, fama, gloria, belleza, etc.; esa tesis es confirmada taxativamente por la Santa Madre Iglesia (CCE 1723): «la verdadera alegría no está en las riquezas o en el bienestar, ni en la gloria humana o en el poder, ni en cualquier obra humana por más útil que sea, como las ciencias, la técnica y las artes, ni en otra criatura cualquier, mas apenas en Dios, fuente de todo el bien y de todo amor».

El P. Royo Marín da las razones: las riquezas, por ejemplo, además de fomentar progresivamente el deseo de más fortunas, no excluyen ciertos infortunios como enfermedades y muertes, y pueden ser perdidas por cualquier eventualidad. Similarmente, las honras, la fama y el poder son inestables, pues cesan después de la muerte. ¿Quién, por ejemplo, recuerda hoy a las personalidades que llenaron los diarios de hace un siglo? Además, salud, belleza, fuerza, en fin, de entre todos los bienes corpóreos, ninguno de ellos son bienes supremos, pues el cuerpo es la parte inferior del hombre, más allá de que también acaban con la muerte. En este sentido, Monseñor João Scognamiglio Clá Dias EP, fundador de los Heraldos del Evangelio, da un interesante testimonio:

Yo conocí personas riquísimas en mi vida. Viajando de allá para acá, conocí reyes de petróleo, conocí magnates de grandes fortunas: deprimidos, llenos de tics nerviosos, […] porque en cualquier momento podía ser que ocurriera esto, ocurriera aquello, que perdiese esto, perdiese aquello. Ellos no se daban cuenta que perderían todo a la hora de la muerte, porque […] pasarían a la eternidad sin llevar nada. 3

Tampoco la ciencia llena las condiciones necesarias para ser la razón de la alegría humana, pues esta puede ser perdida por las enfermedades mentales, además de no saciar al hombre, a punto del propio Sócrates afirmar: «Solo sé que nada sé».
Por último, el P. Royo Marín osa decir que ni siquiera en la virtud – en el sentido estricto de la palabra – puede consistir el gozo perfecto, puesto que no puede ser completa en esta Tierra, ni es estable ya que se puede perder por el ímpetu de las pasiones.

Definitivamente: el único que puede hacernos felices es Dios. Es como aconseja Tomás Kempis en su obra «Imitación de Cristo»: «Tened por vana toda consolación que venga de la criatura. El alma que ama a Dios desprecia todo abajo de Dios. Solo Dios, eterno e inmenso, llena todo, Consolación del alma y verdadera Alegría del corazón 4».

Y realza L. Desiato que «no sirve de nada buscarla [la felicidad] dando una vuelta por el mundo, ella está dentro de nosotros, en la sonrisa de una Presencia» 5; y es, también, lo que reconoce el Obispo de Hipona: «cuando busco a Vosotros, Dios, busco la vida bienaventurada 6».

Cuando nosotros colocamos un amor meramente humano, cuando nosotros colocamos la esperanza meramente humana, cuando nos aferramos a cualquier cosa puramente natural, ahí viene la decepción. ¿Por qué? Porque cuando nosotros entregamos nuestro corazón, nosotros estamos a la búsqueda de un infinito, de un Ser absoluto, de Dios. Y muchas veces nosotros, por equivocación, acabamos colocando nuestra esperanza en algo que no es Dios, y eso no nos trae el saciar de este anhelo que yo llevo dentro de mi alma, que es el anhelo de Dios. El único ser que apaga este fuego, este anhelo de felicidad que es de felicidad infinita – yo quiero esta felicidad infinita porque yo fui creado para ella -, el único ser [que la sacia] es Dios, es Nuestro Señor Jesucristo, es la Religión, es tener la gracia de Dios. 7

Para ver cómo la alegría verdadera solo se encuentra en el ámbito sobrenatural, tomemos la figura de Napoleón Bonaparte.
[Él fue] un hombre que hizo una carrera brillante, escaló inmediatamente, en poco tiempo, el puesto de emperador de Europa. Era adorado por todos, aplaudido por todos… […] él tuvo una vida de triunfos magníficos. Pues bien, Napoleón Bonaparte cuando preguntaron a él cuál fue el día más alegre, más feliz de la vida de él, él dijo que fue el día de la Primera Comunión. 8

«Lo que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él» (I Jn 4, 16)

Entretanto, la alegría es producida por la obtención de un bien presente, pues, de otro modo, sería apenas un deseo; y el Catecismo de la Iglesia Católica (CCE 1718) afirma que este, por así decir «instinto natural», Dios lo puso en el alma humana a fin de atraernos a Él. Pero, siendo Dios infinito, ¿cómo podría el hombre obtener a Dios? Esta respuesta, la da, de forma magistral, el Doctor Angélico:

[La caridad] produce en el hombre la perfecta alegría. Con efecto, nadie tiene verdadero gaudio si no vive en la caridad. Porque cualquiera que desee algo, no goza ni se alegra ni descansa mientras no lo obtiene. Y en las cosas temporales ocurre que se apetece lo que no se tiene, y lo que se posee se desprecia y produce tedio; pero no es así en las cosas espirituales. Al contrario, quien ama a Dios lo posee, y por eso el ánimo de quien lo ama y lo desea en Él descansa. 9

Por tanto, solo la caridad nos da la posibilidad de poseer a Dios, pues como afirma San Juan: «Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (I Jn 4, 16). La caridad dilata nuestro corazón para que, ya en esta Tierra, podamos abarcar un poco más que nuestra capacidad humana conseguiría, la infinitud del Creador.

Agrega también Monseñor João Scognamiglio Clá Dias:

El modo de participar de Nuestro Señor Jesucristo y permanecer en Él y en la alegría de Él, es […] estar participando de aquello que Él es. ¿Qué Él es? Él es la Alegría. Escuchen como suena mal: «Dios es la depresión. Dios es el desánimo. Dios es la tristeza». Alguien dirá: «Usted es un loco. ¡Fuera de ahí!» Porque si hay algo que yo no puedo decir es eso. Pero yo puedo decir: «¡Dios es la Alegría!» Y Él, por tanto, quiere transferir a nosotros esa alegría. ¿Cómo recibimos esa alegría? Es permaneciendo en el amor de Él, es permaneciendo en Él, es obedeciendo a las leyes morales que Él puso.10

Ahora, Dios es amor y es alegría; luego, para tener alegría es preciso tener amor a Él.

Por Mariana Iecker Xavier Quimas de Oliveira

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1 SÃO TOMÁS DE AQUINO. S. Th. II-II, q. 28, a. 4.

2 ROYO MARÍN, Antonio. Teología Moral para seglares. Madrid: BAC, 1961, v. I, p. 26.

3 CLÁ DIAS, Joã o Scognamiglio. Homilia do III domingo do Advento. Caieiras, 13 dez. 2009. (Arquivo IFTE).

4 KEMPIS, Tomás de. Imitação de Cristo. L. II, c. 5: «Totum vanum existima, quidquid consolationis occurrit de aliqua creatura. Amans Deum anima, sub Deo despicit universa. Solus Deus æternus et immensus, implens omnia, solatium animæ et vera cordis lætitia» (Tradução da autora).

5 DESIATO, L. Storia dell’eremo. Turim: [s. n.], 1990, p. 72: «Non serve cercala in giro per il mondo, essa è dentro di noi, nel sorriso di una Presenza» (Tradução da autora). Esta afirmação é fundamentada por Leão XIII: Deus se encontra presente em todas as coisas e está nelas: por potência, enquanto estão sujeitas ao seu poder; por presença, enquanto todas estão descobertas e patentes aos seus olhos; por essência, porque se encontra em todas como causa de seu ser (S. Th. I, q. 8, a. 3). Mas na criatura racional, Deus se encontra de outra maneira; ou seja, enquanto é conhecido e amado, uma vez que é próprio da natureza amar o bem, desejá-lo e buscá-lo. Finalmente, Deus, por meio da sua graça, está na alma do justo de uma forma mais íntima e inefável, como em seu templo; e disso se segue aquele amor mútuo pelo qual a alma está intimamente presente em Deus, e está nele mais do que pode suceder entre os amigos mais queridos, goza dele com a mais regalada doçura. LEÃO XIII, Encícica Divinum illud manus, n. 10: «Dios se halla presente a todas las cosas y que está en ellas: por potencia, en cuanto se hallan sujetas a su potestad; por presencia, en cuanto todas están abiertas y patentes a sus ojos; por esencia, porque en todas se halla como causa de su ser (S. Th. I, q.8, a.3.). Mas en la criatura racional se encuentra Dios ya de otra manera; esto es, en cuanto es conocido y amado, ya que según naturaleza es amar el bien, desearlo y buscarlo. Finalmente, Dios, por medio de su gracia, está en el alma del justo en forma más íntima e inefable, como en su templo; y de ello se sigue aquel mutuo amor por el que el alma está íntimamente presente a Dios, y está en él más de lo que pueda suceder entre los amigos más queridos, y goza de él con la más regalada dulzura» (Tradução da autora).

6 SANTO AGOSTINHO. Confessionum L.X, c. 20, n. 26: ML 32, 791: «Cum enim te Deum quæro, vitam beatam quæro» (Tradução da autora).

7 CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Homilia do III domingo do Advento. Caieiras, 14 dez. 2008. (Arquivo IFTE).
Id. Homilia do III domingo do Advento. Caieiras, 13 dez. 2009. (Arquivo IFTE).

8 ANDRIA, Pedro de. Los mandamientos comentados por Santo Tomas de Aquino. 2. ed. Mexico: Tradición, 1981, p. 12: «[La caridad] produce en el hombre la perfecta alegría. En efecto, nadie posee en verdad el gozo si no vive en la caridad. Porque cualquiera que desea algo, no goza ni se alegra ni descansa mientras no lo obtenga. Y en las cosas temporales ocurre que se apetece lo que no se tiene, y lo que se posee se desprecia y produce tedio; pero no es así en las cosas espirituales. Por el contrario, quien ama a Dios lo posee, y por lo mismo el ánimo de quien lo ama y lo desea en El descansa» (Tradução da autora).

9 CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Homilia da quinta-feira da IV semana do Tempo Pascal. Caieiras, 6 maio 2010. (Arquivo IFTE).

 

 

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