Bogotá (Lunes, 29-04-2013, Gaudium Press) Para muchos, las cumbres alcanzadas por San Luis María Grignion de Montfort en la teología y espiritualidad marianas son insuperadas. Sabemos -entre otros datos- del grandísimo aprecio que el Beato Juan Pablo II tenía por su vida y obra.
Y no es para menos. Se destaca particularmente de su legado un modelo de consagración a la Santísima Virgen que es segurísimo y sumamente eficaz.
Propone el Santo una consagración (Dedicación u ofrecimiento a Dios por culto o voto una persona o cosa) total a Nuestra Señora, que él mismo sustenta como excelente, básicamente en su Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen y en El Secreto de María.
Esa consagración «nos hace, sin reserva, dar a Jesús y a María todos nuestros pensamientos, palabras, acciones y sufrimientos y todos los momentos de nuestra vida. De modo que ya velemos, ya durmamos; ora bebamos, ora comamos; bien realicemos las más grandes acciones, bien hagamos las más pequeñas, siempre podremos decir con verdad que lo que hacemos, aun cuando no pensemos en ello, es siempre de Jesús y de María en virtud de nuestro ofrecimiento, a menos que nos hayamos expresamente retractado. ¡Qué consuelo!»
Es, por tanto, un entregar absoluto y total de nuestras personas a la Virgen, de todo lo que somos y tenemos, en el pasado, presente y futuro, para que Ella haga uso a su buen entender. Esta entrega incluye así, el fruto más preciado que tiene el hombre como son los méritos de sus buenas obras, con lo que depositamos ese valioso tesoro en el «banco» más seguro que existe, el seno purísimo de la Inmaculada Concepción, donde el demonio no lo puede sustraer: «Como la Santísima Virgen, a quien cedemos el valor y el mérito de nuestras buenas obras, conoce perfectísimamente dónde está la mayor gloria de Dios y no hace otra cosa más que procurarla, el perfecto siervo de esta Señora, que totalmente se ha consagrado a ella, según ya hemos dicho, puede decir sin temor que el valor de todas sus acciones, pensamientos y palabras se emplea en la mayor gloria de Dios, a menos que revoque expresamente su ofrenda», nos dice el Santo mariano. Ella aplicará los réditos de los tesoros en su poder de la mejor manera, incluso también en la salvación de nuestras propias almas, de tal forma que dándole a ella, al final somos los más beneficiados.
Ese acto de consagración «se hace de una vez para siempre», según explica el P. Royo Marín comentado al Santo de Montfort (Teología y espiritualidad marianas, BAC, 1968), aunque claramente es conveniente renovarlo con frecuencia, entre otras cosas para hacer presente nuestra intencionalidad de tener a María por dueña y señora de nuestras vidas.
Esta consagración nos hace vaciarnos en el «molde» de María: «He dicho, además, que esta devoción consiste en hacer todas las cosas con María, en maría, por María y para María», afirma San Luis en El Secreto de María.
Es -según explica Royo en la obra citada- un Obrar con María «es decir, tomar a la Virgen Santísima por modelo acabado en todo lo que se ha de hacer»; un Obrar en María, pues «hay que irse acostumbrando a recogerse dentro de sí mismo para formar un pequeño esbozo o retrato espiritual de la Santísima Virgen»; un Obrar por María, lo que significa acudir a Jesucristo pero a través de la Santísima Virgen, según el ‘ejemplo’ divino, que nos mandó a su Hijo, pero por intermedio de la Virgen; y un Obrar para María, pues «hay que hacer todas las acciones para María», sabiendo que ella solo procura la gloria de Dios.
Realmente lo que propone el Santo francés, es introducirnos de forma progresiva en el Corazón Inmaculado de María. Y a Jesús por María.
Por Saúl Castiblanco
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