Redacción (Martes, 07-05-2013, Gaudium Press) Hace unos días me encontré con un problema difícil de responder. Era algo tan sencillo pero que me enredó la cabeza por varias horas de pensamiento suelto.
Domingo es un día que de por sí es muy tranquilo, el periodo de descanso. Fuera de un religioso o un sacerdote, para los cuales es el día de más actividad pues es la jornada en que más se sacrifican por el bien de las almas, para un fiel es un día sosegado.
En uno de esos domingos calmos y soleados, después de escuchar Misa por la mañana fui a pasear a un parque en las afueras de la ciudad.
Sentado me fijaba en la naturaleza que Dios creó, y mis ojos cayeron sobre una hoja en el suelo que se movía… Las hojas no se mueven -pensé- y analizando la hoja vi que por debajo de ella había una diminuta hormiga, que con una fuerza extraordinaria llevaba sobre sí ese objeto 10 veces mayor que él. Era una hormiga roja, muy pequeña, de una especie rara para mí pues no era como las que solía ver en la ciudad. Y no era una sola, pues hasta ese momento no me había dado cuenta de que era una fila interminable de ellas que iban y venían a lo largo de mi campo visual. Como es obvio en un extremo estaría el hormiguero, fin último del «paseo» y el otro extremo era un árbol del cual estaban extrayendo los pedazos de hojas.
Al principio mi curiosidad cayó sobre el tipo de hormiga que nunca antes había visto, si bien que son cosas a las que no se dan mucha importancia, pues es un ser tan insignificante que la mayoría de las veces pasa desapercibido, pero luego quedé admirado con la capacidad de organización y orden de estos insectos. Parecían un escuadrón bien ordenado de trabajadores. Luego me vino la cabeza como son incontables. Estas son unas de las mil y mil millones de hormigas que existen en el mundo, de las que existieron y que existirán. Me saltó la duda ¿para que Dios creó tantas hormigas? En la catequesis me enseñaron que Dios se manifiesta a través de la Creación, pero ¿con qué fin creó tantos animales muchos de los cuales jamás el hombre los podrá conocer? Imagine un Tucán nacido en el interior del Amazonas, en zonas en donde el hombre jamás llegó y que morirá sin ser conocido por él ¿qué fin tiene? ¿Será que Dios me quiere dar una lección?
Pensando en estos problemas, en cierto momento como si fuese un «flash» fotográfico se iluminó mi mente con el siguiente pensamiento.
Todas las cosas expresan de algún modo la infinita perfección de Dios. Cada ser que existe es un mensaje de Dios que me dice: «Hijo mío, a través de las hormigas reflejo el orden y la laboriosidad que existe en mí en un grado infinitamente superior. La belleza de todos los tucanes, la delicadeza de todos los colibrís, la fuerza de todos los leones que existieron, existen y existirán me reflejan a Mí. Y sumando todas esas cualidades que existirán a lo largo de toda la historia no son sino una pálida idea de lo que Yo soy realmente, y de lo que verás en el convivio eterno conmigo en el cielo».
En ese instante me cayó a la cabeza el recuerdo del Evangelio leído ese mismo día en el cual Nuestro Señor Jesucristo decía «¡Jerusalén, Jerusalén ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollitos bajo las alas, y no habéis querido! (Cf. Mt.23, 37) y entendí mejor como Dios quiere manifestarnos su grandeza, su bondad y cariño y que solo de nuestra parte falta querer, observando con ojos sobrenaturales la riqueza de la creación que colocó a nuestro alrededor.
Por Hugo Ochipinti
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