Una vez me contaba un colega que le fastidiaba mucho la figura de los santos. Decía que eran como ángeles, carentes de sufrimiento, seres perfectos y ejemplos difíciles de alcanzar. Los veía lejanos en épocas, culturas y con dotes extraordinarios de cuya veracidad dudaba.
Este domingo será canonizada la Madre Laura Montoya. Con su testimonio nos derrumba la tesis que acabo de presentar.
La vida de esta sencilla mujer, nacida en Jericó en 1874 no fue fácil. Con sólo dos años de edad, perdió a su padre.
La soledad, el abandono y la inestabilidad la acompañaron en su infancia y adolescencia.
En su extensa autobiografía cuenta las tentaciones de sus primeros años, de vivir sumida en el resentimiento y la terquedad que muchas veces la hicieron encerrarse en sí misma.
Aunque recibió una educación católica, Laura confiesa que la fe le era indiferente, que rezaba e iba a misa más por tener contenta a su madre Dolores.
Fue un día, viendo a unas hormiguitas trabajando, que Laura experimentó profundamente la presencia de Dios, su creador, y así comenzó a adherirse a las verdades de fe.
Años más tarde ingresó a estudiar educación. La desplegaba el ejercicio de la docencia y comenzó a sentir el llamado de consagrarse enteramente a Dios.
A la vez crecía en ella una enorme sensibilidad por los indígenas en Antioquia, abandonados en las zonas más inhóspitas. Después de orar y consultar, Laura reunió a un grupo de señoritas para ir como maestras a Dabeiba en 1914.
Pensemos en lo que implicaba seguir semejante odisea hace cien años. Se topó con críticas tanto dentro como fuera de la misma Iglesia.
Pero ellas tenían como consigna: «Antes muertas que vueltas». Las tildaron de liberales, rebeldes, a Laura de intransigente y vanidosa. Pero estos hechos, aunque le punzaban el corazón, no le impidieron seguir adelante con su obra.
Muchos de quienes la juzgaron luego le pidieron perdón.
La vida de Laura no estuvo solo volcada a la actividad. Era una mujer reflexiva y de mucha oración. Nos dejó como herencia una rica producción intelectual y espiritual en sus libros que hoy podemos degustar.
¿Qué tuvo Laura Montoya que hoy la convierte en la primera santa colombiana? Ella siguió paso a paso los dictámenes de su corazón y fue capaz de traducirlos en la magna acción de fundar las Hermanas Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena, más conocidas como las Lauritas, hoy presentes en 21 países.
Como colombiana y como católica me siento orgullosa de esta mujer quien no se dejó abatir por las tribulaciones sino que con entereza llevó a cabo esa encrucijada de consumir su vida dando gloria a Dios por medio del servicio hacia los más olvidados.
Por eso, hoy la Iglesia pone a la Madre Laura como modelo universal, por haber vivido sus virtudes en grado sumo y haberlas entregado a los demás.
Por Carmen Elena Villa Betancourt
(Publicado en El Colombiano – 7-V-2013)
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