Caieiras – San Pablo (Miércoles, 15-05-2013, Gaudium Press) Gran multitud que se reúne. ¿Qué será? ¿Un juego internacional? ¿Tal vez una presentación de músicas modernas? No. Entonces, ¿de qué se trata? ¿Cuál otro espectáculo es capaz de reunir tamaño contingente de personas? Intentemos adivinar, sin embargo, sin a nadie preguntar. Apenas analicemos la actitud de estas personas.
La felicidad que sienten no se exterioriza en una carcajada ni en un
grito histérico, pues ellos no buscan parecer felices delante de los
otros, ellos lo son de hecho.
La primera impresión que tenemos es de una tranquilidad, una calma, un silencio… Algo que no se encuentra en las ciudades de hoy en día. Alguien podría decir que están tristes, pero no es verdad, pues se nota una profunda alegría, están recogidos.
¿Dónde ellos están? ¿Qué hacen? ¿Cuál es el motivo de tanta alegría y recogimiento? Es tan simple que llega a ser casero: Ellos saludan a su Madre. No sin embargo a aquella madre que nos trajo a este mundo, sino a Aquella que nos trajo la Vida Eterna: la Santísima Virgen María.
¡13 de mayo de 2013! Solemne fiesta es realizada en la Basílica Nuestra Señora del Rosario, en Caieras, estado de San Pablo, Brasil.
Incontable número de personas participa de la solemne coronación de Nuestra Señora de Fátima y asiste a la Santa Misa en alabanza a la Inmaculada.
Agredidos por la realidad contemporánea, estos fieles vienen a buscar aliento y consuelo junto a su Madre a fin de tener fuerzas al enfrentar los sufrimientos en este valle de lágrimas, pues saben que Ella prometió: «¡Por último, mi Inmaculado Corazón triunfará!»
Caravanas provenidas del centro de la megalópolis de San Pablo, de otros estados brasileños y de otras naciones llenan la Basílica del Rosario, situada en la Sierra de la cantareira.
La diversidad de personas y de pueblos parece combinar bien con los armoniosos colores del recinto sagrado. El incienso que sube y es iluminado por las luces de los vitrales se asemeja a la oración de los fieles que sube, por intermedio de María, hasta las alturas, donde está Dios.
El intenso perfume de las flores, entretanto, no se compara a aquella agradable fragancia exhalada por las almas de los devotos de la Virgen. Todo, en fin, canta una alabanza interminable a la Señora de Fátima.
Uno de los peregrinos, arrebatado de encanto, exclamó al final de la ceremonia: «¡Ahora ya puedo morir!» Luego lo inquirieron sobre el motivo de tan elocuente afirmación, a lo que él respondió: «¡Después de haberme confesado, comulgado, rezado el rosario y estar aquí, ya puedo morir, pues no falta más nada!»
Una señora, notando que todos ya se iban retirando, no dudó en expresar su deseo: «La voluntad que tengo es de nunca más salir de aquí…»
De hecho, luego en la bendición final de la Misa, todos ya sentían ‘saudades’. Sin embargo, lo más importante es saber que Nuestra Señora nunca nos abandona, por más adversa que sea la situación en que nos encontremos. Ella nos acompaña del comienzo al final de esta vida, esperando encontrarse con nosotros en los umbrales de la eternidad, introduciéndonos en la corte de su Hijo.
Terminada la Misa, los fieles acudieron a los pies de la Imagen que fue coronada para despedirse. Todos pedían piadosamente una de las flores que tuviera la ventura de estar a los pies de la Virgen, sobre el anda. Entretanto, como era de preverse, en seguida estas se agotaron. Tocaban, entonces, Rosarios, fotos y objetos variados en la Imagen, pues querían llevar alguna cosa de recuerdo. Así, todos vuelven satisfechos a sus casas.
¡Cuán solemne fue la ceremonia, pero al mismo tiempo tan simple! ¡Qué júbilo y qué tranquilidad! ¡Qué curioso contraste!
¿Cómo se puede tener sentimientos tan opuestos en la apariencia? Es algo difícil de explicar. Solamente los hijos de Nuestra Señora pueden experimentar la suavidad y la dulzura que hay en honrarla y alabarla.
Esto no es ninguna recriminación a nadie. Se trata apenas de una invitación: ¡Venga!
Gaudium Press / Matheus Massaaki Niwa
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