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¡Espíritu Santo ven!

Río de Janeiro (Martes, 21-05-2013, Gaudium Press) A propósito de la celebración de Pentecostés, el Arzobispo Metropolitano de Río de Janeiro, Mons. Orani João Tempesta, escribió el artículo que transcribimos a seguir:

«Celebramos, en este domingo, la Solemnidad de Pentecostés, que ocurre este año después de la realización de grandes acontecimientos: las emociones de celebrar la Fiesta de Nuestra Señora de Fátima en el «altar del mundo», en Portugal, donde consagramos los jóvenes y la Jornada Mundial de la Juventud a la intercesión de Señora del Rosario y participamos de la consagración del pontificado del Papa Francisco, hecha por el patriarca de Lisboa.

También el Día Mundial de las Comunicaciones, celebrado el 12 de mayo, en la Ascensión del Señor, que tuvo como tema las redes sociales, nos sirve de cuadro de fondo para la fiesta que celebraremos este fin de semana. Pentecostés es el gran anuncio que la Iglesia hace al mundo de la salvación en Cristo Jesús, a través de personas transformadas en su interior y de comunidades unidas por esa misma acción.

El gran secreto de la Iglesia es la acción del Espíritu Santo

El gran secreto de la Iglesia es la acción del Espíritu Santo, que la conduce en el camino de conversión y la lleva adelante en su misión. Él nos hace saborear las cosas de lo alto y comprender las palabras de Jesús. Él conduce la Iglesia por los caminos de la misión evangelizadora a través de la historia.

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Tanto en las manifestaciones populares como en las profundizaciones teológicas es Él quien actúa en el corazón, la mente y la vida de las personas. Es un don del Padre prometido por Jesús. Solo espera nuestro corazón abierto para acogerlo y dejarnos conducir por sus inspiraciones. No tengamos miedo: abrámonos a la acción del Espíritu Santo. Él nos conducirá en una nueva evangelización.

En el Día de Pentecostés (al final de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se realiza en la efusión del Espíritu Santo, que es manifestado, dado y comunicado como Persona Divina: de su plenitud, Cristo, Señor, derrama en profusión el Espíritu. Ahora, esta plenitud del Espíritu no debía ser apenas la del Mesías; debía ser comunicada a todo el pueblo mesiánico. Por varias veces Cristo prometió esta efusión del Espíritu, promesa que realizó primeramente en el día de la Pascua, y en seguida, de manera más emocionante, en el Día de Pentecostés.

Repletos del Espíritu Santo, los apóstoles comienzan a proclamar «las maravillas de Dios» (At 2,11), y Pedro comienza a declarar que esta efusión del Espíritu es la señal de los tiempos mesiánicos. Los que entonces creyeron en la predicación apostólica y que se hicieron bautizar también recibieron el don del Espíritu Santo.

Jesús ordenara a los 11 que esperasen en Jerusalén la venida del Consolador. Les dijera: «Dentro de poco tiempo seréis bautizados en el Espíritu Santo» (At 1, 5). Siguiendo las orientaciones de Jesús, del Monte de los Olivos, donde se habían encontrado por última vez con el Maestro, ellos retornaron al Cenáculo y allí, juntamente con María, permanecieron asiduos en la oración.

En la Solemnidad de Pentecostés sucedió el hecho extraordinario, descrito por los Hechos de los Apóstoles, que señala el inicio de la misión de la Iglesia: «Súbitamente resonó, venido del cielo, un sonido comparable al de fuerte ráfaga de viento, que llenó toda la casa donde se encontraban. Vieron, entonces, aparecer unas lenguas a manera de fuego, que se iban dividiendo, y posó una sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar otras lenguas, conforme el Espíritu les inspiraba que se expresasen» (At 2, 2-4).

Estos fenómenos extraordinarios llamaron la atención de los israelíes y de los prosélitos, presentes en Jerusalén para la Fiesta de Pentecostés. Se asombraron al oír aquel fuerte sonido y, más todavía, al escuchar los apóstoles que se expresaban en varias lenguas. Habiendo venido de varias partes del mundo, escuchaban esos galileos hablar cada uno en la propia lengua: «Los oímos anunciar en nuestras lenguas las maravillas de Dios» (At 2, 11).

El Espíritu Santo fue enviado para santificar la Iglesia permanentemente

Terminada la obra que el Padre había confiado al Hijo para realizar en la Tierra, fue enviado el Espíritu Santo en el Día de Pentecostés para santificar la Iglesia permanentemente. Fue entonces que la Iglesia se manifestó públicamente delante de la multitud y comenzó la difusión del Evangelio con la predicación. Por ser convocación de todos los hombres para la salvación, la Iglesia es, por su propia naturaleza, misionera enviada por Cristo a todos los pueblos para hacer de ellos discípulos.

En este día santo de Pentecostés, por la efusión del Espíritu Santo, la Iglesia es manifestada al mundo. El don del Espíritu inaugura un tiempo nuevo: el tiempo de la Iglesia, durante el cual Cristo manifiesta, toma presente y comunica su obra de salvación por la liturgia de su Iglesia, «hasta que Él venga» (1 Cor 11,26). Durante este tiempo de la Iglesia, Cristo vive y actúa en su Iglesia y con ella de forma nueva, propia de este tiempo nuevo.

En Pentecostés es revelada plenamente la Santísima Trinidad. A partir de ese día, el reino anunciado por Cristo está abierto a los que creen en Él: el reino ya recibido en herencia, pero todavía no consumado. Contemplamos y vimos la verdadera Luz, recibimos el Espíritu celeste, encontramos la verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible, pues fue ella quien nos salvó.

Los dones del Espíritu, concedidos a todos por ocasión del bautismo e intensificados en el sacramento de la confirmación, nos capacitan para servir a la Iglesia de Cristo, a través de los hermanos. Los carismas son, por tanto, dones de poder para el servicio de la comunidad cristiana.

He aquí algunas condiciones para recibir y perseverar en la vida carismática: simplicidad y pureza de corazón; asiduidad de la meditación de la Palabra de Dios; vida de oración; deseo de servir a los hermanos como Jesús (Lc 22, 27); perseverancia a la recepción de los dones espirituales (siempre abiertos para ser canales a la acción y poder del Espíritu en nosotros).

Nuestra colaboración es esencial. Dios no nos quiere robots actuando de forma mecánica. Él respeta nuestra libertad y consentimiento. Si creemos, decimos «sí» a lo que el Señor quiere realizar en nosotros. María Santísima es el modelo de la total apertura: «Hágase en mí, según Tu palabra» (Lc 1, 38).

El Espíritu de Dios sopla donde quiere (Jn 3, 8), penetra por todas partes, con soberana y universal libertad. Es por eso que rezamos, con gran fe, pidiendo las luces necesarias para la realización de la JMJ Río 2013: «Venid Espíritu Santo; llenad los corazones de vuestros fieles y encended en ellos el fuego de vuestro amor». Así sea para toda la Iglesia y para toda la humanidad. ¡Espíritu Santo, ven!»

† Orani João Tempesta, O. Cist.
Arzobispo Metropolitano de San Sebastián de Río de Janeiro, RJ

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