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La debilidad del hombre de hoy y la fuerza de los Apóstoles de los Últimos Tiempos

Bogotá (Jueves, 30-05-2013, Gaudium Press) Que en no pocos integrantes de las nuevas generaciones hay una cierta debilidad de carácter, un enflaquecimiento de la fuerza de voluntad, es algo que constatamos frecuentemente. Las explicaciones a este fenómeno pueden ser muchas, mas el autor de estas líneas se inclina a pensar que mucho tiene que ver el ambiente de esta sociedad del «facilismo» en que las nuevas generaciones fueron criadas.

Hoy todo es «fácil» para los muchachos, y también para los no muchachos…

1.jpgPor ejemplo, si antiguamente al joven le era encomendada una investigación sobre cualquier tema, en ese empeño él debía ir a una u otra biblioteca, hacer una revisión de la bibliografía, leer lo seleccionado, tomar apuntes (es claro, no había entonces fotocopiadoras, ni mucho menos escáneres portátiles…), resumir, analizar, sintetizar, ubicar las ideas-clave, organizarlas de acuerdo a una secuencia lógica, pensar sobre ellas para que su escrito no fuera mera repetición… etc., es decir todo un esfuerzo de voluntad e inteligencia que iba moldeando y forjando su mente y espíritu, lo que lo habituaba a conseguir resultados fruto de una planeación y de la realización esforzada de esa planeación. Hoy, es verdad, el «Sr. Google, y «Mr. Copy&Paste» remplazan con frecuencia y facilismo todo el anterior proceso, para alivio de los noveles aprendices. Alivio y no formación. Y así con muchos aspectos de la vida moderna, que antes requerían grandes o pequeños sacrificios, y que hoy no tanto.

Varias veces, quien estas líneas escribe se encontró ante auditorios juveniles explicando la doctrina escolástica de la consecución y desarrollo de los buenos hábitos naturales, sintiendo que algo faltaba, que más o menos los muchachos entendían la doctrina, pero que muchos en su empeño de adquirir las virtudes desfallecerían, pues carecían de la fuerza natural para luchar y vencer en su adquisición.

Entretanto, y normalmente, las grandes metas de la vida requieren de connotados esfuerzos, particularmente ese objetivo decisivo de la práctica del bien, sin la cual no alcanzaremos la vida eterna, pues «ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los pervertidos, ni los ladrones, ni los avaros, ni los bebedores, ni los difamadores, ni los usurpadores heredarán el Reino de Dios» (1 Cor 6, 9-10), según advierte el Apóstol.

Y sin embargo, si el coloso Pablo de Tarso -hombre, por lo demás, de una voluntad de hierro- ya se quejaba de la ardua lucha que llevaba contra ese su «otro yo», su «yo carnal», qué diremos pues nosotros, volátiles integrantes de la ‘generación de la imagen’, ‘hijos espirituales’ del internet, ‘súbditos inevitables’ del fast-food, ‘vasallos’ de muchísimos ‘fast’ y de lo ‘fácil-todo’. Tenemos, así, configurada una verdadera situación no fácil.

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En días recientes tuvimos la gracia inmensa de re-leer el «Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen», de ese también portento de hombre que fue San Luis María Grignion de Montfort. En esta obra culmen de la doctrina y piedad marianas, hay dos secciones que una vez más -y con mayor intensidad que otrora- llamaron poderosamente nuestra atención: «María y los últimos tiempos», y «María y los apóstoles de los últimos tiempos».

2.jpgDice allí el Santo -sin el menor respeto humano-, que «la salvación del mundo comenzó por medio de María, y por medio de Ella debe alcanzar su plenitud», pues «María tiene que ser conocida y puesta de manifiesto por el Espíritu Santo, a fin de que por Ella Jesucristo sea conocido, amado y servido». E insiste: «Dios quiere, pues, revelar y manifestar a María, la obra maestra de sus manos, en estos últimos tiempos».

«Últimos tiempos» no deja de ser una expresión un tanto misteriosa de San Luis María de Montfort. Algunos la han interpretado como los tiempos del Anticristo. Entretanto, el uso de esa expresión, por ejemplo en el Tratado de la Verdadera Devoción, parece tener un sentido diferente. Así pues, dice el Santo mariano que en esos últimos tiempos Jesucristo atraerá «a los predestinados con las cadenas de amor». En otro trecho, afirma que ha conversado sobre la devoción a la Virgen «familiarmente con las personas más santas y sabias de estos últimos tiempos», en lo que se podría percibir como si él ya viviese por lo menos un prolegómeno de esos tiempos.

En otro aparte, afirma San Luis que «el poder de María sobre todos los demonios resplandecerá de modo particular en los últimos tiempos, cuando Satanás pondrá asechanzas a su calcañar, o sea, a sus humildes servidores y pobres hijos que Ella suscitará para hacerle la guerra», pero que entretanto, esos servidores de María «unidos a María, aplastarán la cabeza del demonio y harán triunfar a Jesucristo», lo que indicaría también que son tiempos diversos a los del fin del mundo, y más bien que la acción de estos apóstoles inaugurará el establecimiento de la paz de Cristo en el Reino de Cristo, lo que configuraría los últimos tiempos. En el mismo sentido, afirma el santo que «María debe ser terrible al diablo y a sus secuaces como un ejército en orden de batalla (Cant 6,3), sobre todo en estos últimos tiempos, cuando el diablo, sabiendo que le queda poco tiempo (Ap 12,17) -y mucho menos que nunca- para perder a las gentes, redoblará cada día sus esfuerzos y ataques. De hecho, suscitará en breve crueles persecuciones y tenderá terribles emboscadas a los fieles servidores y verdaderos hijos de María, a quienes le cuesta vencer mucho más que a los demás».

Sea lo que sea, queda claro que en la mente del santo mariano es a través de una particular devoción a la Virgen se llegará al Reino perfecto de Cristo. Pero ¿cómo?

Los fieles servidores de la Virgen llamados a establecer ese reinado, y que el santo llama también Apóstoles de los últimos tiempos, «serán ricos en gracias y carismas, que María les distribuirá con abundancia». Ellos serán susceptibles de recibir esos favores insignes, a partir de la humildad de quien se sabe enteramente dependiente de su Madre, y con esa «la humildad de su calcañar, y unidos a María, aplastarán la cabeza del demonio y harán triunfar a Jesucristo».

3.jpgLa devoción que propone el santo es la esclavitud mariana: «Podemos, pues -conforme al parecer de los santos y de muchos varones insignes-, llamarnos y hacernos esclavos de amor de la Santísima Virgen, a fin de serlo más perfectamente de Jesucristo», afirma San Luis. Esta esclavitud implica un vaciarse de sí mismo, muriendo «todos los días a nuestro egoísmo», escogiendo siempre y en todo como mediadora a la Virgen, para que todo lo hagamos por Ella, con Ella, en Ella, pues al esclavo ya no le pertenece nada, ni siquiera su propio ser, sino que es completamente de la Virgen por medio de quien es y actúa.

Esta entrega total a la Madre de Dios hace que el diablo no pueda robar los tesoros espirituales del esclavo, pues ellos tampoco le pertenecen, son de la Virgen. La esclavitud mariana consigue también, que nos dejemos moldear por el Modelo perfecto que es Ella.

Sabedores de nuestra miseria, que no es ni siquiera roca en bruto, el esclavo no querrá esculpir una escultura de esa que no es roca, sino que sintiéndose mero yeso fluido, buscará vaciarse en el molde de la Virgen, para que en esta operación, y con una devoción, interior, tierna, santa, constante y desinteresada a Ella, el yeso de su miseria tome el molde de María, y con ello su fuerza y virtud.

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No es otra la «solución», la «salida» del débil, que somos todos: Entregarse por completo en manos de la Virgen. Pero estos débiles, trasformados en María, serán fuertes, como el más perfecto ejército en orden de batalla.

Para profundizar en esto, está el Tratado de la Verdadera Devoción de San Luis María Grignion de Montfort, al que convocamos a todos a leer.

Por Saúl Castiblanco

 

 

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