Redacción (Lunes, 10-06-2013, Gaudium Press) En un monasterio en Francia a orillas del apacible rio Bourbince, una humilde hermana de la Visitación escuchó en un éxtasis estas ardientes palabras del Divino Maestro: «Mi Divino Corazón se encuentra tan repleto de amor por los hombres, y por ti en particular, que no pudiendo contener más las llamaradas de su ardiente caridad, se siente forzado a difundirlas por tu intermedio». Fue ésta, la primera de las cuatro principales revelaciones del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María Alacoque hace 430 años, la primera en la que pudo sopesar verdaderamente la misión para la cual la Divina Providencia la había destinado: ser Heraldo de aquel Corazón que tanto amó a los hombres y que por ellos es tan poco amado.
En esta misma aparición nuestro Señor la invita a ocupar el lugar de San Juan en la Última Cena, colocando el oído en su pecho sacratísimo para escuchar en los latidos armónicos y cadenciados del Sagrado Corazón sus infinitos designios, dice ella: «Jesús me hizo reposar largamente sobre su pecho, desvendándome las maravillas de su amor y los insondables secretos de su Sagrado Corazón»
A inicios del año 1674 Jesús se aparece de nuevo a Santa Margarita y en esta ocasión le muestra su Corazón, que ella describe así: «Ese Divino Corazón me fue presentado como sobre un trono de llamas más resplandeciente que un sol y transparente como un cristal, con la llaga adorable bien visible, y todo él circundado por una corona de espinas significando las heridas que nuestros pecados le infringían. En la parte de arriba estaba una cruz, dando a entender que ella había sido plantada en él desde el primer instante en que fue formado (en las entrañas inmaculadas de María)». Margarita, arrebatada de fervor, le manifiesta la necesidad de reproducir en imagen la figura de su Corazón ardiente, llagado y crucificado. Nuestro Señor asiente y así mismo llena de privilegios, gracias y bendiciones, todos los lugares en donde esta imagen se venere. Además le reitera a la futura Santa el entrañable deseo de ser amado por los hombres y de manifestar al mundo los tesoros insondables de su amor, de su misericordia y de su gracia, que repartiría con profusión a aquellos que con espíritu humilde lo busquen, amen y glorifiquen.
El amor del Corazón de Jesús
En torno a la fiesta de Corpus Christi se da la tercera aparición. Esta es la más pungente de todas pues Jesús se muestra como receptáculo de ingratitudes por parte de los hombres, a pesar de que tanto los amó, que dio su vida por ellos. Dice a Santa Margarita: «Esa ingratitud me es más penosa que todos los sufrimientos que padecí en mi Pasión. Si en algo me retribuyesen ese amor, Yo tomaría como poco todo lo que hice por los hombres, y estaría dispuesto a hacer más aún, si fuese posible. En ellos, entre tanto, sólo encuentro frialdades y rechazos delante de mis desvelos y bondades». Tanto es su amor hacia nosotros que sería capaz de sufrir nuevamente la Pasión, si fuese necesario, para rescatar a la humanidad caída, mas, de ella sólo recibe ignominia cómo respuesta. ¡Quién nos diera ser el consuelo de Jesús en estos momentos! Ser otro Cirineo en el Vía Crucis que Él mismo cruza actualmente, haciendo nuestro corazón semejante al suyo, aceptando con verdadera alegría cristiana los pequeños sacrificios de nuestra vida cotidiana y asociándolos a los méritos infinitos de su Pasión.
La Gran Revelación
La Gran Revelación tiene lugar entre los días 13 y 20 de junio del año 1675. De todas las apariciones, es ésta la más importante, pues en ella muestra el Señor los deseos más profundos de su Santo Corazón. Estando Margarita en la capilla del monasterio, delante del Santísimo Sacramento expuesto, se le apareció Jesús, y mostrándole su Divino Corazón le dijo: «He aquí el corazón que tanto amó a los hombres, no ahorrando nada hasta agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. En reconocimiento, sólo recibo ingratitudes de la mayor parte: por sus irreverencias y sacrilegios, por las frialdades y desprecios que ellos tienen por Mí en este Sacramento de mi amor. Por esto te pido que el primer viernes después de la octava del Santísimo Sacramento sea dedicada a una fiesta especial para honrar mi Corazón: comulgando en ese día y prestando a él una solemne reparación, a fin de desagraviarlo por las indignidades que recibe cuando está expuesto sobre los altares (…). Yo te prometo también que mi corazón se dilatará para difundir con abundancia los influjos de su divino amor sobre aquellos que le prestasen esa honra y se empeñen en que le sea tributada.»
Al Corazón de Jesús se le llama en las letanías «Horno ardiente de caridad», ¡qué bella imagen! no es una llama simplemente, es un horno de amor que calienta el alma de aquellos que verdaderamente lo aman y a él se acercan. «Yo vine a traer fuego al mundo, y no quiero otra cosa sino que arda» (Lc 12, 49) y «para encender más ese fuego de caridad quiso Jesús que se estableciese y propagase en la Iglesia la veneración y culto de su Sagrado Corazón» (Beato Pio IX, Breve de la Beatificación de Margarita María)
Pero ¡Cuánto frio Señor mío en este mundo! ¡Cuántos corazones helados por la envidia, la tristeza, el egoísmo…!
Por eso te pedimos que vengas cuanto antes a encender con tu infinita misericordia todos estos corazones. Tú mismo dijiste a Sor Josefa Menéndez: «No es el pecado lo que más hiere mi Corazón… Lo que lo despedaza es que ellas [las almas] no quieran refugiarse en Mí después de haberlo cometido». Jesús se acerca hoy a nosotros, toca la puerta de nuestra alma y nos dice como le dijo en otro tiempo a los Apóstoles: «no temáis soy yo» y corresponde a cada uno abrirle la puerta y dejarlo entrar. De esa manera, el alma que antes se encontraba oscura y fría sin su presencia, se iluminará con la Luz salutar de su misericordia y se calentará con el fuego ardiente de su amor.
Por Guillermo Torres Bauer
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