Redacción (Martes, 11-06-2013, Gaudium Press) María Santísima es verdaderamente Madre de una bondad inconmensurable. Su desvelo para con nosotros excede a todo amor conocido, pues no solo es generoso, tierno, envolvente y hasta heroico, sino parece sobrepasar todos los límites.
Como vimos, incluso cuando en Fátima se refirió a las puniciones reservadas para el mundo impenitente, la Madre de Dios revistió sus amonestaciones de profunda tristeza, demostrando también, por su modo de expresarse, una gran pena de los «pobres pecadores».
A pesar del anuncio de la saludable punición, Nuestra Señora se encuentra lista para obtenernos de su Divino Hijo el perdón. La condición es que utilicemos los medios por Ella indicados: el aumento en la devoción a Ella, la oración y la penitencia.
No hay por qué extrañar el carácter condicional de esa promesa de perdón, venida de Madre tan bondadosa y misericordiosa. Pues, una vez que alguien está amenazado de castigo por causa de sus pecados, el modo de ser perdonado es dejar de cometerlos.
La devoción al Inmaculado Corazón de María
Para salvar las almas «de los pobres pecadores, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón» – decía la Santísima Virgen en la aparición del 13 de julio de 1917, al tratar del núcleo de su mensaje. Sin embargo, no fue esta la única ocasión en que Nuestra Señora se refirió a la importancia de esa devoción. La mencionó diversas otras veces en sus mensajes, y tal insistencia no puede dejar de ser seriamente considerada.
Quien se tome de verdadero y sincero amor por esa buena Madre, purísima e inigualable, y ponga en práctica la devoción a su Inmaculado Corazón, será favorecido por su continuo amparo. Por mayores que hayan sido los pecados cometidos, Nuestra Señora intercederá por el fiel devoto junto a su Divino Hijo, obteniéndole todas las gracias de enmienda de vida y perseverancia en el buen camino.
La devoción al Inmaculado Corazón de María es, por tanto, uno de los principales remedios para la ruina contemporánea.
La comunión reparadora
Nuestra Señora nos ofreció, por medio de la Hermana Lucia, un don de valor inestimable: «Yo prometo asistirlos en la hora de la muerte con todas las gracias necesarias para la salvación de esas almas». Para recibir ese beneficio, basta al fiel hacer la comunión reparadora de los primeros sábados de cinco meses seguidos, además de confesarse, rezar el rosario y hacer quince minutos de meditación sobre los Misterios del Rosario. Esa comunión debe ser ofrecida en desagravio a la Santísima Virgen y a su Divino Hijo, por los pecados y ofensas contra Ellos cometidos.
Cómo hacer la comunión reparadora de los cinco primeros sábados
Con efecto, en la tercera aparición, el 13 de julio, Nuestra Señora prometió: «Vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora en los primeros sábados». Tal venida todavía no se diera.
El día 10 de diciembre de 1925, entretanto, conforme relata la Hermana Lucia (hablando de sí misma en tercera persona), «le apareció la Santísima Virgen, y, al lado, suspendido en una nube luminosa, un Niño. La Santísima Virgen, poniéndole en el hombro la mano, le mostró un Corazón que tenía en la otra mano, cercado de espinas. Al mismo tiempo, dijo el Niño: ‘Ten pena del Corazón de tu Santísima Madre, que está cubierto de espinas que los hombres ingratos en todos los momentos le clavan, sin haber quien haga un acto de reparación para sacarlos’.
En seguida, dijo la Santísima Virgen: ‘Mira, hija mía, mi Corazón cercado de espinas que los hombres ingratos en todo momento me clavan con blasfemias e ingratitudes. Tú, al menos, ve a consolar, y di que todos aquellos que durante cinco meses, en el primer sábado, se confiesen, recibiendo la Sagrada Comunión, recen un Rosario y me hagan quince minutos de compañía meditando en los quince misterios del Rosario con el fin de desagraviarme, Yo prometo asistirlos en la hora de la muerte con todas las gracias necesarias para la salvación de esas almas’.
El día 15 de febrero de 1926, le apareció de nuevo el Niño Jesús. Le preguntó si ya había esparcido la devoción a su Santísima Madre».
Ella le dijo que la Madre Superiora estaba dispuesta a propagarla, pero que el confesor había dicho que esta última, solita, nada podía. «Jesús respondió: ‘Es verdad que tu Superiora, sola, nada puede; pero, con mi gracia, puede todo’.
Presentó la dificultad que algunas almas tenían de confesarse en el sábado, y pidió para que fuese válida la confesión de ocho días. Jesús respondió: ‘Sí, puede ser de muchos más [días] todavía, con tanto que, cuando me reciban estén en gracia y tengan la intención de desagraviar el Inmaculado Corazón de María’.
Ella preguntó: ‘¡Mi Jesús! [y] ¿las que se olviden de formar esa intención?’ Jesús respondió: ‘Pueden formarla en otra confesión siguiente, aprovechando la primera ocasión que tengan de confesarse’.»
Cuatro años después, en la madrugada del 29 para el 30 de mayo de 1930, Nuestro Señor reveló interiormente a la Hermana Lucia otro pormenor respecto a las comuniones reparadoras de los cinco primeros sábados:
«‘¿Y quién no pueda cumplir con todas las condiciones en el sábado, no las podrá satisfacer los domingos?’, [pregunté]. [Jesús respondió]: ‘Será igualmente aceptada la práctica de esta devoción en el domingo siguiente al primer sábado, cuando mis Sacerdotes, por justos motivos, así lo concedan a las almas’.»
El Corazón Sapiencial e Inmaculado de María
El Prof. Plinio Correa de Oliveira así nos presenta la sabiduría de la Santísima Virgen:
¿Qué viene a ser la sapiencia del Corazón de María?
La sabiduría, como virtud de la inteligencia, nos hace ver todas las cosas por sus aspectos más elevados, aquellos por donde ellas más se asemejan a Dios Nuestro Señor, ser absoluto, infinito, perfecto y eterno, que jamás podrá sufrir ninguna alteración.
Considerando así el universo, la mente humana adquiere una admirable unidad y una extraordinaria coherencia: nada de contradicción, de dilaceración o de duda, sino certeza, fe, convicción, firmeza desde los más altos principios hasta las menores cosas.
Esta es la fisionomía moral del varón verdaderamente católico: coherente en todo, porque todo en él proviene de las más altas reflexiones del espíritu, esto es, de aquellas que se anclan en Dios Nuestro Señor. Como virtud de la voluntad, la sabiduría es la disposición de seguir lo que la inteligencia conoce y nos indica, y, por tanto, de hacer inamovible y firmemente aquello que es nuestro deber.
Inteligencia soberanamente límpida y lúcida, porque llena de convicción de la existencia de Dios y de fe sobrenatural; inteligencia, porque límpida y lúcida, sumamente coherente; voluntad fuerte, firme, inamovible, constantemente dirigida al fin que ella debe tener en vista – esto nos revela el hombre sapiencial. Esta virtud de la sabiduría contiene, por tanto, todas las otras virtudes, y está puesta en el primer mandamiento de la Ley de Dios. Cuando el decálogo nos dice: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas y todo tu entendimiento» (Dt. VI 5), él nos prescribe ser así.
Y tal es Nuestra Señora.
El corazón de María Santísima (es decir, su alma) es soberanamente elevado, soberanamente grande, soberanamente serio, soberanamente profundo, porque es sapiencial. Ella es el vaso de elección en el cual posó el Espíritu Santo, para en él engendrar a Nuestro Señor Jesucristo. Y el único himno que conocemos como proferido por Nuestra Señora en su vida terrenal, es una verdadera maravilla de sabiduría: el Magníficat.
«Mi alma engrandece al Señor; y mi espíritu exulta en Dios mi Creador; porque consideró la humildad de su sierva, por eso todas las generaciones me llamarán bienaventurada» (Lc. I, 47-48)
Cuánto es posible a una mente creada, Nuestra Señora midió, por su sabiduría, toda la grandeza de Dios, y en esto se alegró. Por otro lado, consideró su pequeñez, y entonces dijo: «Yo me alegro en Dios mi Salvador, porque Él miró para la bajeza de su esclava». ¡Esto es un poema de Contra-Revolución! Es la esclava que se encanta de ser esclava, de ser pequeña, de ver cómo Dios es infinitamente superior a Ella, y del fondo de su nada glorifica al Señor.
Es el pequeño que reconoce, con agrado, su posición. El esclavo no tiene derechos, y está colocado abajo de la condición común de los hombres. Pues bien, Nuestra Señora se proclama esclava de Nuestro Señor Jesucristo, precursora de todos los esclavos que Ella tendría a lo largo de los siglos. Y fue sobre la humildad de esta criatura esclava que satisfizo al Señor poner los ojos, y por eso Ella exulta: porque la grandeza amó la pequeñez.
Esto es profundamente contra-revolucionario. He aquí la verdadera humildad que ama su lugar inferior, adorando la grandeza que la eleva. He aquí el Sapiencial e Inmaculado Corazón de María. (Plinio Corrêa de Oliveira, Conferencia el 21/8/1968)
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