Frederico Westphalen (Lunes, 24-06-2013, Gaudium Press) Mons. Antônio Carlos Rossi Keller, obispo de la diócesis de Frederico Westphalen, en el estado de Río Grande del Sur, Brasil, reflexionó en su más reciente artículo sobre la pregunta de Jesús, escuchada en el Evangelio de este domingo: «¿Quién dicen a las multitudes que soy Yo?». Para él el cuestionamiento continúa pidiendo una respuesta en cada generación, pues existen muchas opiniones en relación a Jesús.
«Los propios discípulos todavía no lo veían como tal [como Mesías]. No habían comprendido que su misión era lo opuesto de aquello que pensaban», completa.
Entonces, según el obispo, surge la segunda pregunta: «¿Y vosotros, quien decís que Yo soy?». Pregunta que Pedro responde rápidamente. Mons. Antônio destaca que el triunfo de Jesús pasaba por la humillación, por la derrota y no por el éxito y gloria humanas, diferente a lo que sería la victoria de un ‘mesías’ terrenal.
«En Jesús, Dios mostró que el mayor crimen cometido por los hombres puede ser transformado en un acto de supremo amor que, como oiremos en la primera lectura, ‘lavó el pecado y la impureza’ derrotando la muerte».
Con relación a los días actuales, el obispo afirma que todavía hoy Jesús nos hace la segunda pregunta: «¿Quién dices tú que Yo soy?». Conforme el prelado, creer en Jesús no significa profesar la fe en un conjunto de verdades aprendidas cuando se frecuentó la catequesis, sino creer en Jesús es seguirlo compartiendo su propio destino, haciéndose uno con Él.
«Si alguien quiere venir conmigo, renuncie a sí mismo, tome su cruz todos los días y sígame. El Señor exige que se deje de centrar la vida en sí mismo y en las preocupaciones egoístas; que se tenga el coraje de perder la propia vida; que cada uno se empeñe diariamente en vencer las dificultades, las pruebas y las seducciones mundanas que nos envuelven», enfatiza Mons. Antônio.
Por último, el obispo afirma que para eso es preciso aprender con Jesús a dar la propia vida permanentemente en casa, al marido, a la esposa, a los hijos, a los padres, a los abuelos; en el lugar donde habito, a los vecinos; en el trabajo, comprendiendo y auxiliando a los compañeros; en la escuela, amparando a aquellos que sienten dificultades; en la sociedad, asistiendo voluntariamente a los más desfavorecidos; en fin, en todo aquello que pueda hacer por amor a los otros, abandonando el egoísmo.
«Ese amor es la señal de que estamos revestidos de Cristo, como nos dice San Pablo en la segunda lectura de este domingo. Todos deben poder reconocer en el cristiano la presencia de la persona de Jesús por el modo cómo busca comprender a los otros, disculpar, ayudar e ir al encuentro de aquellos que se equivocan, perdonando y amando a los enemigos», concluye. (FB)
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