lunes, 25 de noviembre de 2024
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Fuego del amor o crisol del dolor: medios sin los cuales no hay salvación

Redacción (Lunes, 24-06-2013, Gaudium Press) Nada hay de verdaderamente útil en la Tierra que no haya sido sublimado por Nuestro Señor Jesucristo. Siendo los cuatro elementos, – la tierra, el aire, el agua y el fuego – los medios más indispensables para la sobrevivencia humana, convenía que Cristo de ellos hiciese el uso perfecto a fin de santificarlos para siempre. […] «hizo un poco de lodo con la saliva y con el lodo ungió los ojos del ciego». (Jn 9,6) Fue del barro de la tierra, que el Divino Maestro curó la vista del ciego de nacimiento. Si vamos todavía a considerar el uso que Nuestro Señor hizo del aire, es realmente arrebatador pensar que por su sagrada nariz haya circulado el aire de esta Tierra. ¿Qué decir entonces del agua, elemento continuamente utilizado por el Divino Salvador? Sea al calmar una tempestad, sea al andar sobre las aguas, o en el momento de ser bautizado por San Juan Bautista, ¿no es verdad que Él santificó las aguas todas del Universo? Sin embargo, apenas en un momento consta que Nuestro Señor haya hecho el uso físico del fuego en el episodio después de la resurrección, donde, a orillas del mar aguardaba, con pan y un pez encima de brasas, los apóstoles que volvían de la pesca. ¿Habrá sido solamente por este hecho que Nuestro Señor santificó este elemento?

1.jpgBasta observar otras referencias hechas al fuego para ver cómo Cristo quiso darle el más alto significado: el espiritual: «¿Yo vine a lanzar fuego a la Tierra, y que quiero sino que él arda?» (c.f. Lc 12,49) De hecho, aquel Sagrado Corazón de Jesús crepitaba con las llamas del amor divino, deseando comunicarlas a los hombres. De ahí podemos concluir: Si Dios es Amor, Nuestro Señor es también fuego. ¿Por qué fuego? «Porque el Señor vuestro Dios es un fuego devorador». (Deut. 4, 24) Él vino para ahuyentar las tinieblas del pecado y de la muerte, iluminar las consciencias, acariciar e inflamar los corazones en el fuego del amor y, en fin, destruir el mal con el furor de su santa cólera.

Quiso Nuestro Señor, así, dar muestras de que, sin tener un corazón ardiente como un brasero, no se conquista la vida eterna. Por este motivo apuntaba el precursor: «Yo os bautizo en el agua, pero viene otro más poderoso que yo, a quien no soy digno de desatarle la correa de las sandalias; él os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego». (Lc 3, 16). Después de amonestar a los suyos respecto a los terrores del infierno, Cristo condiciona al hombre a la necesidad de ser tomado por el fuego al decir: «todo hombre será salado por el fuego». (Mc 9, 49) ¿Bajo cuál prisma debemos concebir esta afirmación? Ciertamente no sería una alusión al fuego del infierno, puesto que no son todos los hombres que se condenan. Tampoco se aplica a las llamas purificadoras del purgatorio, una vez que no todas las almas tendrán que pasar por él. ¿Qué quiere decir, entonces ser «salado por el fuego»?

«Es por el fuego que se experimentan el oro y la plata, y los hombres agradables a Dios, por el crisol de la prueba». (Cf. Eclo 2,5) A sus amados, Dios reserva el cáliz del dolor para que de él sorbiendo les sean purificadas las insuficiencias. Conforme dijo Santa Teresita: «El fuego del amor es más santificante que el del purgatorio». Perseverará quien sepa amar incesantemente en los largos años de demora y aparentes derrotas.

Por Maria Cecília Lins Brandão Veas

 

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