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La moral ideal convive con la razón y la ley inscrita en el corazón

Redacción (Jueves, 27-06-2013, Gaudium Press) Con cierta fuerza, se reivindica hoy la aprobación de determinadas leyes cuya índole la Iglesia desaprueba, lo que constituye cada vez más un desafío. En verdad, el post-modernismo tiene tendencia a despreciar las raíces de su propia civilización, rechazar cualquier jerarquía y sus representaciones y distanciarse de lo Absoluto. Con reflejos en el ámbito moral, este posicionamiento hizo que algunos pensadores pugnen por una ética que no obligue al legislador a ser influenciado por una moral que se apoya en la ley natural, a fin de unir a los hombres y hacerlos vivir como si Dios no existiese.[1]

1.jpgEntretanto, Sergio Belardinelli repara que «el esfuerzo moderno de construir una sociedad justa, hecha de hombres capaces de reconocerse recíprocamente como si Dios no existiese, se ha revelado un desastre».[2] Y advierte que pensar un mundo sin Dios, podrá significar en un desdibujamiento y un fracaso del propio hombre. Flavia Monceri va más lejos y piensa incluso en llamar al diálogo a aquellos que, siendo contrarios a la Iglesia, poseen la responsabilidad histórica por tomar ciertas posiciones filosóficas que resultaron en el secularismo y el relativismo y consecuente deriva nihilista de la sociedad occidental.[3]

No es cualquier moral amiga de la persona humana, conforme enseña Benedicto XVI en la Caritas in Veritate (n. 45). Es necesaria una moral no comprometida con ideologías, que no se someta a tendencias relativistas y transitorias de tiempo y de lugar, sino que pueda invariablemente considerar al hombre como imagen de Dios (Gn 1, 27). Esta moral no prescinde de la razón, sino convive continuamente con Ella, tonificándose por un lado y purificándola por otro, a fin de que no se sobrepongan intereses personales, mas subsista «la dignidad inviolable de la persona humana y también el valor transcendente de las normas morales naturales» (Caritas in Veritate, n. 45).

En nuestros días, partiendo de la Revelación, la Iglesia continúa provocando aquellas opciones humanas reductoras del ser a utilitarismos hedonistas, egoístas y materialistas. Ella observa, juzga e interactúa, colabora e interviene, para garantizar que las perennes referencias éticas no falten el respeto a los más básicos derechos humanos. Crea espacios para denunciar siempre que son heridos los principios más elementares de la libertad y la legítima autonomía institucional, o incluso cuando ciertas decisiones, apoyadas por masas equivocadas, optan por posiciones contrarias a la dignidad y existencia del ser, o corrompen la recta razón y aquel orden cuyas referencias nos fueron dejadas por la Sabiduría Eterna y Encarnada.

Por el P. José Victorino de Andrade, EP

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[1] Cf. LECALDANO, Eugenio (2008). Un’etica senza Dio. Roma: Laterza. Também HOTTOIS, Gilbert (2005). De la Renaissance à la Postmodernité: Une histoire de la philosophie moderne et contemporaine. 3. ed. Bruxelles: De Boeck Supérieur.
[2] D’AGOSTINO, Francesco et all. Cinisello Balsamo (It): San Paolo Edizioni. p. 146
[3] Idem.

 

 

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