Redacción (Martes, 09-07-2013, Gaudium Press) Hace unos días leí en el periódico el anuncio de un Concierto que sería realizado en breve por una gran orquesta que estaba visitando la ciudad. Se trataba de un director renombrado que estaba de gira por varios países presentando músicas de grandes compositores.
Gracias a Dios existen todavía personas que valoran la cultura y el genio de esos insignes autores que se perpetuaron en la historia por su talento y creatividad, y que como un buen vino, sus composiciones con el tiempo no hacen más que mejorar.
Anoté el horario y en el día marcado me alisté y fui al teatro. La sala estaba muy bien acondicionada y la orquesta ya estaba en su lugar, afinando sus instrumentos. Un hombre que tenía el imponderable de un gran violinista de cierta edad y experiencia se levantó y se colocó al frente de todos y con su violín daba la nota precisa al resto de integrantes de la orquesta, los cuales por familias de instrumentos, primero los metales, luego las maderas y al fin las cuerdas, imitaban la nota con su respectivo instrumento afinándolo de acuerdo a la nota que este hombre daba.
Quedé muy a gusto con la diversidad de instrumentos con que la orquesta contaba, algunos pequeños y delicados como los flautines, otros grandes y robustos como la tuba, otros esbeltos y decorados como el fagot, otros clásicos y tan bonitos como un cuadro que se coloca para adornar una sala como los violines.
Además, al afinar daba para escuchar cada instrumento con su timbre propio, su sonido propio, el cual era muy variado y diferente uno de otro. Había tanta diferencia que me intrigó como harían para armonizarlos.
Terminada la afinación hubo silencio en todo el recinto, los músicos estaban como que esperando algo. Mi falta de experiencia me llevó a suponer que pronto iniciaría la primera música. Solo que faltaba la ‘pieza’ más importante de la orquesta: el Director, quien, al entrar, hizo que todos se levantaran en señal de respeto y le tributaran una salva de palmas.
Comenzó el concierto con un clásico de la música. La obertura de «Carmen» de Bizet. Era agradable notar los distintos contrastes que la música tenía, desde un fortísimo hasta un pianísimo que parecía casi un susurro en el oído. Era interesante ver como todo este contraste se veía reflejado en las manos y en la actitud del Director, que parecía encarnar la música en sus gestos y movimientos.
En ese momento me vino a la cabeza un pensamiento curioso. Es impresionante ver como ese hombre consigue «orquestar» a todos los músicos armonizando todos los instrumentos de tal manera que parecen un solo sonido, un solo instrumento, un solo músico. La orquesta entera crece en volumen y luego disminuye con una unanimidad impresionante. Los distintos timbres se fusionan en uno solo, si bien que cada uno conserva su peculiaridad.
La música terminó con un estallido de palmas pues realmente estaba excelentemente interpretada. Me fijé en la alegría que causó al director ver la gran multitud de personas que estaban en ese lugar tributándole su admiración.
Al final de la presentación, mientras volvía a mi residencia, en el silencio de mi asiento en el coche pensaba en el concierto que había quedado atrás. Y recordando las distintas escenas que presencié me vino a la cabeza el siguiente pensamiento. Cómo esa orquesta se parece a la Creación, al orden con que Dios creó las cosas. Cómo cada cosa -si bien diferente de otra, como lo es un gato de un hombre o de un ángel- se reúne en un conjunto armónico en el Universo, teniendo su peculiaridad propia, su papel.
Y cómo es el papel que los seres superiores ejercen sobre los inferiores, que es el de guiar, orquestar para que cada uno cumpla su fin. Dios creó al ángel para guiar al hombre como lo hace nuestro ángel de la guarda y al hombre para gobernar a los animales, vegetales y minerales y todo este orden es una gran orquesta que canta la gloria de Dios en el Universo.
Además, al recordar la alegría que sentía el director al ver y oír los aplausos calurosos de los asistentes, me di cuenta de cómo si la sala estuviera vacía sería motivo de una gran tristeza para él pues no tendría a nadie con quien compartir su talento. De esa manera me di cuenta que los seres superiores necesitan de los inferiores, pues sin ellos no tendrían a quien transmitir sus cualidades. Yo soy necesario para mi ángel de la guarda, pues fue creado para guiarme, y guiándome él da gloria a Dios.
Quede maravillado con la sabiduría de Dios, el cual creó las cosas desiguales en perfección para que ayudándose unos con otros, unos siendo guiados y otros guiando, realizen la más grande sinfonía que existe en toda la historia, con una armonía incomparable.
Por otro lado me di cuenta de que esta armonía, después del desorden traído por el pecado, solo se consigue con la gracia de Dios, pues ella «afina» nuestras acciones para que estén en armonía con Nuestro Señor, Primogénito de toda la creación, por quien fueron creadas todas las cosas (Cf. Col 1, 15-16).
Me alegró notar más un aspecto de la importancia de que Dios se haya hecho hombre, pues sin Él, la humanidad nunca podría estar armonizada, pues la barbarie en la cual se encontraba solo era rescatable por medio de un «Director» que armonizase y afinase a todos, de tal forma que de ese caos en el que el mundo se encontraba, naciese una Civilización totalmente marcada por su ejemplo, por sus virtudes, impregnada de su gracia, una Civilización Cristiana.
Mientras pensaba en esto miraba por la ventana la ciudad en que circulaba. ¿Será que ella hoy sigue siendo cristiana? Es tanto el desorden que en ella veo, no solo físico, sino moral que uno duda si no está peor que hace 2.000 años cuando Nuestro Señor se encarnó. ¿Cómo armonizar tanto desorden? ¿De dónde vendrá la solución? ¿Será que Nuestro Señor no dejó la solución inclusive para los problemas de hoy?
La Santa Iglesia fundada por Él tiene la llave de la solución, pues ella es la dispensadora de las gracias conquistadas por Nuestro Señor y la que mantiene sus enseñanzas a través de los siglos. Mientras más el mundo se abra a Ella, mas conseguirá la armonía tan anhelada, mientras más se deje dirigir por sus enseñanzas, se deje afinar por su espíritu, más conseguirá encontrar el orden, la paz y podrá ser llamada con toda propiedad de Civilización Cristiana.
En ese instante aviste a lo lejos mi casa y bajé del auto con el alma llena de alegría. Alegría de ser Católico y pertenecer a la Santa Iglesia. Nunca pensé que un Concierto podría ayudarme a crecer en la fe, en el amor a Nuestro Señor, a su Santa Iglesia.
Por Hugo Ochipinti
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