Quebec (Miércoles, 17-07-2013, Gaudium Press) Cuando el pasado 6 de julio, un tren descarrilado se dirigió a la ciudad Lac-Megantic de la provincia de Quebec, la explosión que siguió produjo alrededor de 50 muertos. El tren arrastraba carros plenos de petróleo crudo, que estallaron afectando buena parte del centro de la ciudad.
Poco antes de la gran explosión del tren, los bomberos llegaron a la casa parroquial de la iglesia de Sainte-Agnes, y dijeron a los padres Steve Lemay y Valentin Malundama que debían abandonarla con prontitud. El aviso no podía ser más oportuno y los dos escaparon a tiempo.
Durante varios días, los dos sacerdotes atendieron pastoralmente a la feligresía en otras iglesias que estaban a su cargo, pero ahora, nuevamente se han abierto las puertas de Sainte-Agnes. El pasado 14 de julio, y por primera vez desde el accidente, 200 personas asistieron allí a una eucaristía.
«Nuestra iglesia está en frente del lugar [de más afectación]», afirmó el Padre Lemay, «por lo que es importante para las personas tener acceso a la iglesia en este momento».
Ahora, los afectados dejan fotos de sus seres queridos víctimas, y colocan flores y velas en la iglesia, en lo que ya se ha constituido como un memorial espontáneo, donde también tienen el privilegio de sentir que Dios verdaderamente vela por todos.
El día de la primera misa tras el desastre en la iglesia de Sainte-Agnes, el pasado 14 de julio, el evangelio narraba la parábola del Buen Samaritano. La comunidad asistente «vio lo que la gente puede hacer para ayudar a al otro», afirmó el Padre Lemay. «Ellos saben que las personas quieren ayudar y tienen la capacidad de ayudar cuando ellas están abiertas al amor de Dios», continuó.
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