viernes, 22 de noviembre de 2024
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La luz de la fe: La encíclica del Papa Francisco

San Pablo (Martes, 23-07-2013, Gaudium Press) El Cardenal Arzobispo de San Pablo, Mons. Odilo Pedro Scherer, publicó en días pasados un artículo en el diario de esa Arquidiócesis, en el que comenta la primera encíclica del Papa Francisco: Lumen Fidei (La Luz de la Fe). Lea abajo el documento íntegro.

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Era bien esperada una encíclica sobre la fe, aún en el pontificado de Benedicto XVI. De hecho, él ya había escrito una sobre la caridad (Deus caritas est – Dios es Amor) y otra sobre la esperanza (Spe salvi – Salvados en la Esperanza). Faltaba una sobre la fe, para completar la trilogía de enseñanzas pontificias sobre las virtudes teologales, dones preciosos recibidos de Dios en el Bautismo.

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Y fue el papa Francisco quien nos dio la encíclica Lumen Fidei (La Luz de la Fe), sobre la fe, bien en el transcurso del Año de la Fe. Él mismo, entretanto, ya había dicho, cuando la anunció hace pocas semanas, que sería una encíclica «escrita a cuatro manos», una vez que su predecesor ya había trabajado, antes de renunciar al pontificado, en vista de su publicación.

La encíclica nos viene, no solo para vivir mejor el Año de la Fe, sino para comprender y vivir mejor la propia fe. No es un texto para ser analizado con mera curiosidad intelectual, o con la intención de hacer un análisis teológico sobre él; sería muy poco. Mucho más, él debe ser leído y degustado con el deseo de comprender y acoger cada palabra dicha con amor de padre por quien habla con la sabiduría adquirida a lo largo de una existencia y con el deseo de comunicar cosas esenciales a la vida de los hijos…

Es interesante notar que el Papa no habla de la fe a partir de las «verdades de la fe»: el primer capítulo trae el título – «creemos en el amor». Nuestro acto de fe es precedido por el amor de Dios, que se manifiesta al mundo y nos hace experimentar su amor salvador; ¡la experiencia del amor precede a la fe! ¿No es también eso lo que sucede entre las personas? Cuando dos personas se aman verdaderamente, ellas pasan a creer profundamente una en la otra…

Es lo que ya oímos del papa emérito Benedicto XVI en otras ocasiones: nuestra fe y nuestra experiencia religiosa no vienen de una doctrina perfecta, ni de un ideal ético altísimo, sino del encuentro con la persona de Dios, amoroso y fiel, que se reveló, vino a nuestro encuentro y nos amó. Es a eso que el Papa se refiere cuando habla, en la encíclica, sobre Abraham, nuestro padre en la fe, la experiencia histórica y mística del Pueblo de Israel, la venida del Hijo de Dios al mundo y la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.

«Él me amó y por mí se entregó en la cruz», exclama San Pablo, después de hacer la experiencia del encuentro con Jesucristo en el camino de Damasco; su fe fue vivísima e inamovible porque experimentó el «misterio» del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús.

Para los apóstoles y para los grandes cristianos, que fueron y son los santos, hablar de la fe no significó tratar de verdades abstractas, bien elaboradas por la razón humana; ellos hablaban, antes que nada, de la persona de Dios y de Jesucristo, de su acción envolvente, especialmente de su amor misericordioso y de su providencia. Las verdades de la fe y la moral, también elaboradas así como doctrinas, siguen después de eso.

La encíclica habla, en el capítulo 2º, que es preciso creer para comprender; de hecho, la fe es un don sobrenatural, que nos es dado como luz fuerte, que nos hace percibir mejor aquello que queremos comprender. Es lo contrario de lo que, generalmente, las personas imaginan: no es «ver para creer», sino «creer para ver». En el orden de la fe, podemos decir: quien cree comprende más y mejor. No es que la fe dispensa el esfuerzo de la razón y el estudio: fe y razón se completan y no deben ser opuestas, ni tenidas como excluyentes.

Un bello capítulo trata de la transmisión de la fe: esta es una de las preocupaciones serias de la Iglesia en nuestros días. El papa dice que la Iglesia es «la madre de nuestra fe». Esta no es un hecho individual y subjetivo: ¡aquello que creemos fue transmitido a nosotros, viene de lejos, de los apóstoles! «Transmitíos aquello que yo mismo recibí», observó San Pablo (1Cor 15,3). ¡Creemos en el testimonio de quien creyó primero; y tenemos motivos buenos para hacer eso! Creemos con quien ya creyó, los mártires, los santos, los maestros de la fe a lo largo de la historia. ¡Creemos y tenemos el compromiso de continuar transmitiendo hoy esa preciosa herencia de la fe!

En fin, la encíclica trata de las obras de la fe. «La fe, sin las obras, es muerta en sí misma», ¡ya advertía San Santiago! Pero no se trata de oponer las obras a la fe: estas son consecuencia y fruto de la fe verdadera. Creyendo, nosotros nos colocamos en sintonía con el plan de Dios sobre este mundo y sobre nuestra vida. ¡Y entonces, surgen las obras de la fe y cesan las obras contrarias a la fe, porque son contrarias a Dios y a su amor!

Cardenal Odilo Pedro Scherer.
Arzobispo de San Pablo

(Publicado en la edición del 09 de julio de 2013 del diario O SÃO PAULO)

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