Redacción (Viernes, 02-08-2013, Gaudium Press) Es natural que a menudo nos aconsejen a soportar pacientemente las dificultades que surgen en medio de nuestro caminar por esta vida, pero, ¿será que realmente sabemos en qué consiste esta virtud o cómo podemos practicarla? Es necesario y de suma importancia que sepamos en qué se fundamenta esa virtud, cómo podemos ponerla en práctica y por qué debemos practicarla.
Si consultamos el Evangelio, verificamos que Nuestro Señor Jesucristo, explícita o implícitamente, nos invita a la práctica de esta virtud para que alcancemos la perfección cristiana, diciendo a sus discípulos: «Tomad mi yugo sobre vosotros y recibid mi doctrina, porque yo soy manso y humilde de corazón y encontrareis el reposo para vuestras almas». (Mt 11, 29). Entonces, al analizar esta frase, surge la siguiente pregunta: ¿Cómo podemos ser pacientes para asemejarnos a Dios?
El gran Santo Tomás de Aquino sabiamente afirma: «La paciencia es una virtud que se relaciona con la virtud de la fortaleza e impide al hombre distanciarse de la recta razón iluminada por la fe y sucumbir a las dificultades y tristezas».1 Por tanto, paciente es aquel que sabe conservar la calma ante las más duras pruebas y que, a pesar de los sufrimientos y tribulaciones, mantiene la alegría y la certeza de que no será abandonado por Dios. En suma, posee el dominio del alma delante cualquier tormento externo que se pueda experimentar.
La virtud de la paciencia tiene una relación estrecha y directa con la virtud de la fortaleza, pero no se debe confundirlas, porque «cabe a la fortaleza soportar no cualquier mal, sino aquellos que son los más duros, o sea, los peligros mortales. Al paso que la paciencia puede aturar males de cualquier especie». 2 Aunque sean distintas, pueden ser relacionadas, ya que, para ejercitar la paciencia, es necesario tener fortaleza de espíritu, «es más arduo para un soldado aguantar mucho tiempo bajo balas en una trinchera húmeda y fría que tomar parte en un ataque con todo el ardor de su temperamento». 3
Esta virtud es tan rica que puede ser relacionada con muchas otras virtudes, como por ejemplo la virtud de la caridad. El propio San Pablo, en una de sus cartas a los Corintios, asegura: «La caridad es paciente […] todo cree, todo espera, todo soporta » (I Cor 13, 4.6).
Es justo que en ese «soportar todas las cosas con mansedumbre» se encuentre el secreto de la verdadera paciencia. Ejemplos de la práctica de esta virtud pueden ser vistos en las actitudes de los santos, que, sufriendo desde pequeños, comprenden hasta el fondo la vida, que la Salve Reina califica de «valle de lágrimas». Pero, a pesar de esos sufrimientos, no presentan señal ninguna de desánimo, acidez o amargura. Al contrario, por encima de todo, trasparecen de dulzura, gentileza y bondad. Ellos demuestran poseer el bienestar de la virtud, de la aceptación de un sufrimiento vivido en paz.
En cuanto a la mansedumbre, se puede decir que «debe acompañar a la paciencia, pero difiere de esta en la medida en que tiene como un efecto especial, no solo superar las adversidades de la vida, sino contener los movimientos desordenados de la ira». 4 No se debe, entretanto, confundir esta virtud con la blandura de temperamento, ya que cualquiera, no importa su temperamento, puede practicar esta virtud, porque «la placidez de temperamento es ejercida sin dificultad para con aquellos que son de nuestro agrado y con dureza para con los demás», mientras que, «la mansedumbre como virtud, evita esa amargura y dureza, en todas las circunstancias y con todas las personas». 5
Paciencia… pero no con el pecado
Actualmente, muchas personas interpretan mal el verdadero significado de la paciencia al pensar que paciente es aquel que soporta todas las injusticias, no expresando su rechazo al pecado o a las faltas que pueden ser cometidas. Eso es apenas una falsa concepción de lo que es esa virtud, porque «cuando es preciso usar la severidad, muchas veces necesaria, el paciente sabe hacerla acompañar de un amable aire de tranquilidad, como la clemencia mitiga el castigo recibido». 6
Por tanto, podemos concluir que, cuando entendemos la mansedumbre y paciencia de esta forma, podemos ponerla en práctica tanto en nuestras palabras como en nuestras actitudes, pero también hacerla reinar en nuestros corazones, con la certeza de que al practicarla recibiremos el premio que Nuestro Señor Jesucristo promete: «Bienaventurados los mansos, porque poseerán la tierra» (Mt 5, 5).
Por Griselda Maria Tavarez Castillo
1 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. II-II, q.136, a.1.
2 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. II-II, q.136, a. 4.
3 GARRIGOU-LAGRANGE, Réginald. Las tres edades de la vida interior. Madrid: Palabra, 2003, v.II, p. 650.
4 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. II-II, q.157, a.1 y 2.
5 GARRIGOU-LAGRANGE, Réginald. Las tres edades de la vida interior. Madrid: Palabra, 2003, v.II, p.652-653.
6 Ibid. p.653.
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