Santiago de Chile (Lunes, 05-07-2013, Gaudium Press) Mons. Cristián Contreras Villarroel, obispo auxiliar de Santiago de Chile, se encontraba acompañando a los peregrinos chilenos a la Jornada Mundial de la Juventud, cuando se enteró de la noticia del atentado a la Catedral metropolitana de Santiago por parte de manifestantes abortistas, el pasado 25 de julio. Estos hechos, motivaron una comunicación del prelado desde Brasil, en la que habla también sobre el panorama de defensa de la vida y la familia en su país y en el mundo.
Mons. Ezzati, Arzobispo de Santiago, cuando presentaba querella contra las personas que atacaron la Catedral metropolitana |
«La Iglesia Catedral ha sido el lugar que ha acogido los gozos y esperanzas, así como las angustias y tristezas de nuestro pueblo a lo largo de cuatro siglos. Nadie tiene derecho a ultrajarla; nadie tiene derecho a insultar nuestra fe en Dios ni a los feligreses reunidos en la Santa Misa», expresa el obispo al inicio de la carta.
«¿Quiénes lo han hecho? Ha sido un grupo de fanáticos, animados por organizaciones internacionales que pretenden ilusoriamente desterrar el sustrato cristiano de nuestra cultura, propiciando el aborto. Han sido jóvenes desquiciados que no creen en la libertad de los demás», afirma Mons. Contreras, concluyendo que ese tipo de ataques constituye «una bomba de tiempo para nuestra democracia si no logramos establecer leyes claras y precisas que propicien la defensa y la promoción de la vida, así como el destierro de la violencia».
Personas como las que causaron destrozos en la catedral santiaguina «son los exponentes de una anticultura de la muerte a quienes debemos denunciar en sus programas ‘terapéuticos’ y ‘eugenésicos’ que ni siquiera el Tercer Reich, del nazismo de Hitler, hubiese soñado. La Iglesia no tiene el poder de la fuerza ni de la violencia. Sólo tiene el de Jesucristo. Pero eso no significa que los creyentes en Cristo seamos ciudadanos de segunda categoría».
Igualmente, Mons. Contreras Villarroel, teniendo en vista los próximos comicios en su país, propone algunos puntos de reflexión a la opinión pública chilena, referentes al tema de vida y familia:
– Da que pensar, y mucho, que la sacralidad de la vida dependa, en la práctica, de quienes tienen el poder político, económico y cultural. Ellos son los que determinan quien tiene derecho a la vida y quien va derecho a la muerte. Los ejemplos sobran. También en Chile.
– Da que pensar, y mucho, que elementos tan esenciales como la diferencia y complementariedad entre un varón y una mujer hoy parezcan una disquisición propia de gente enajenada o de retrógrados «conservadores». «Igualdad» o «igualitario» es la consigna. De poco vale la diferencia. ¿Hay algo más «paritario» que el matrimonio entre varón y mujer? Por lo mismo, la fe cristiana no impone a las personas homosexuales el «matrimonio», propio del varón y la mujer, necesario para procrear.
– Da que pensar, y mucho, que el derecho a la buena muerte, doctrina tradicional en la ética cristiana, pase a mal llamarse «eutanasia» para disfrazar el poder arrogante de quienes procuran matar a un moribundo, a un anciano, o a otros seres humanos que las mayorías parlamentarias pudieran considerar inservibles. Lo mismo ocurre con el aborto y los eufemísticos apellidos que encubren su esencia criminal: a los seres humanos se les detecta, juzga y condena en el vientre materno.
El prelado también muestra la contradicción manifiesta de algunos líderes de opinión que consideran inhumana la pena de muerte, pero que no ponen obstáculo a que esta misma se aplique «sin asco a un feto sin derecho a defenderse, quien literalmente se aferra al vientre y a las entrañas de la que debe ser su madre y protectora». Igualamente deplora que se llame «eutanasia» (qué etimológicamente significa «buena muerte») a lo que es la muerte decretada por los fuertes y aplicada contra los débiles, en lo que califica como una prostitución del lenguaje.
«Lamentablemente hay políticos cristianos y políticos humanistas, y también comentaristas y líderes de opinión, todos declarados muy demócratas, que parecen no entender estos núcleos elementales en los que se fundamentó desde su fuente el humanismo cristiano», concluye en su misiva.
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