Redacción (Jueves, 08-08-2013, Gaudium Press) La liturgia torna posible ejercer una acción más profunda en las almas, no solo llevándolas a participar más activamente en los sagrados misterios, pero también abriendo para ellas, a través de la belleza de los rituales, la ‘via pulchritudinis’ (vía de la belleza), por excelencia.
Mons. João Scognamiglio Clá Dias |
Además de la belleza que le es propia, la liturgia realiza por su simbolismo y esencia, y del modo más esplendoroso posible, la sacralización de las realidades temporales, en que se deben empeñar todos los fieles. En la Celebración Eucarística, es el Cielo que se une a la Tierra, lo espiritual al temporal. Es Cristo, al mismo tiempo el arquetipo del género humano y el Hijo de Dios, que se ofrece al Padre para interceder por sus hermanos.
Es propio a la naturaleza humana tender a imitar aquello que admira, y en eso consiste la mejor forma de aprendizaje. No se podrá negar que una liturgia celebrada con la debida compenetración y manifestando toda la belleza que le es inherente ha de tener una acción benéfica sobre los fieles, moldeando a fondo su mentalidad y llevándolos a imitar en alguna medida el ritual presenciado.
Esa transposición del ceremonial no se cifra en una reproducción de gestos, sino en proyectar para la vida temporal el ambiente de sacralidad presenciado en los actos litúrgicos. El padre o la madre que asisten a una celebración esplendorosa, repetirán instintivamente en el día a día, en el «ritual» de la iglesia doméstica, el ceremonial de la Iglesia. Dar bendición a los hijos, por ejemplo, es una forma de hacer presente el espíritu católico en la realidad temporal de la familia.
(Extraído de: DIAS, João Scognamiglio Clá. Considerações sobre a gênese e o desenvolvimento do movimento dos Arautos do Evangelho e seu enquadramento jurídico, 2008. Tesis de Maestría en Derecho Canónico – Pontifício Instituto de Derecho Canónico de Río de Janeiro.)
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