Ciudad del Vaticano (Martes, 13-08-2013, Gaudium Press) Millares de fieles llenaron nuevamente la Plaza de San Pedro, Roma, para la oración del Ángelus y para oír las palabras del Papa el pasado domingo 12.
Las reflexiones del Papa Francisco fueron sobre el Evangelio del día: «en el Evangelio de este domingo, Lucas nos habla del deseo del encuentro definitivo con Cristo, un deseo que nos hace estar siempre listos, con el espíritu despierto, porque aguardamos este encuentro de todo corazón, enteramente. Este es un aspecto fundamental de la vida cristiana», dijo el Santo Padre.
El Pontífice invitó a los fieles a responder varias preguntas: «¿Ustedes tienen realmente un corazón deseoso de encontrar a Jesús? ¿O su corazón está cerrado, adormecido, anestesiado? Piensen y respondan en silencio, en sus corazones».
Luego continuó haciendo preguntas para estimular la reflexión sobre el trecho del Evangelio de San Lucas, «donde está su tesoro, está su corazón»: «¿Dónde está su tesoro? ¿Cuál es para ustedes la realidad más importante, más preciosa, la realidad que atrae su corazón como un imán? ¿Se puede decir que es el amor de Dios? Algunos podrían responderme: Padre, pero yo trabajo, tengo familia, para mí la realidad más importante es conseguir mantener mi familia, mi trabajo… Cierto, es verdad, ¿pero cuál es la fuerza que mantiene unida una familia? Es justamente el amor de Dios que da sentido a los pequeños compromisos cotidianos y que ayuda a enfrentar las grandes dificultades. Este es el verdadero tesoro del hombre».
El Papa Francisco resaltó en sus palabras que «el amor de Dios no es algo indefinido, un sentimiento genérico, no es aire; el amor de Dios tiene un nombre y un rostro: Jesucristo, porque no podemos amar el aire. Amamos personas, y aquella persona es Jesús». «Es un amor -explicó- que da valor y belleza a todo el resto: a la familia, al trabajo, al estudio, a la amistad, al arte, a cualquier actividad humana».
Para concluir, el Santo Padre afirmó que «este amor da sentido también a las experiencias negativas, porque nos permite ir adelante, no quedar prisioneros del mal, y sí ir más allá; nos abre siempre a la esperanza, al horizonte final de nuestra peregrinación. Así, hasta los cansancios, caídas y pecados ganan un sentido, porque el amor de Dios nos perdona».
Con información de Radio Vaticano.
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