Erexim (Viernes, 23-08-2013, Gaudium Press) «Vida Consagrada – Amor donación» es el título del nuevo artículo de Mons. José Gislon, obispo de la diócesis de Erexim, en el Estado de Río Grande del Sur, Brasil, donde él afirma que una de las más bellas maneras de seguir a Jesús es aquella marcada por la consagración de la vida por los votos de pobreza, obediencia y castidad, en el seno de una comunidad, en vista de la belleza del Señor y de la misión en el mundo.
De acuerdo con el prelado, la vida consagrada siempre estuvo presente en la Iglesia; pasó por muchas dificultades en estos 2 mil años de cristianismo, pero supo responder con una nueva primavera a los nuevos desafíos advenidos de los cambios de la sociedad. «La Iglesia no puede vivir sin el carisma de la vida consagrada», enfatiza.
Según Mons. Gislon, la vida consagrada tuvo un papel profético a lo largo de la historia de la Iglesia, ayudándola a hacer un camino de conversión. Para él, los consagrados son caracterizados como hombres y mujeres de Dios y la vida religiosa nace y se desarrolla como una forma original de seguir a Jesús, en estado de peregrinación.
«La Iglesia en América Latina debe mucho a los religiosos y las religiosas. De modo particular por su empeño en la implantación de la Iglesia en muchos lugares. No olvidando todo el trabajo hecho en la catequesis, en la educación, en los hospitales y los seminarios. El carisma de cada una de las órdenes y congregaciones es don de Dios, no solo para la vida de los miembros de los institutos, sino para la Iglesia y el pueblo de Dios. Todo carisma solo tiene sentido cuando vivido en esta dimensión», resalta el arzobispo.
Por último, Mons. José destaca que en el aspecto vocacional, la vida consagrada es un llamado; de modo simbólico, ella manifiesta lo absoluto de Dios en nuestra vida, un modo de ser según el Evangelio. Conforme el prelado, fue en el amor a Cristo y por amor a Él que los fundadores iniciaron los institutos de vida consagrada en la Iglesia.
«Si la vida consagrada viniese a desaparecer, sería una pérdida enorme en la Iglesia y en el mundo desde el punto de vista de civilización y de humanización, pero de modo especial del amor de Cristo, de su carácter misterioso, inexplicable. En la Iglesia local, la contribución fundamental de la vida consagrada es de conservar viva la visibilidad y el carácter profético del Evangelio», concluye. (FB)
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