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La Reina que intercede por los hombres

Redacción (Martes, 27-08-2013, Gaudium Press)

«A la derecha de Dios, la Reina que intercede por los hombres»

Comentando ese texto sagrado, dice el P. Jourdain:

Con razón el Rey-Profeta nos muestra a la Bienaventurada Virgen María – la Reina, como él la llama – sentada a la derecha de Dios en el Cielo: Adstitit regina a dextris tuis. Si el Rey Salomón quiso que su madre, Betsabé, tuviese un solio preparado a la derecha de su trono real, y que ella ahí tomase asiento, ¿se podría pensar que Jesucristo tuviese menos atenciones para con su divina Madre? Decirlo sería una blasfemia; lejos de nosotros tales imaginaciones. María excede en dignidad, y en un grado inimaginable, a la madre de Salomón y a todas las otras mujeres. (…)

Ella es, al mismo tiempo, una Reina omnipotente para ayudarnos, para buscarnos un refugio contra nuestros enemigos, para protegernos y defendernos. (…) La verdadera Ester, la esposa del gran Rey, aquella que salva a su pueblo, aquella junto a la cual encontramos seguro asilo, es la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios. Ella es quien nos libra de la muerte eterna, que desvía de nosotros el terrible y fulminante golpe de la suprema condenación.

Honrada con el lugar inmediato junto al Rey

De acuerdo con San Buenaventura, una de las honras con que Jesucristo distinguió a su Santísima Madre, en los Cielos, fue la de reservarle «el lugar inmediato junto al Rey». Y esto por tres razones.

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Primera, por la unión amorosa de corazones. Así como nada se interpuso entre el corazón de Dios y el de la Virgen, tampoco se interpone algo entre sus tronos. (…)

Segunda, por la frecuente intercesión por los pecadores. Porque, teniendo Ella el oficio de medianera y reconciliadora, debe sentarse, no lejos, sino cerca y casi al lado, como para hablar al oído del Rey, a fin de que Él no pronuncie severa sentencia contra los que a Ella recurren, o, caso la hubiese dictado, sea revocada. Tienes un ejemplo en el capítulo VII del libro de Ester: «¿Qué petición es la tuya, oh Ester?»

Y en seguida, al eco de su palabra, la cruel sentencia queda anulada; ahorcado, el enemigo; los émulos, desbaratados y libre, el pueblo. Por eso se dice en el capítulo VI de los Cánticos, que María, para socorrer al mundo y combatir los demonios, «es terrible como un ejército en orden de batalla».

Y tercera, por el patriarcado, el cual, aunque hubiese correspondido a Adán entre los hombres, y a Eva entre las mujeres, sentándose Ella a la derecha de Dios, o sea, poseyendo sus más excelentes bienes, se transfirió (el dicho patriarcado) a Cristo y a María, su Madre; pues así como aquellos fueron asesinos del género humano, estos fueron sus salvadores. Ella, que reina con el Hijo para siempre, nos alcance el perdón de (nuestros) pecados.

Reina de todos los Santos, a la derecha del Altísimo

Aún, acerca de esa augusta preeminencia de Nuestra Señora, «sentada a la derecha del Rey en nuestro abono», consideremos esta expresiva página del Tesoro de Oratoria Sagrada:

En el día de su Asunción, el esplendor de María superó al de los astros en el firmamento; (…) en aquel glorioso día su belleza ofuscó, no solo la del planeta que ilumina las tinieblas de la noche, sino la de aquel ante cuyos rayos desaparece toda otra luz. Se oyó, entonces, resonar por las altas regiones, la voz del real Salmista, cuando, arrebatado por divina inspiración, admiraba a la Reina con un vestido bordado de oro, engalanada con varios adornos, y sentada en el trono del propio Rey.

¡Ah, sí! Habiendo sido María superior a los Patriarcas en la firmeza de la fe; a los Profetas, en la contemplación de las cosas divinas; a los Apóstoles, en el celo de la honra de Dios y del bien de las almas; a los Mártires, en la virtud de la fortaleza; a los Santos Padres, en la sabiduría; a los Confesores, en la paciencia y la mansedumbre; a las Vírgenes, en la pureza, y a todos, en la santidad; y habiendo correspondido en grado eminentísimo a la gracia, y practicado todas las más preciosas virtudes, por eso, en el día de su Asunción, apareció Ella con vestido bordado de oro, engalanada con varios adornos, sentada a la derecha del Altísimo, y coronada Reina de todos los Santos.

Dios, que tanto exaltó a María en el Cielo, quiso que su glorificación también tuviese esplendor en la Tierra. Él puso en sus manos el cetro de la misericordia, las llaves de la beneficencia. Y a partir de entonces, todos los favores y todas las misericordias llegaron a los hombres por intermedio de María. Sí, por Ella alcanzaron gloria el Cielo; paz la Tierra; fe el pueblo; una regla la vida, y disciplina las costumbres. Por Ella se alegra el valle, florece el desierto, se cubren los campos de nuevo verdor, y se convierten en sonrisa de alegría las lágrimas de los desgraciados. (…) De manera que, así como no existe ciudad, ni villa, isla ni principado, donde no se vea un altar erigido a la gloria de María, tampoco hay ciudad o villa, isla o principado, donde no se hable de gracias imprevistas, singulares, extraordinarias y milagrosas, alcanzadas por obra del benévolo patrocinio de la Virgen (…) Os exhorto, pues, a que coloquéis toda confianza y toda fe en María. Ricos y pobres, poderosos y miserables, príncipes y súbditos, padres e hijos, grandes y pequeños, sabios e ignorantes: no olvidéis que María es nuestra Reina y Madre.

(Pequeno Ofício da Imaculada Conceição Comentado; Monsenhor João Clá Dias, EP; Artpress – São Paulo, 1997, p. 43 a 46 e 283-284)

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