La Plata (Miércoles, 28-08-2013, Gaudium Press) Mons. Héctor Aguer, Arzobispo de La Plata Argentina, resaltó las figuras de San Juan María Viannet -el Cura de Ars- y del futuro beato Padre Brochero, como modelos inmortales de lo que debe ser un sacerdote, en la misa por el Día del Ex Alumno en el Seminario Mayor San José, el pasado 8 de agosto.
«Ambos son modelos históricos y siempre actuales. Ambos fueron auténticamente populares; no necesitaron que los hiciera populares la ficción mediática que -por otra parte, y felizmente-, no existía en sus respectivos tiempos», resaltó.
En Eucaristía concelebrada por el arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina y quien fuera superior del seminario, monseñor José María Arancedo, el Arzobispo Aguer recordó que «a partir del Concilio Vaticano II la Iglesia ha acopiado un tesoro de doctrina, ensayada en experiencias eclesiales de distinto tipo, sobre la identidad del sacerdocio y sobre la formación de sus presbíteros; en este campo se advierten con nitidez la continuidad con una tradición histórica y una necesaria renovación».
«No se puede decir que no se sepa hoy en día qué quiere la Iglesia de sus sacerdotes. La cuestión es poner por obra esas orientaciones, en el seminario durante el proceso formativo -es eso lo que tratamos de hacer en esta casa- y luego en el ejercicio del ministerio ordenado. En la base, en la fuente, está siempre la gracia de la vocación y el misterio de la libertad que responde a ella, se deja impregnar por ella y la hace servicio efectivo de todos en el trabajo cotidiano», subrayó.
«Pablo VI -dijo Mons. Aguer- lo formulaba así en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi: ‘Lo que constituye la singularidad de nuestro servicio sacerdotal, lo que da unidad profunda a la infinidad de tareas que nos solicitan a lo largo de la jornada y de la vida, lo que confiere a nuestras actividades una nota específica, es, precisamente, esta finalidad presente en toda acción nuestra: ‘anunciar el Evangelio de Dios'».
«Se trata, pues, de hacer presente, a través de nuestro ministerio, a Cristo sacerdote y a su obra de salvación, de redención universal. ¡Ni más ni menos! Es la dedicación más honrosa que se podía conceder -porque se trata siempre de una gracia- y la más útil que se nos podía solicitar a gente como nosotros, siervos inútiles pero dispuestos a que el Señor nos asuma, empeñe y emplee. Esto constituye nuestra alegría, nuestra plenitud; esto es ya también nuestro premio», concluyó.
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