domingo, 24 de noviembre de 2024
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El Placer y el Absoluto

Redacción (Lunes, 09-09-2013, Gaudium Press) Decía Plinio Corrêa de Oliveira que el problema no es el placer en sí, sino que el placer obstaculice el camino hacia el Absoluto, y se constituya él en falso absoluto. Expliquemos un tanto la importante afirmación anterior.

Digamos primero que el placer no puede ser malo, pues fue también creado por Dios: placer se define en filosofía cristiana como el resultado de la realización de las tendencias, de las apetencias, sean estas sensibles o racionales. De tal manera que si la persona tiene el deseo de comer un helado de pistacho, y satisface esa apetencia, sobreviene el placer. Sin embargo, si se trasforma el ‘placer del helado de pistacho’ en un ‘absoluto’, pues se trunca el camino normal que debe recorrer el espíritu humano y es el de ver en el helado de pistacho lo que tiene de reflejo de Dios. El placer no es el término final del correcto proceso humano sino que es Dios, presente en un color, en un sabor, en una textura, algo que solo puede ser alcanzado cuando la persona no se deja inebriar por el mero placer.

Es claro también que la experiencia de un intenso placer (particularmente los placeres meramente sensibles) es un mayor riesgo de truncar el camino hacia el absoluto, teniendo en vista la naturaleza decaída que es la nuestra; es por ello que la moral cristiana hace de la prédica de la templanza una de sus principales labores. El vicioso es llanamente aquel que dejó que el placer se trasformase en su absoluto y lo esclavizase.

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Amando a Dios, en un atardecer – Foto: josemiguelmartinez.es

Entretanto el placer, en sus justos límites, sí puede servir de incentivo para buscar al Absoluto. Hay también en el hombre (en unos más, en otros menos) una tendencia a encerrarse en sí, en su mero egoísmo, siguiendo el camino de Satanás que de no ver la maravilla de Dios presente a su alrededor, y de tanto contemplarse exclusivamente a sí, hizo de él mismo un ídolo. Verdaderamente el placer legítimo que se experimenta en contacto con el Universo, nos puede servir de incentivo para abrirnos a la presencia de Dios, que se manifiesta también en el Orden creado.

Lo cierto es que desde que inicia su recorrido en esta tierra, el ser humano forzosamente se va haciendo cada vez más consciente de su contingencia, de sus carencias, de su exigencia de ser ‘completado’. Su necesidad de alimento, de abrigo, de ayuda de todo tipo no son sino manifestaciones de su contingencia. Pero no sólo eso. Aún cuando satisfechas las necesidades de subsistencia física, normalmente el hombre sigue buscando otras cosas, sigue deseando algo más, quiere conocer una y otra realidad, otros hombres, quiere completar su ser alcanzado el Ser en plenitud, en lo que se revela la tendencia del ser humano hacia el Absoluto: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti», decía San Agustín al constatar una de las más importantes realidades psicológicas del hombre.

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Amando a Dios, en la grandeza humana, en la grandeza de los santos

Ese necesario caminar hacia el Absoluto pasa forzosamente por el Universo material. El hombre conoce y abstrae a partir de las realidades sensibles y las realidades sensibles son causa del despertar las apetencias del hombre. Es decir, a partir de las realidades sensibles se desarrolla todo el psiquismo humano. San Simón el estilita -admirable arriba de su columna de 17 metros, alejado de todo convivio humano en su contemplación directa de Dios- no es sino una maravillosa excepción, de esas que Dios suscita para el asombro encantado del género humano, pero no para que lo imite la generalidad de los hombres.

¿Tendremos pues que entrar en contacto con los bienes sensibles, teniendo siempre en el consciente o en el subconsciente que ellos son enconados enemigos que nos pueden llevar al vicio, transformarse en falsos absolutos y obstaculizar el camino hacia el Creador? La vigilancia es una de las cualidades del buen cristiano, ya lo dijo el Salvador: «Vigilad y orad para no caer en tentación». Entretanto, ¿si Dios manifiesta de una u otra manera su existencia en el Universo, y fue Dios quien nos puso en el Universo, y fue Él mismo quien quiso que nos ‘completáramos’ en el Universo, no habrá una forma de que este Universo sea también camino para llegar a Dios? Evidentemente que sí.

«El Universo es una catedral», decía también Plinio Corrêa de Oliveira, en el sentido de que podemos usar la obra de Dios para trascender hacia Él, así como quien va a una bella Catedral y encuentra en una bonita y piadosa imagen, o frente a un bello altar, la ocasión para reconocer y adorar al Hacedor del Mundo.

Admirar las muchas cosas admirables que hay en la creación, es así un acto de ‘buena educación’ con Dios. Como cuando una gran dama nos invita con especial gusto a una recepción, en un elegante y decorado salón, donde se ofrecen viandas exquisitas. ¿Tendríamos allí el mal gesto de pasar sin degustar, contemplar, admirar, ver en todo la diligencia de la dama, para después agradecerle de corazón? Bien probablemente no. Pues no hagamos eso con Dios.

Por Saúl Castiblanco

 

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