domingo, 24 de noviembre de 2024
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Entre el paraíso perdido de la admiración y la fetidez amargada del orgullo y la sensualidad

Redacción (Miércoles, 11-09-2013, Gaudium Press) Recordamos en este momento las lamentables líneas de un joven anarquista, que deploraba exaltado ese continuo movimiento del hombre de estar soñando con «paraísos perdidos», de añorar «cielos futuros», de vivir para «reinos encantados» evocados.

Constataba así el pobre joven anarquista uno de los instintos más fundamentales del ser humano, y tal vez el más: su deseo constante de una felicidad plena, donde todas sus apetencias se encuentren completamente satisfechas.

La Iglesia católica promete a quien luche en esta tierra por cumplir los mandamientos la Visión Beatífica, que es la esencia del cielo, donde el hombre estará «en la presencia desvelada, manifiesta y eterna de Dios» y su «alma purificada verá a Dios con una visión intuitiva, cara a cara, sin mediación de criatura alguna» 1 .

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Foto: Jorge Mejía Peralta

‘Sin mediación de criatura’… la espiritualidad cristiana harto ha prevenido contra el apego a los bienes terrenos; bastante ha advertido de cómo el mal uso de las criaturas y los placeres conexos desvían del camino hacia Dios. Entretanto, es fácil derivar de ahí (y de hecho ocurre no poco) a una concepción simplista y falsa, que ve esta tierra como una mera cámara de torturas, en la que dependiendo del comportamiento y resistencia del reo éste se hará o no acreedor a la gloria y felicidad eternas. Es claro que esta visión simplista proclamada con fuerza fácilmente puede alejar de la fe, al ver la vida cristiana como una carga realmente insoportable.

Sin embargo, esta visión como ya dijimos es falsa, pues desconoce que las criaturas y su contemplación placentera también pueden ser instrumentos para llegar al Creador.

¿Cómo no ver la «mano de Dios» en la melodiosa y aguda voz de una soprano genuinamente famosa por su arte, o en los tonos poderosos medios-graves de un gran tenor que modula un aria verdaderamente sublime? Un gran cantor es también una invitación de Dios para que lo reconozcamos como fuente de toda perfección, como la Perfección Total. Sin embargo -y delante de las múltiples maravillas que aún en estos tiempos de horrores todavía pasan delante de nuestros ojos- son pocos los que realizan estos ejercicios de trascendencia hacia el Absoluto a partir de la realidad creada. ¿Por qué? La explicación es simple.

Con el correr de la vida los hombres fueron abandonando la admiración encantada de las maravillas -o incluso de las cosas simples- que era nuestro patrimonio de pequeños. Y el egoísmo, el ver o buscar en las cosas solo aquello que nos reporta beneficio o placer, el pensar casi exclusivamente en la forma de acrecentar el prestigio o la consideración de los otros, fue apagando en nuestros espíritus la capacidad de volar hacia el Absoluto desde los bienes sensibles, y nos privó de las castas delicias de la admiración contemplativa del Orden del Universo.

Castas delicias que hoy por hoy son realmente necesarias, en un mundo que cada vez más descubre con amargura la frustración del vicio, de la irreligión. Ya decía el poeta polaco Norwid, citado por Juan Pablo II en la Carta a los Artistas, que «la belleza sirve para entusiasmar en el trabajo, el trabajo para resurgir» 2. Sin una admiración contemplativa de la belleza -que es «la expresión visible del bien»- muchas veces el hombre carecerá de la ‘energía’ necesaria para llevar adelante las luchas de esta vida, que sí, no son pocas.

Pero, tranquilos… nada está perdido irremediablemente, por lo menos no hasta la hora de la muerte. Para restaurar esa visión admirativa solo hay que juntar las manos delante de una imagen de la Virgen, y pedirle a Ella -que es la Reina de la Admiración, que todo lo admirable lo guardaba en su corazón- que nos restaure esa visión inocente de la primavera de nuestra vida espiritual. Y practicar…

Practicar cuando pasa un colibrí por la ventana, tal vez en el momento en que estamos concretando un negocio, y reservar un espacio en el alma para admirar a esa ágil y frágil joya verdoso-plateado-azulada que rauda cruzó ante nuestros ojos. Admirarla por el mero hecho de que es digna de admiración, como una especial criatura de Dios.

No, no es fantasía, no es infantilismo. Es ya casi la necesidad de buscar un poco de aire puro en medio de tanta fetidez, la fetidez del orgullo y la sensualidad generalizados.

Por Saúl Castiblanco

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1 La Visión Beatífica. Sagrada Congregación del Clero. In: http://www.clerus.org/clerus/dati/2001-12/13-999999/09CarSp.html

2 Juan Pablo II. Carta a los Artistas. 4-IX-1999. n. 3

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