Redacción (Jueves, 19-09-2013, Gaudium Press) Hay una célebre frase de Paul Bourget que dice: «Cumple vivir como se piensa, bajo pena de, más temprano o más tarde, acabar por pensar como se vivió».[1]
Santo Tomás no solo vivía lo que pensaba, sino escribía lo que vivía. Por esta razón, él es considerado como el arquetipo del intelectual católico, pues para él la ciencia no era un fin en sí mismo, sino, un excelente medio de santificación.
Guillermo de Tocco reitera que: «Todas las veces que él quería estudiar, iniciar una disputa, enseñar, escribir o dictar, se retiraba primeramente en el secreto de la oración y rezaba vertiendo lágrimas, a fin de obtener la comprensión de los misterios divinos». [2]
Y, efectivamente, él «se entregó totalmente a las cosas de lo alto, y fue contemplativo de un modo enteramente admirable.»[3] Vivía «totalmente entregado a las cosas celestes».
En la mayor parte del tiempo estaba ausente de los sentidos, de tal modo que más se suponía estar él donde su espíritu contemplaba que donde permanecía su carne».[4]
Era en la vida de piedad que Santo Tomás adquiría los más altos conocimientos, comprendía los textos sagrados y encontraba la solución para los más complicados problemas teológicos.
Por el Diácono Inácio de Araújo Almeida, EP
[1] Borget, Paul. Le Démon du Midi, Plon, Paris, 1914, vol. II, p. 375.
[2] Guilelmus de Tocco. Ystoria sancti Thome de Aquino, cap. XXV. Op. cit., p. 157.
[3] Ibid., cap. XLIII, pp.173-174.
[4] Ibid.
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