Redacción (Martes, 24-09-2013, Gaudium Press) Afirma Santo Tomás en el Proemio al Comentario del Evangelio de San Juan que «todo aquello que es por participación se reduce a lo que es por esencia como a lo primero y sumo, lo mismo que todo lo encendido por participación se reduce al fuego que es tal por esencia. Como todas las cosas que son participan del ser, y son entes por participación, es necesario que haya algo en el vértice de todas las cosas que sea por esencia su mismo ser, esto es, que su esencia sea su ser; y éste es Dios, que es la suficientísima y dignísima y perfectísima causa de todo el ser, del que todas las cosas que son participan el ser».
El texto anterior nos permite explicar el maravillamiento, el encanto que el niño tiene cuando a través de sus sentidos entra en contacto con la realidad creada.
Foto: Pablo Fernández |
Cada objeto que contempla es para él una manifestación del Ser divino. Por un movimiento asimismo natural el niño busca lo más perfecto en aquello que percibe, pues así se lo pide su también impulso natural hacia Dios, que es Perfección Absoluta y Ser Absoluto. Las perfecciones existentes son para el infante verdaderos ‘reflejos divinos’ del Ser por esencia, y mayores perfecciones son mayores ‘reflejos’, particularmente teniendo en consideración la doctrina de la participación trascendental tomista, aunque también la de la participación predicamental. 1
De tal manera que cuando contempla un vaso de cristal, él se maravilla, incluso aunque este vaso no sea muy refinado. Pero si él ve un vaso ya no de cristal sino de ónix pulido de una bella forma, su alma tenderá más hacia éste, pues él le habla más de Dios.
Ese camino es lo que Ángel Luis González llama la tríada ‘ens-esse-Esse’ 2 (ente – ser del ente – Ser Absoluto). El ser del ente nos remite al Ser de Dios, que a su vez es ‘causa totius esse’, causa de todo ser. Verdaderamente «el ‘esse’ del ente remite al ‘Esse’ separado [Dios] y este es el fundamento ‘in esse’ de los entes por participación [criaturas]». 3
Por eso es ignorante y más bien digna de compasión la actitud de ese tipo de ‘adulto instruido’, que ante el maravillamiento de un infante por un objeto simple, intenta cortar ese movimiento con expresiones ‘geniales’ como «eso es solo un vaso…» u otras del corte. Mientras que el niño en el vaso está observando a Dios, el ‘adulto instruido’ ve sólo arena procesada… realmente, pobre ‘adulto’.
Es claro que en contacto con una copa de ónix o de ágata, la de meramente vidrio nos podrá parecer simple, y al niño en un determinado momento de su proceso humano también. Pero la admiración de lo pequeño nos prepara para la admiración de lo grande, rumbo a la Grandeza absoluta.
Foto: Eric |
¿Y cuando hayamos conocido todas las copas producidas, inclusos las más lindas y perfectas? En ese momento aún quedarán las copas posibles y no realizadas, a medio camino entre lo existente y el Creador, y ‘fabricables’ en la mente de un espíritu que busque siempre la perfección. Por lo demás fue así -en esa fabricación perfectible-imaginaria- que nacieron las copas, las catedrales, las cosas maravillosas que el hombre creó, y que tienen esa maravillosa ‘función social’ de acercarnos al Creador, una labor social muy importante en este mundo de vulgaridad y pequeñez, donde casi todo habla de achatamiento, de medianía.
Cabe recordar eso sí, que la contemplación de las maravillas de Dios es productora de serena y verdadera felicidad. Nada más feliz que un niño inocente y contemplativo. Este le encuentra gusto a todo; Dios se le da a conocer a través del conjunto de la creación, y conversa con él como lo hacía con Adán en las tardes del paraíso. ¡Ah… que linda es esa primavera de la vida, donde todo es dorado, suave, etéreo, plácido, sublime!
Entretanto no tenemos que remontarnos a los niños para degustar ese tipo de felicidad. Simplemente recordemos el hecho acaecido en tiempos pretéritos, el de una rutilante actriz que desde su balcón engalanado vio a unas sencillas monjas plenas de felicidad en el simple juego de pasarse un balón la una a la otra. Es claro que esa observación la dejó conmovida: Ella, con toda su fama, placeres y riquezas percibía que no alcanzaba ni una mínima parte de esa felicidad lozana, de esa cándida alegría.
Era la alegría de la inocencia, inocencia que la actriz ya no poseía. Pero que a fuerza de admirar, de admirar la inocencia, de admirar los reflejos de Dios en la Creación, se puede readquirir. Porque, en cualquier caso, si no nos hiciéremos como niños no entraremos en el Reino de los Cielos…
Por Saúl Castiblanco
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1 Cfr . González, Ángel Luis. Ser y Participación – Estudio sobre la Cuarta Vía de Tomás de Aquino. Eunsa. 3ra. Ed. 2001. pág. 211.
2 Ibídem, pág. 200.
3 Ibídem, pág. 201.
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