sábado, 23 de noviembre de 2024
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Los milagros de Cristo aseveran su modo de ser – II Parte

Redacción (Miércoles, 25-09-2013, Gaudium Press) Ejemplo concreto de esto [ndr.: de negaciones de que Cristo hiciera milagros] es la corriente de los llamados Modernistas. Estos fueron inculpados por Su Santidad, San Pío X, en la famosa encíclica Pascendi Dominici Gregis – sobre las doctrinas Modernistas. En efecto, afirma el Sumo Pontífice que ellos son, por su doctrina, de carácter agnóstico: «Comenzando por el filósofo, cumple saber que todo el fundamento de la filosofía religiosa de los modernistas se asienta sobre la doctrina, que llamamos agnosticismo. [4]» Y más adelante muestra el Santo Padre que esta doctrina niega los milagros de Cristo: «Por este motivo, si todavía se quisiese saber si Cristo hizo verdaderos milagros y profecías, si verdaderamente resucitó y subió al cielo, la ciencia agnóstica lo negará (…) Lo niega el filósofo como filósofo, hablando a filósofos y considerando a Cristo en su realidad histórica.» [5] De este modo, para ellos, la negación de las doctrinas de Cristo es una mera consecuencia, visto que sus milagros, por no haberse dado, no confieren ninguna autoridad al Salvador; con lo que resulta que su doctrina no es digna de crédito.

Después de haber visto algunos aspectos de contestación, veamos qué nos enseña la teología de la Santa Iglesia, buscando profundizar en respuestas a preguntas como: ¿Era conveniente que Cristo realizase milagros? O más todavía: ¿Tales milagros tenían alguna necesidad? ¿Cuál era el objetivo de aquel que los realizaba?

1.pngEl gran San Agustín nos aclara qué pensar respecto a los milagros de Cristo: «No nos debe sorprender que Dios -es decir, Jesucristo como Dios- haya obrado milagros… Debemos sentir más alegría y admiración porque Nuestro Señor y Salvador Jesucristo se haya hecho hombre, que un Dios haya efectuado cosas divinas entre los hombres». [6]

En efecto, el mayor milagro por parte de Dios, fuera su encarnación en el seno purísimo de la Bienaventurada Virgen María. Hasta su ascensión al Cielo, la vida de Cristo constituyó un constante milagro, consecuencia de éste.

Pero ¿por qué el Mesías obró explícitamente milagros en su vida pública? ¿Cuál era su objetivo? ¿Era realmente necesario?

A esto respondemos que más allá de una necesidad pedagógica, hay también significados y simbologías que se enseñan a los que leen los evangelios. De hecho Nuestro Señor obró milagros para confirmar su doctrina y atestiguar su omnipotencia divina. Los obraba para la salvación y el bien de los que Él tenía delante de sí. De tal modo que Él se negó a realizar milagros en Nazaret, pero no por una incapacidad de su parte, pues en ningún momento dejó de ser Dios, y sí porque no habría fecundidad espiritual para los que estaban presentes. Al contrario, debido a su dureza de corazón, podría ser un motivo más de condenación.

Hay también, de hecho, otros motivos más profundos, por los cuales sabemos de las necesidades de estos milagros, como nos muestra Fillion: «Jesús traía a los hombres una enseñanza nueva, opuesta en varios puntos a sus ideas estrechas, mezquinas; y esta enseñanza es no solamente admirable y sublime, sino es, además, repleta de misterios. Era preciso milagros para mostrar que una tal revelación, que se presentaba como debiendo abrogar, o al menos transformar y completar las precedentes, tenía en realidad un origen divino. Multiplicando sus prodigios, Jesús probaba que él era el enviado de Dios, y que, por consiguiente, su enseñanza, aunque transcendente y misteriosa por veces, podría ser mirada como venida también de arriba. […]

«Por otro lado, Jesús se presentaba al mundo como un legislador universal, y la ley nueva que él imponía a la humanidad no era menos severa, menos opuesta a nuestras pasiones y a nuestra naturaleza decaída, como era también pura, noble y santificante.» [7]

Debemos recordar que Dios cuando enviaba a sus profetas, les daba el don de hacer milagros, para que de este modo, el pueblo viera que estos venían de su parte, y que así cumpliesen los preceptos por ellos predicados. Lo mismo se dio con el Divino Redentor, obró milagros a la vista de todos, implicando así su doctrina de carácter divino, para que fuese digno de crédito.

Percibimos un matiz en las órdenes que Nuestro Señor da, al obrar los milagros. De hecho hay ocasiones en que Él ordena y obra directamente, por su propia autoridad, como en la resurrección de Lázaro, cuando ordenó: «¡Lázaro, ven para afuera!». Otras veces Él reza y pide a Dios que haga lo que Él desea, como en la multiplicación de los panes (Mt. 14, 19) «tomando los cinco panes y los dos peces, levantando los ojos al cielo, dijo la bendición…». Él hace delante de los otros una oración a Dios. Esto era para demostrar, de algún modo, que Él era al mismo tiempo Dios y el Hijo de Dios, el enviado del Padre, aquel que hace todo lo que el Padre quiere, que tiene una sola voluntad con el Padre.

De entre los innúmeros escritos de Santo Tomás de Aquino sobre la Persona del Verbo Encarnado hay dos artículos de la Suma Teológica que más particularmente interesan a nuestro tema: los artículos 1 y 4 de la cuestión 43 de la IIIª parte.

Sobre la necesidad de Nuestro Señor realizar milagros nos dice el Doctor Angélico: «Por el poder divino es concedido al hombre hacer milagros por dos razones: primero, y principalmente, para confirmar la verdad que alguien enseña. Las cosas que pertenecen a la fe son superiores a la razón humana y por eso no se pueden probar con razones humanas; es preciso que se prueben con demostraciones de poder divino. De este modo, cuando la persona realiza obras que solo Dios puede realizar, se puede creer que lo que dice viene de Dios. […] – En segundo lugar, para mostrar la presencia de Dios en el hombre por la gracia del Espíritu Santo. Cuando la persona hace las obras de Dios, se puede creer que Dios en ella habita por la gracia. Se dice en la Carta a los Gálatas (3, 5): ‘Aquel que os da el Espíritu y realiza milagros entre vosotros’. Ahora, en Cristo, una y otra cosa era preciso demostrar, a saber, que Dios en Él estaba por la gracia no de adopción, sino de unión; y que su enseñanza sobrenatural provenía de Dios. Por eso, era de todo conveniente que Cristo hiciese milagros. Él mismo afirmó (Jn 10, 38): ‘Si no queréis creer en mí, creed en mis obras’. Y también (Jn 5, 36): ‘Las obras que el Padre me concedió realizar, son ellas que dan testimonio de mí’. [8]

Vemos así como era realmente imprescindible que Nuestro Señor realizase milagros, para que fuese reconocido como enviado de Dios, y para que sus obras fuesen dignas de crédito, por parte de los que testimoniaban tales prodigios. Entretanto nos resta una duda: ¿Los milagros hechos por Cristo fueron suficientes para manifestar su divinidad? En efecto, el propio Santo Tomás ya se cuestionara al respecto, y con su maestría propia explicó:

«Los milagros hechos por Cristo fueron suficientes para manifestar su divinidad por tres razones: En primer lugar, por su especie. De hecho, transcendían todo el poder creado y no podrían ser hechos sino por un poder divino. Fue lo que dijo el ciego curado (Jn 9, 32): ‘Jamás se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si ese hombre no fuese de Dios, no conseguiría hacer nada’.

«En segundo lugar, por el modo como fueron hechos. Cristo hacía los milagros por un poder propio, no orando, como otros hicieron. Se dice en el Evangelio de Lucas (6 19): ‘De él salía una fuerza que curaba a todos’. Lo que demuestra, según Cirilo, que ‘Cristo no recibía poder de otro; como era Dios por naturaleza, manifestaba su poder curando a los enfermos. Por la misma razón hizo también innúmeros otros milagros’. Comentando la frase de Mateo (8, 16): ‘Expulsó a los espíritus con la palabra y curó a todos los enfermos’, dice Crisóstomo: ‘Repare como los evangelistas presentan una multitud de curados, no describiendo cada uno en particular, sino apuntando con una palabra para un mar inconmensurable de milagros’. Eso demuestra que él tenía un poder igual al de Dios Padre, como se dice en el Evangelio de Juan (5, 19): ‘Lo que el Padre hace, el Hijo lo hace igualmente’. Y luego en seguida (5, 21): ‘Así como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, el Hijo también da a quien él quiere’.

«En tercer lugar, por la propia enseñanza con que Cristo se decía Dios. Si esta enseñanza no fuese verdadera, no podría haber sido confirmada por milagros hechos por el poder divino. Dice el Evangelio de Marcos (1, 27): ‘¿Qué es esto? ¿Una enseñanza nueva y con autoridad; él da órdenes hasta a los espíritus impuros y ellos le obedecen?’.»[9]

Dentro de lo que fue expuesto percibimos claramente el modo de ser del Divino Maestro, por los milagros por Él obrados comprendemos la necesidad de estos: – Para certificar su unión con Dios, – mostrar que era realmente enviado por Dios, – para que su doctrina fuese digna de crédito, – y confirmar en la fe a aquellos que lo seguían más de cerca: los apóstoles, en vista de los períodos de prueba. Por sus milagros se certifica su unión con Dios: ciertas veces Él mismo daba las órdenes, en otras Él invocaba al Padre, de dentro de su humanidad, mostrando así de algún modo que Él era al mismo tiempo verdadero Dios y verdadero hombre.

Afirman también los teólogos, y de entre ellos resaltamos a Santo Tomás de Aquino, que era imprescindible que el Verbo Encarnado hiciese milagros en esta tierra. Los hacía para confirmar su Misión de enviado por Dios y regenerador de la humanidad decaída, demostrando al mismo tiempo, que él era Dios; o entonces para dar crédito a los hombres sobre su doctrina, que en muchos puntos se enrumbaba en «contramano» de la que era enseñada por los judíos. Con efecto, varios solo creyeron en sus palabras debido a los milagros obrados delante de todos. [10]

Se concluye entonces que era preciso que venido a la tierra el Verbo de Dios obrase milagros a la vista de los hombres, que los milagros realizados fueron suficientes para mostrar a los hombres que Él es Dios, también para que los que con Él tuvieron la inmensa gracia de convivir pudiesen, bajo su inspiración, relatar para la posteridad el misterio tan grandioso y jamás excogitado de un Dios hecho hombre, que viene a esta tierra de exilio para redimir a la humanidad pecadora y rescatarla así del yugo del demonio: el mayor milagro en beneficio de la Humanidad. Habitando entre nosotros, hizo lo que es propio a un Dios: el bien, que se nos evidenció por los milagros. Es ese uno de los aspectos del modo ser de Nuestro Señor Jesucristo.

Por Diác. Michel Six
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[4] CF. PIO X, 1959, p. 6.
[5] CF. PIO X, 1959, p. 17.
[6] «Il ne doit pas nous paraître étonnant que Dieu – c’est à dire, Jésus-Christ en tant que Dieu – ait opéré des miracles… Nous devons éprouver plus de joie et d’admiration de ce que notre Seigneur et Sauveur Jésus-Christ s’est fait homme, que de ce qu’un Dieu a accompli des choses divines parmi les hommes» (Evang. Joannis tract. 17, 1, IN: FILLION I, 1909, p. 9). (tradução minha).
[7] Jésus apportait aux hommes un enseignement nouveau, opposé sur bien des points à leurs idées étroites, mesquines ; et cet enseignement est non seulement admirable et sublime, mais il est, de plus rempli de mystères. Il falait des miracles, pour montrer qu’une telle révélation, qui se présentait comme devant abroger, ou du moins transformer et compléter les précédentes, avait en réalité une origine divine. En multipliant ses prodiges, Jésus prouvait qu’il était l’envoyé de Dieu, et que, par conséquent, son enseignement, quelque transcendant et mystérieux qu’il fût parfois, pouvait être regardé comme venant aussi d’en haut. […]
D’autre part, Jésus se presentait au monde comme un législateur universel, et la loi nouvelle qu’il imposait à l’humanité n’était pas moins sévère, pas moins opposée à nos passions et à notre nature déchue, qu’elle était pure, noble et sanctifiante. (FILLION, Vol. I, 1909, p. 2-3). (tradução minha).
[8] Cf. Suma Teológica, Q. 43, a. 1.
[9] Cf. Suma Teológica, Q. 43, a. 4.
[10] Cf. C.I.C. 548.

 

 

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