Redacción (Viernes, 27-09-2013, Gaudium Press) En innúmeras ocasiones oímos hablar en la liturgia la celebración de la memoria de un santo, o incluso de la fiesta de algún otro; ciertamente llegamos hasta a participar de la Misa de la solemnidad de los Apóstoles San Pedro y San Pablo. Es normal, y hasta necesario, mencionar, conmemorar y hablar respecto de las virtudes de una persona. ¿Pero, se puede decir otro tanto de una institución? Será que una institución puede ser llamada con toda propiedad de Santa? ¿Hay medios de que ella sea capaz de poseer bondad para ser llamada así? Sí, es el caso de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana, y la razón de eso, estimado lector, está en lo que será expuesto a seguir:
La Iglesia es Santa por tres principales motivos:
1. Es Santa por causa de su Fundador: El único Fundador de la única Iglesia es Jesucristo, segunda persona de la Santísima Trinidad [1]. Él no solo es el Santo de los Santos sino la fuente de toda santidad, el «único Santo» [2], del cual los demás santos lo son por participación de la Santidad de Él. Es la preciosísima sangre de Él que lavó y santificó a los fieles, miembros de su Iglesia [3]. Solo inclusive Nuestro Señor Jesucristo, la santidad en substancia, podría haber fundado una Iglesia que perdurase a través de los siglos santa, inmaculada e irreprensible.
2. Por los medios de santificación que ella administra: La santidad consiste en poseer la gracia santificante. Ahora, alguien solo puede dar alguna cosa a otro si posee ese algo. De eso se sigue que la Iglesia proporciona los medios de santificación porque ella «no posee otra vida sino la de la gracia» [4] la cual procede de su Fundador. De hecho, el catecismo nos deja claro que: «La Iglesia, unida a Cristo, es santificada por Él; por Él y en Él se torna también santificante. Todas las obras de la Iglesia tienden, como su fin, ‘a la santificación de los hombres en Cristo y a la glorificación de Dios’. Es en la Iglesia que está depositada ‘la plenitud de los medios de salvación’. Es en ella que ‘adquirimos la santidad por la gracia de Dios’.» [5]
Sus medios de santificación superabundan, pero los principales son los sacramentos. Recibiéndolos ellos aumentan o infunden la gracia santificante, mediante la cual tenemos la oportunidad de llegar a la propia perfección de Nuestro Señor Jesucristo. Pero también su multisecular doctrina, sus saludables preceptos y sus sapienciales consejos forman parte de esos medios; nada hay en ellos que no combata el mal y el pecado, que no encamine a la virtud más alta y que no produzca los resultados más benéficos. Como dijo el Papa Pablo VI: «es viviendo de su vida [de la Iglesia] que sus miembros se santifican» [6].
De hecho, no es sin razón que el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira afirmó que «entre todas las civilizaciones que se formaron a lo largo de la historia, ninguna produjo riquezas y maravillas superiores a las de la Civilización Cristiana, nacida del influjo directo de la santidad de la Iglesia Católica, Apostólica, Romana» [7].
3. Es santa en sus miembros: Innúmeras veces San Pablo se refiere a los miembros de la Iglesia como «santos» [8]. Con efecto, todo aquel que posee el estado de gracia puede ser llamado, en sentido amplio, de santo y tanto más pueden ser llamados así aquellos que mantienen el estado de gracia de manera continua; por tanto, la santidad de la Iglesia está comprobada también en estas personas cuyas irreprochables vidas iluminan su Sagrado Rostro, constituyéndose en ejemplo y punto de referencia para los hombres. Santo Tomás dice que esta santificación de los fieles se da por la unción espiritual que ellos reciben la cual es la gracia del Espíritu Santo [9].
Pero, además de eso, en sentido más estricto, son santos aquellos hombres y mujeres que fueron reconocidos oficialmente como tales por la autoridad de la Iglesia mediante un riguroso y exhaustivo proceso (este reconocimiento oficial se llama canonización). En estas personas fulgura con mayor intensidad la Santidad de la Iglesia. Ellos son una prueba patente de que la Iglesia es un árbol bueno que produce frutos excelentes incesantemente y con sabores extraordinarios [10].
A lo largo de toda la historia, nunca cesó de existir en la Iglesia esos santos e, incluso en una época tan paganizada y secularizada como la nuestra, continuamos presenciando las canonizaciones de personas que vivieron en nuestros días haciendo portentosos y magníficos milagros, de magnitud similar o mayor a los de los primeros tiempos del catolicismo. Y como prueba de eso basta apenas recordar las recientes canonizaciones de San Pío de Pietrelcina, San Maximiliano Maria Kolbe, San Luis Orione, San Pedro de San José Betancurt, San Leopoldo Mandic, Santa Madre Maravillas de Jesús, Santa Madre Paulina, Santa Faustina Kowalska, Santa Edith Stein, y todavía muchos otros.
El fruto más exponencial de este sagrado árbol es, sin duda alguna, la Santísima e Inmaculada Virgen María. «La santidad de Nuestra Señora se refleja en la Iglesia, su virginidad, su pureza, su disponibilidad en relación a la voluntad de Dios». Ella es, después de Nuestro Señor Jesucristo, el mayor factor de Santidad, pues en ella «‘la Iglesia ya alcanzó la perfección, por la cual existe sin mácula y sin arruga […]’ en ella, la Iglesia es ya toda santa»[11]. Y esto se desprende sobre todo del hecho de su maternidad divina, de la cual, es más, derivan todos los demás privilegios concedidos a ella: Virginidad perpetua; Inmaculada Concepción; Corredentora del género humano; Medianera universal de todas las gracias; Reina del Cielo y de la tierra; Madre espiritual de todos los hombres.
Cuán felices somos nosotros católicos por poseer una Intercesora tan infalible, tan pura, tan inocente, en fin, una Madre tan Santa como la Madre de Dios. Efectivamente, no fue sin razón que el Papa Pablo VI la proclamó Madre de la Iglesia queriendo con eso colocar la santidad de la Iglesia Católica y la de sus miembros bajo el amparo y protección de ella.
Nos resta todavía tratar un último punto que acostumbra surgir como una incógnita para algunos fieles. Esa incógnita se resume en lo siguiente: ¿Si la Iglesia es Santa, cómo es que se explican los pecados que algunos de sus miembros cometen? El propio Jesucristo nos da la respuesta pues Él «comparó su Iglesia a la red que recoge malos y buenos peces (cf Mt 13, 47-50); al campo donde la mala hierba crece entre el trigo (cf Mt 13, 24-30); a la fiesta de casamiento, a la cual uno de los convidados se presenta sin la vestimenta nupcial (cf Mt 22, 11-14)»[12]. O sea, Nuestro Señor Jesucristo, al fundar su Iglesia, ya sabía que en el seno de Ella habría de encontrarse personas que no serían fieles a la misión y a la orden que Él había dado: «sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48). San Pablo, cuando escribe respecto a la incolumidad de la Iglesia, afirma que: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla, purificándola por el agua del bautismo con la palabra, para presentarla a sí mismo toda gloriosa, sin mancha, sin arruga, sin cualquier otro defecto semejante, pero santa e irreprensible (Ef 5, 25-27).»
Monseñor João Clá comenta respecto a esta cita que, a pesar de los errores de algunos de sus miembros: «La Iglesia será siempre sin mancha […]. No sucede lo mismo con las otras instituciones terrenales. Siendo meramente humanas, las fallas de sus integrantes pueden desdorarlas. La Iglesia es la única que tiene una dimensión divina. Por eso, […] su substancia permanece siempre pura. Ella es santa, porque santo es su Fundador […]. Solo los hombres de la Iglesia son pecadores, pero la Santa Madre Iglesia no puede pecar.» [13]
Pablo VI bien recordaba en la Solemne profesión de fe que «es substrayéndose a la vida de Ella [de la Iglesia] que [sus miembros] caen en los pecados y en los desórdenes que impiden la irradiación de su santidad. Es por eso que Ella sufre y hace penitencia por esas faltas, de las cuales tiene el poder de curar a sus hijos» [14].
Querido lector, por más penosa y triste que sea esta realidad ella no nos puede desanimar, antes debe ser un estímulo y un motivo más para que nosotros obedezcamos ciegamente a la orden Divina, «sed perfectos como vuestro Padre celeste es perfecto» (Mt 5, 48), implorando y rogando a Nuestro Señor, por intermedio de Nuestra Señora y de los santos, constantes gracias a fin de que no nos dejemos engañar por los ilícitos y aparentes placeres que nos «substraen» de la vida de la Iglesia. Amemos y abracemos con todas las fuerzas de nuestras almas a esta siempre Santa Iglesia, que Ella nos conducirá sin tropiezos hasta Jesús y María, hasta la vida eterna.
Por Hernán Luis Cosp Bareiro
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[1] Cf. Bula Unam Sanctam de Bonifácio VIII (Denzinger 468).
[2] Lumen Gentium 39.
[3] Cf. AQUINO, Tomás de. Exposição sobre o Credo. 4. ed. São Paulo: Loyola, 1997. p. 74-75.
[4] Sollemnis professio fidei (Credo do povo de Deus: profissão solene de fé) 19.
[5] Catecismo da Igreja Católica 824.
[6] Sollemnis professio fidei (Credo do povo de Deus: profissão solene de fé) 19. Palavras entre colchetes nossas.
[7] Belezas filhas da santidade. Revista Dr. Plinio. São Paulo: Retornarei, 56, nov. 2002. p. 32.
[8] Cf. Rm 1,7; Rm 15,26; Rm 16,15; 1Cor 1,2; 2Cor 1,1; Ef 1,1; Fl 1,1; 1Te 5,27; Hb 3,1.
[9] Cf. AQUINO, Tomás de. Exposição sobre o Credo. 4. ed. São Paulo: Loyola, 1997. p. 75.
[10] Cf. Catecismo da Igreja Católica 828
[11] Catecismo da Igreja Católica 829
[12] CLÁ DIAS, João. A Igreja é imaculada e indefectível: Após cada campanha de ataques contra ela, a Igreja sempre aparece mais forte e esplendorosa do que antes. Disponível em: . Acesso em 22 set. 2010. p. 12.
[13] Loc. cit.
[14] Sollemnis professio fidei (Credo do povo de Deus: profissão solene de fé) 19.
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