Ciudad del Vaticano (Martes, 01-10-2013, Gaudium Press) Mons. Zygmunt Zimowski, Presidente del Pontificio Consejo para los Agentes Sanitarios, recordó el deber común de justicia frente a las personas de edad ya enriquecer la sociedad con su aporte. Los ancianos, afirmó el prelado, «pueden aportar una contribución gracias a la experiencia y la sabiduría que han adquirido a lo largo de la vida».
Mons. Zygmunt Zimowski, Presidente del Pontificio Consejo para los Agentes Sanitarios. |
El Presidente del Pontificio Consejo recordó que la realidad de la vejez es cada vez más importante «debido al progresivo envejecimiento de la población», y porque los 600 millones de ancianos actuales puedan llegar a ser mil millones en tan sólo una década. La mayor longevidad que permite el progreso médico «no puede ser solo un tiempo de supervivencia; hay que valorarla con respeto y propiedad, siguiendo la voluntad y las características de la persona anciana y del contexto al que pertenece», declaró Mons. Zimowski.
Por este motivo, llamó a la solidaridad cristiana entre jóvenes y mayores, ya que la Iglesia es «la familia de todas las generaciones, en la que todos tienen que sentirse como en casa y no reina la lógica del beneficio y del tener, sino la de la gratuidad y del amor». El prelado indicó que la mayor fragilidad propia de la vejez no significa pérdida de valor ni de dignidad: «Cada uno es amado por Dios, cada uno es importante y necesario. En esa perspectiva se inserta una pastoral específica que tiene, como elemento fundamental, la comunión entre generaciones».
Esta pastoral, señaló Mons. Zimowski, no es «para los ancianos, sino que debe ser «de los ancianos». Esta aclaración subraya que los ancianos no deben ser vistos únicamente como «objeto de cuidado y de atención pastoral caritativa, sino más bien sujeto y protagonista potencial de la actividad pastoral». El servicio de la Iglesia a las personas de edad debe ser expresión de una «cultura de unidad: : unidad también entre las generaciones, que no se vean ni separadas, ni tanto menos contrapuestas; una visión de la vida que sirva a las nuevas generaciones para crecer… y en la que cada uno de su aportación insustituible», señaló el Presidente del Pontificio Consejo.
«En la perspectiva cristiana, la vejez no es la decadencia de la vida, sino su cumplimiento: la síntesis de lo que se ha aprendido y vivido, de lo que se ha sufrido y soportado», concluyó el prelado.
Con información de AICA.
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