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La muerte de Santo Tomás de Aquino

Redacción (Jueves, 10-10-2013, Gaudium Press) En 1274, Santo Tomás, a los 49 años, fue convocado a participar del II Concilio de Lyon, donde sería debatido el retorno de la Iglesia Oriental al seno del Catolicismo. Durante el recorrido, el Aquinate se vio acometido por una misteriosa enfermedad, por lo que fue luego llevado al Castillo de Maenza, perteneciente a su sobrina Francisca.

Entretanto, incluso recibiendo todos los debidos cuidados, su estado de salud no mejoró. Al percibir que se aproximaba el término de su peregrinación en esa Tierra, el Angélico pidió para ser llevado a la Abadía de Fossanova, de la orden cisterciense. En seguida, explicó la razón: «Si el Señor quiere visitarme, es mejor que me encuentre en un convento de religiosos que en una casa de seculares».[1]

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Santo Tomás, incluso moribundo, buscaba consolar de todos los modos a su discípulo, Fray Reginaldo. Al verlo tan abatido, le preguntó cuál sería la razón de tamaña tristeza. Él entonces reveló a Santo Tomás su deseo de verlo honrado por el Concilio de Lyon con alguna distinción importante como el cardenalato, pues eso daría mayor gloria a la orden dominicana, así como alegría a sus familiares. Al oír estas palabras, Santo Tomás le aclaró que poco le importaban las honrarías de este mundo, pues lo que realmente vale en esta tierra es estar unido a Dios por la virtud de la humildad.

Mi hijo, no os inquietéis con eso. Entre otros deseos, pedí a Dios y fui atendido, por lo que le doy muchas gracias de sacarme de esta vida en el estado de humildad en que me encuentro, sin que cualquier autoridad me confiera alguna distinción que cambie este estado. Yo podría progresar aún en ciencia y ser útil a los otros por la doctrina, mas pedí a Dios, según una revelación que me hizo, de imponerme silencio, poniendo fin a mi enseñanza. Porque Él quiso, como sabéis, revelarme el secreto de un conocimiento superior. Es por eso que, a mí, indigno, Dios concedió más que a los otros doctores, que permanecieron más tiempo en esta vida, para que yo saliese más deprisa que los otros de esta vida mortal, y entrase, sereno, en la vida eterna. Por eso, consolaos, mi hijo, que muero seguro de todas estas cosas.[2]

Debido al intenso frío de aquel invierno, algunos frailes fueron hasta la floresta coger leña para calentar su cuarto. Santo Tomás, viéndolos llegar con aquellas pilas de madera sobre los hombros, replicó humildemente: «¿Dónde me viene esta honra de ver a los servidores de Dios a servir a un hombre como yo y a traer de tan lejos, tan pesados fardos?»[3]

Atendiendo a la solicitud de los monjes allí presentes, el Angélico Doctor comentó parte del Cantar de los Cantares, dejando a todos maravillados por su sabiduría y ciencia. Días después, Santo Tomás pidió los Sacramentos, los cuales recibió con gran fervor. En seguida reiteró su fe absoluta en presencia de Jesús Eucarístico:

«Te recibo, precio de la redención de mi alma, te recibo, viático de mi peregrinación, por cuyo amor estudié, realicé vigilias, sufrí; te prediqué, enseñé; jamás dije algo contra ti, y, si lo hice, fue por ignorancia y no insisto en mi error; si enseñé mal respecto a este sacramento o de otros, lo someto al juzgamiento de la Santa Iglesia Romana, en obediencia a la cual dejo ahora esta vida».[4]

Fray Reginaldo de Piperno, que lo acompañó en sus últimos momentos, declara que la confesión de Santo Tomás fue como la de un niño de cinco años. En el día 7 de marzo de 1274, por la madrugada, Santo Tomás es ungido con los santos óleos, ceremonial en que respondió diligentemente a cada una de las santas unciones, expirando poco tiempo después. Ameal afirma que «su alma va tan pura como vino».[5] Tomás «no parte, regresa. Lo espera Aquel de quien nunca, al final, se separó».[6]

Podemos así concluir que el Angélico dedicó lo mejor de sus esfuerzos en santificarse, pues según Touron, ser santo «fue el anhelo más vehemente de su corazón».[7] Para Grabmann, «la figura científica de Santo Tomás no se puede separar de la grandeza ético-religiosa de su alma; en Tomás, no se puede comprender al investigador de la verdad sin el Santo».[8] De esa forma, la primera y más importante característica de su vida fue la santidad, pues fue tan gran intelectual como fue gran santo.

Por el Diac. Inácio de Araújo Almeida, EP

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[1] Ameal, João. Op. Cit., p.153.
[2] Guilelmus de Tocco. Op. cit., cap. 25., p. 204.
[3] Ameal, João. Op. cit., p. 154.
[4]Ibid, p. 155.
[5] Loc. cit.
[6] Loc. cit.
[7] Touron, Antonio. Vida histórica de Santo Tomás de Aquino, de la orden de predicadores, Doctor de la Iglesia, con exposición de su doctrina y de sus obras. Madrid: Imprenta Real, 1792, p. 100.
[8] Grabmann, Thomas von Aquin, p. 28, apud Ameal, João. São Tomás de Aquino: Iniciação ao estudo da sua figura e da sua obra. 3a ed. Porto: Tavares Martins, 1961, p. 129.

 

 

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