Redacción (Viernes, 11-10-2013, Gaudium Press) Estando en Padua, Italia, visité la famosa Basílica de San Antonio. Y me acuerdo que vi, en una columna de su interior, el cuadro de un fraile franciscano poderoso, fuerte -tal vez hasta tendiente a obeso- con fisionomía seria. La posición de su mano era la de quien enseña.
Y pregunté a uno de los encargados de atender a los fieles: «¿De quién es aquel cuadro?» La respuesta fue: «Bien, este cuadro es la pintura más antigua que se conserva de San Antonio de Padua, que algunos llaman de San Antonio de Lisboa». Parece haber sido él pintado por Giotto, o por algún discípulo suyo. Es lo que hay de más próximo, históricamente, a la fisionomía del Santo.
Me dirigí a la sacristía, donde había una extensa fila de peregrinos comprando rosarios y objetos de piedad de toda especie. En un box se vendían copias de ese cuadro; y en otro pequeño box, estampitas impresas en nuestros días, del mismo Santo. Adquirí la tal copia y uno de las estampitas, para comparar las dos representaciones del famoso Santo franciscano.
La estampita presentaba un San Antonio coloradito, cuya fisionomía ostentaba una musculatura que jamás estaba tensa, sea por el dolor, sea por la indignación, sea por la preocupación o riesgo, o incluso por el esfuerzo. Casi imberbe, el rostro aparentaba ser de porcelana, con labios que nunca dijeron nada. Ellos apenas se abrirían para ingerir un puré cualquiera. Los ojos fijaban sin atención algo delante de sí, que realmente no merecía atención. Figura de una sinsabor sin nombre. Pero era la tal estampita que se vendía en cantidad….
Las fotografías del auténtico cuadro del Santo, sin embargo, eran poco adquiridas por el público. Esa desproporción me causó profunda impresión.
En reunión realizada con amigos, más tarde, analizamos y conferimos las dos ilustraciones. Se consolidó en nuestro espíritu la tesis de que hay una velada escuela espiritual que busca deformar la piedad católica, según un modelo endulzado y sentimental, del cual la estampita de San Antonio era un ejemplo arquetípico.
Plinio Corrêa de Oliveira
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