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¿Qué es la Filosofía Medieval?

Redacción (Miércoles, 16-10-2013, Gaudium Press) El 10° Congreso de la SIEPM (Société Internationale pour l’Étude de la Philosophie Médiévale), realizado en agosto de 1997, poseía un título interpelativo: «¿Qué es la filosofía medieval?» A esta pregunta, alguien podría simplemente responder: «No es nada más que la filosofía practicada durante la Edad Media». Entretanto, los participantes de aquel evento, en general, eran concordes en constatar la vergüenza de dar una respuesta definitiva a esa aparentemente fácil cuestión.

En el contexto del estudio de la Historia de la Filosofía, Hegel, en su idealismo, afirmó que la filosofía de un tiempo se concibe a través de su pensamiento.[1] Con todo, al resaltar solamente este enfoque, la tendencia podría ser imaginar que las ideas de una época pueden ser fácilmente circunscritas en determinados parámetros. Por otro lado, es innegable que estos son bastante difíciles de definir, sobre todo tratándose del Medievo.

Además, tiempos atrás, algunos autores contestaban, aunque indirectamente, la existencia de una filosofía propia al período por ellos llamado «Edad de las Tinieblas». Para otros, el pensamiento medieval se reduciría a meras especulaciones teológicas. Otros todavía, como en el caso de la sátira de la Escolástica perpetrada por el humanista Erasmo de Roterdam, consideraban la filosofía medieval como una mera catalogación de sutilezas abstractas sin fundamento real.[2]

Sin embargo, es indiscutible que la filosofía de este período era tratada en general bajo el enfoque muy particular de la relación entre ‘fides et ratio’. Y cuando la consideramos en su conjunto, se percibe que no hubo paralelos en la historia. Eso a tal punto que Gilson confraternizaba el concepto de filosofía medieval al de «Filosofía Cristiana»,[3] siempre considerando el contexto del mundo latino.

Tras estudios más recientes, sin subestimar esa notable característica, esto es, la armonía entre el creer y el entender, los autores no cesan de resaltar la dificultad de delimitar fronteras para el pensamiento de ese período,[4] lo que, según Marenbon, se debe a que los estudiosos de la filosofía medieval no recurren como deberían a la filosofía analítica.[5] Lo cierto es que la Edad Media está imbuida, de acuerdo con Alain de Libera, de «mundos múltiplos».[6]

Ahora, esa idea de multiplicidad o de abordaje holístico es efectivamente muy bien simbolizada por una de las más importantes invenciones medievales, a saber, la universidad. Esta institución, cuyo nombre viene del latín «universitas» que indica justamente la idea de «totalidad», nació en el auge de este período y permanece, más o menos en los mismos moldes, [7] hasta hoy. Ya bajo el punto de vista pedagógico, es posible percibir su gran riqueza de formas de aprendizaje, que incluía desde las disputationes, quaestiones, lectiones y quodlibeta hasta los sophismata, o sea, un arte lógico que consistía en crear problemas de ambigüedad y resolverlos.

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San Buenaventura y San Leandro

Es también cierto, volviendo al problema inicial, que la filosofía no debe ser reducida a las ideas de un determinado período, mas está, naturalmente, fundamentada en sus propios autores. En nuestro caso, la universalidad característica del Medioevo se refleja claramente en sus más famosos pensadores: Boecio, Anselmo, Abelardo, Alberto Magno, Buenaventura, Tomás de Aquino y Duns Scoto, entre otros.

Podemos evidenciar la distintiva genialidad de los mencionados autores tomando como paradigma su más prominente representante: Santo Tomás de Aquino. Este, gracias a su amor desinteresado a la verdad y la sabiduría, y su honestidad intelectual, no temía citar ningún autor, fuese él de tradición judaica, islámica o incluso pagana. Pues para el Angélico, a ejemplo de Santo Ambrosio, «toda verdad, independientemente de quien la diga, viene del Espíritu Santo».[8] Por esta razón, tal vez sea paradojal que la teología tomista no pueda ser bien comprendida sin los árabes Avicena (c. 9801037) y Averroes (1126-1198), llamado «el comentador» de Aristóteles por el Aquinate. O todavía, que su estudio sobre la esencia divina no pueda ser bien concebido sin Maimónides (1138-1204), autor medieval que también causa desconcierto: un judío que escribió en árabe en medio a la cultura musulmana de África del Norte…

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San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino

Además, es menester considerar que el mismo Doctor Angélico, sin los avanzados recursos bibliográficos que hoy disponemos, poseía una enorme amplitud de conocimiento, a punto de citar de memoria un vasto y variado caudal de fuentes. Se junta a eso su genialidad en el coordinar, cuando necesario, tradiciones tan complejas y ricas como la aristotélica y la platónica. Ya bajo el punto de vista cuantitativo, el número de sus escritos, para una época de cultura manuscrita, también causa admiración. El Index thomisticus enumera 118 obras del Aquinate, alcanzando un total de 8.767.849 palabras. Ahora, este número es equivalente, según Roberto Busa, a todo lo que hoy conservamos de la Latinidad Clásica.[9] Más específicamente, en el Corpus thomisticum, «las formas diversas de palabras son 147.088, reagrupadas en 20.173 lemas. Esto corresponde a 4/5 de todo el vocabulario latino clásico que llegó hasta nosotros. El léxico de Santo Tomás debe ser definido como enorme y enciclopédico».[10]

Aunque el Doctor Angélico haya tratado sobre diversos tópicos, cuya gama podría variar desde la economía hasta la metafísica, es manifiesto que su reflexión filosófica tenía como directriz al propio Dios. Porque se trataba, sin duda, de una incesante y proficua búsqueda de la Verdad absoluta. En efecto, ¿no estaría él desafiando, con siglos de distancia, ciertas corrientes filosóficas que buscan todo, menos lo esencial? Para tal, substituyen estas, aunque inconscientemente, la metafísica o lo Absoluto, por palabras ‘talismánicas’, como filantropía, fraternidad, solidaridad, valor, etc., las cuales acaban por tornarse monedas de cambio, exentas de un real fundamento filosófico. ¿No urge, de veras, un rescate de la «filosofía primera», tan bien elaborada por la Escolástica?

Contra la objeción de que el pensamiento medieval está ultrapasado, recordemos la consideración de Pablo VI respecto a Santo Tomás de Aquino: «Su conocimiento filosófico, que refleja las esencias de las cosas realmente existentes en su verdad cierta e inmutable, no es ni medieval ni propio a cualquier nación en particular; transciende el espacio y el tiempo, y no es menos válido para toda la humanidad en nuestros días».[11]

Si esto es real, la filosofía medieval puede ser todavía más provechosa hoy que en la propia Edad Media.

Extraído de la Revista Académica Lumen Veritatis – Editorial Abr/Jun de 2013.
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[1] Cf. Hegel, Georg W. F. Grundlinien der Philosophie des Rechts. Berlin: Dunder und Humblot, 1833, p. 19.
[2] Cf. Erasmo de Roterdã. Moriae encomium id est Stultitiae laus [Elogio da loucura], 52. In: Idem. Desiderii Erasmi Roterodami Opera Omnia. Amsterdam: North-Holland, 1969, vol. 4.3, p. 144.
[3] Gilson, Étienne. L’esprit de la philosophie médiévale. Paris: Vrin, 1998, p. 1.
[4] Cf. Pasnau, Robert. Introduction. In: Idem (ed.). The Cambridge History of Medieval Philosophy. New York: Cambridge University Press, vol. 1, p. 1-2.
[5] Cf. Marenbon, John. Introduction. In: Idem (ed.). The Oxford Handbook of Medieval Philosophy. New York: Oxford University Press, 2012, p.5.
[6] de Libera, Alain. A filosofia medieval. São Paulo: Loyola, 2004, p. 8.
[7] Como, por ejemplo, los diferentes grados de bachillerato, maestría y doctorado.
[8] Summa Theologiae, I-II, q. 109, a. 1, arg. 1: «Omne verum, a quocumque dicatur, a Spiritu Sancto est».
[9] Cf. Busa, Roberto. Liber manualis. Thomae Aquinatis opera omnia cum hypertextibus in CD-ROM, Milano 1996, 3 apud Izquierdo Labeaga, J.A. Santo Tomás, maestro de la Palabra interior. Alpha Omega, 1, 1998, 323-357, p. 329.
[10] Sangalli, Samuele. Il lessico settoriale delle realtà e dei fatti economici nell’Opera omnia di S. Tommaso d’Aquino: esame filosofico del suo insieme. Roma: EPUG, 2005, p. 16-17.
[11] Paulo VI. Carta a Aniceto Fernández, maestro general de los dominicos. 7 mar. 1964 (AAS 56, 1964, p. 304): «His philosophical knowledge, which reflects the essences of really existing things in their certain and unchanging truth, is neither medieval nor proper to any particular nation; it transcends time and space, and is no less valid for all humanity in our day».

 

 

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