Ciudad del Vaticano (Jueves, 24-10-2013, Gaudium Press) Una completa catequesis sobre la sacralidad del matrimonio católico y su indisolubilidad fue la respuesta del Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Mons. Gerhard Müller, ante las expectativas de quienes sugieren la admisión a la comunión eucarística por parte de divorciados que se han unido a una nueva pareja. En un artículo publicado el pasado 23 de octubre en el diario vaticano L’Osservatore Romano, el Prefecto dejó en claro la imposibilidad de ofrecer la comunión a las personas que viven esta situación pero recordó la preocupación de la Iglesia ante este problema y el llamado a una pastoral que motive la oración, la cercanía y la conversión.
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El método de Mons. Müller para abordar y ofrecer una respuesta completa a este tema fue dividir el análisis en varios aspectos. Primero hizo una síntesis de la doctrina contenida en las Sagradas Escrituras sobre la indisolubilidad del matrimonio, especialmente la referencia directa a Jesús en su rechazo al divorcio, para luego resumir la Tradición de la Iglesia desde los primeros siglos hasta los más recientes Pontífices. Finalmente, el Prefecto compartió unas reflexiones sobre el significado del sacramento que ayudan a comprender la estable doctrina de la Iglesia y el correcto acercamiento pastoral a las parejas que afrontan un fracaso en su matrimonio.
La visión del matrimonio en la Sagrada Escritura
Si bien el matrimonio en el Antiguo Testamento no era propiamente un sacramento, varias leyes protegían la unión, comenzando por el mandamiento de Dios: «No cometerás adulterio». Mons. Müller recordó que Moisés admitió la posibilidad del divorcio, pero aclaró que la práctica encontraba cierta resistencia. Por ejemplo el profeta Malaquías afirmó, comparando la alianza de Dios con Israel a la unión de los esposos: «No traicionarás a la esposa de tu juventud… siendo así que ella era tu compañera y la mujer de tu alianza».
En el Nuevo Testamento, «Jesús se distancia expresamente de la práctica vetero-testamentaria del divorcio, que Moisés había permitido a causa de la ‘dureza de corazón’ de los hombres y se remite a la voluntad originaria de Dios», explicó el Prefecto: «Desde el comienzo de la creación, Dios los hizo varón y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre».
«La Iglesia católica siempre se ha remitido, en la enseñanza y en la praxis, a estas palabras del Señor sobre la indisolubilidad del matrimonio» declaró Mons. Müller. «El pacto que une íntima y recíprocamente a los cónyuges entre sí, ha sido establecido por Dios. Designa una realidad que proviene de Dios y que, por tanto, ya no está a disposición de los hombres». Sobre este principio, el prelado rechazó interpretaciones de algunos pasajes empleados para sugerir excepciones a la indisolubilidad del matrimonio. «La Iglesia no puede fundar su doctrina y praxis sobre hipótesis exegéticas debatidas. Ella debe atenerse a la clara enseñanza de Cristo».
Como complemento a las declaraciones de Jesús sobre el matrimonio, el Prefecto cita algunos pasajes de la Carta a los Corintios que reafirman la entrega mutua y definitiva de los esposos, pero contemplan la posibilidad de que una persona que se convierta al cristianismo pueda volverse a casar esta vez dentro de la Iglesia. «A partir de esta posición, la Iglesia reconoce que sólo el matrimonio entre un hombre y una mujer bautizados es un sacramento en sentido real, y que sólo a éstos se aplica la indisolubilidad en modo incondicional», explicó Mons. Müller.
«El matrimonio de no bautizados, si bien está orientado a la indisolubilidad, bajo ciertas circunstancias -a causa de bienes más altos- puede ser disuelto (Privilegium Paulinum). No se trata aquí, por tanto, de una excepción a las palabras del Señor», comentó. «La indisolubilidad del matrimonio sacramental, es decir de éste en el ámbito del misterio cristiano, permanece intacta».
De igual forma en el capítulo cinco de la Carta a los Efesios se encuentra otra referencia muy pertinente al Sacramento que identifica la unión de los esposos con la unión de Cristo a la Iglesia. «El matrimonio cristiano es un signo eficaz de la alianza entre Cristo y la Iglesia», expresó Mons. Müller. «El matrimonio entre bautizados es un sacramento porque significa y confiere la gracia de este pacto».
Matrimonio y Tradición de la Iglesia
Desde los primeros siglos, la Iglesia ha rechazado de forma consistente la posibilidad del divorcio. «La Iglesia de los Padres, en obediencia al Evangelio, rechazó el divorcio y un segundo matrimonio. En este punto, el testimonio de los Padres es inequívoco», enseño Mons, Müller. Por este motivo, los fieles que se unían a pesar de tener matrimonios válidos con otras personas no eran readmitidos a los sacramentos «aún cuando hubiesen pasado por un periodo de penitencia».
Esta situación cambió en Oriente tras el cisma, y la religión ortodoxa pasó paulatinamente a reconocer numerosas causales de divorcio y posibilidades para segundos o incluso terceros matrimonios basados en la indulgencia pastoral para casos difíciles. «Esta práctica no es coherente con la voluntad de Dios, tal como se expresa en las palabras de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio, y representa una dificultad significativa para el ecumenismo», aclaró el Prefecto.
«La Iglesia Católica ha defendido la absoluta indisolubilidad del matrimonio también al precio de grandes sacrificios y sufrimientos», recordó el Arzobispo. Uno de los ejemplos más notables de esto es el cisma de Inglaterra, que no fue causada por diferencias doctrinales, «sino porque el Papa, en obediencia a las palabras de Jesús, no podía ceder a la presión del rey Enrique VIII para disolver su matrimonio».
Magisterio reciente sobre el Matrimonio
Mons. Müller destacó la exposición de la Doctrina sobre el Sacramento del Matrimonio por parte del Concilio Vaticano II, que se entiende como «una comunidad integral, corpóreo-espiritual, de vida y amor entre un hombre y una mujer, que recíprocamente se entregan y reciben como personas», compendió el Prefecto. «Mediante el acto personal y libre del consentimiento recíproco, se funda por derecho divino una institución estable ordenada al bien de los cónyuges y de la prole, e independiente del arbitrio del hombre». El Concilio Vaticano II recordó claramente la exigencia de la plena fidelidad conyugal y la unidad indisoluble del matrimonio.
Esta unión sagrada es protegida por Dios mismo con una gracia especial: «Así como Dios antiguamente se adelantó a unirse a su pueblo por una alianza de amor y de fidelidad, así ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale al encuentro de los esposos cristianos por medio del sacramento del matrimonio. Además, permanece con ellos para que los esposos, con su mutua entrega, se amen con perpetua fidelidad, como Él mismo amó a la Iglesia y se entregó por ella», afirma la Constitución Gaudium et Spes.
La Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, del Beato Juan Pablo II, dedica un numeral especial a los «divorciados vueltos a casar». De este texto el Prefecto señala las disposiciones de «discernir bien las situaciones» de forma individual para la ayuda pastoral, la importancia de que dichos fieles participen en la vida de la Iglesia y la reafirmación de no poder conceder el acceso a la Eucaristía.
Dos razones sostienen esta última directriz, según citó Mons Müller: La primera es que «su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía». La segunda es que «si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio». La debida preparación al sacramento requiere el arrepentimiento y la confesión sacramental, lo cual requiere a su vez «la disposición a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio», de forma que si no se puede interrumpir la nueva unión, el hombre y la mujer involucrados deben «obligarse a vivir una continencia plena», recordó el documento.
Una carta de 1994 escrita por la Congregación para la Doctrina de la Fe advierte sobre estas disposiciones y aclara que las convicciones de la propia conciencia del fiel no pueden determinar el acceso a la comunión eucarística en esos casos y que los pastores «tienen el grave deber de advertirle que dicho juicio de conciencia está reñido abiertamente con la doctrina de la Iglesia». La autoridad para determinar la validez de los matrimonios sigue estando en los tribunales competentes de la Iglesia.
Sacralidad del Matrimonio y sociedad secularista
Más recientemente, Benedicto XVI abordó el problema en varias oportunidades, como la Exhortación Apostólica Postsinodal ‘Sacramentum Caritatis’ de 2007 y el Encuentro Mundial de las Familias en Milán en 2012. En ambos momentos recordó las disposiciones ya conocidas e insistió en la atención pastoral de los divorciados «con el deseo de que, dentro de lo posible, cultiven un estilo de vida cristiano mediante la participación en la santa Misa, aunque sin comulgar, la escucha de la Palabra de Dios, la Adoración eucarística, la oración, la participación en la vida comunitaria, el diálogo con un sacerdote de confianza o un director espiritual, la entrega a obras de caridad, de penitencia, y la tarea de educar a los hijos», señaló el Pontífice.
El Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe recordó que esta doctrina sobre el matrimonio es cada vez más difícil de entender para quienes se encuentran en medio de una cultura cada vez más secularizada. «El matrimonio como sacramento se puede entender y vivir sólo en el contexto del misterio de Cristo. Cuando el matrimonio se seculariza o se contempla como una realidad meramente natural, queda impedido el acceso a su sacramentalidad».
La confusión cultural sobre el sacramento afecta especialmente la noción de su indisolubilidad y su apertura a la vida. Por este motivo, «los matrimonios están más expuestos a la invalidez que en el pasado. En efecto, falta la voluntad de casarse según el sentido de la doctrina matrimonial católica y se ha reducido la pertenencia a un contexto vital de fe». Pero dicha invalidez debe demostrarse de manera efectiva, ya que una unión irregular posterior no puede ser aceptada por la Iglesia. «La bendición (bene-dictio: aprobación por parte de Dios) de una relación que se opone a la voluntad del Señor es una contradicción en sí misma», afirmó el Arzobispo.
Testimonio del amor de Dios
«El amor es más que un sentimiento o instinto. En su esencia, el amor es entrega», recordó Mons. Müller. «En el amor matrimonial, dos personas se dicen consciente y voluntariamente: sólo tú, y para siempre. A las palabras del Señor: ‘Lo que Dios ha unido’ corresponde la promesa de los esposos: ‘Yo te acepto como mi marido… Yo te acepto como mi mujer… Quiero amarte, cuidarte y honrarte toda mi vida, hasta que la muerte nos separe’. El sacerdote bendice la alianza que los esposos han sellado entre si ante la presencia de Dios».
Esta unión, de acuerdo a lo expresado por Jesús mismo, tiene una naturaleza ontológica: «Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. Así, pues, ya no son dos, sino una sola carne». Esta es para la Iglesia una realidad sobrenatural que no puede ajustarse a los criterios pragmáticos de las sociedades. «Quien piensa según ‘el espíritu del mundo’ no puede comprender la sacramentalidad del matrimonio», alertó Mons. Müller.
«La Iglesia no puede responder a la creciente incomprensión sobre la santidad del matrimonio con una adaptación pragmática ante lo presuntamente inexorable, sino sólo mediante la confianza en ‘el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos los dones que Dios nos ha concedido’ «, enfatizó, al tiempo que invitó al anuncio profético de la sacralidad del matrimonio. Los esposos que abrazan esta doctrina, «pueden ser testigos del fiel amor de Dios, nutriendo permanentemente su amor a través de una vida de fe y de caridad».
La conciencia y la Doctrina de la Iglesia
Un aspecto final considerado por el Prefecto fue el teológico-moral, ante la sugerencia de que las personas podrían decidir por sí mismas si su situación irregular las aparta o no de la comunión eucarística. Si bien Mons. Müller recuerda que cada fiel debe examinarse personalmente como parte de la preparación al sacramento, los creyentes «tienen el deber de formar su conciencia y de orientarla a la verdad. Para esto, deben prestar obediencia a la voz del Magisterio de la Iglesia que ayuda ‘a no desviarse de la verdad sobre el bien del hombre, sino a alcanzar con seguridad, especialmente en las cuestiones más difíciles, la verdad y a mantenerse en ella’ «, comentó, citando las palabras del Beato Juan Pablo II en la Encíclica Veritatis Splendor.
De igual forma, el Arzobispo reiteró que los divorciados deben acudir a las autoridades eclesiásticas para determinar si un matrimonio pudo ser inválido, de manera que se compruebe de manera objetiva. «El matrimonio no es incumbencia exclusiva de los cónyuges delante de Dios, sino que, siendo una realidad de la Iglesia, es un sacramento, respecto del cual no toca al individuo decidir su validez, sino a la Iglesia, en la que él se encuentra incorporado mediante la fe y el Bautismo», aclaró.
La declaración de la nulidad de una unión no es una alteración del sacramento, «puesto que en el caso de la indisolubilidad del matrimonio sacramental se trata de una norma divina que la Iglesia no tiene autoridad para cambiar», sino el esclarecimiento de las condiciones que «se deben cumplir para que surja el matrimonio indisoluble según las disposiciones de Jesús», de forma que se identifican impedimentos graves que evitaron que el Sacramento se realizara debidamente.
La misericordia divina, rectamente entendida
Otro tema que fue aclarado por el Prefecto fue la invocación de la misericordia divina como argumento para admitir a la comunión eucarística a los divorciados vueltos a casar. Este argumento no es suficiente, «puesto que todo el orden sacramental es obra de la misericordia divina y no puede ser revocado invocando el mismo principio que lo sostiene».
«Además, mediante una invocación objetivamente falsa de la misericordia divina se corre el peligro de banalizar la imagen de Dios, según la cual Dios no podría más que perdonar», alertó Mons. Müller. «Al misterio de Dios pertenece el hecho de que junto a la misericordia están también la santidad y la justicia. Si se esconden estos atributos de Dios y no se toma en serio la realidad del pecado, tampoco se puede hacer plausible a los hombres su misericordia».
La imagen de Jesucristo, que acoge a la pecadora pero le ordena no pecar más, fue puesta por el Prefecto como un ejemplo claro de cómo la misericordia divina no constituye una dispensa de los mandamientos. Al contrario, la misericordia «concede la fuerza de la gracia para su cumplimiento, para levantarse después de una caída y para llevar una vida de perfección de acuerdo a la imagen del Padre celestial».
La permanente cercanía de la Iglesia
«Aunque por su propia naturaleza no sea posible admitir a los sacramentos a las personas divorciadas y vueltas a casar, tanto más son necesarios los esfuerzos pastorales hacia estos fieles», exhortó Mons. Müller. Sin embargo, advirtió que dichas iniciativas deben estar de acuerdo con la Revelación y la Doctrina de la Iglesia. El Prefecto reconoce que no es una situación simple y que los fieles deben sentir el acompañamiento de la Iglesia; la aceptación de su condición es también una forma de evangelización: «Cuando los cónyuges se esfuerzan por comprender la praxis de la Iglesia y se abstienen de la comunión, ellos ofrecen a su modo un testimonio a favor de la indisolubilidad del matrimonio», animó el Arzobispo.
El Prefecto recordó que los fieles en esta situación pueden fomentar su unión con Dios al dirigirse a Él «con fe, esperanza y amor, en el arrepentimiento y la oración». Además, «Dios puede conceder su cercanía y su salvación a los hombres por diversos caminos», expresó. Por este motivo, los pastores y comunidades cristianas están llamadas a acoger a estos creyentes para ayudarles y dejarles sentir el amor de Dios. «Una pastoral fundada en la verdad y en el amor encontrará siempre y de nuevo los caminos legítimos por recorrer y formas más justas para actuar», concluyó.
Con información de L’Osservatore Romano.
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