domingo, 24 de noviembre de 2024
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"Para morir bien, es preciso vivir haciendo el bien: llevaremos la vida que llevamos", afirma el arzobispo de Londrina, Brasil

Londrina (Miércoles, 06-11-2013, Gaudium Press) Con ocasión del día de difuntos, día de reflexión, de anhelo y de esperanza, Mons. Orlando Brandes, arzobispo de Londrina, en el estado de Paraná, Brasil, escribió un artículo titulado «El día de los muertos», donde habla sobre el significado del morir.

Para Mons. Orlando, nosotros preferimos vivir como si la muerte no existiese, y sin embargo en la sociedad actual la muerte es también trivializada con guerras, calamidades, eutanasia, aborto, etc. Según él, existen los que prefieren hacer de la muerte una experiencia ‘soft’, es la «muerte-soft», relegada a los hospitales, funerarias y religiones.

«Ahí la muerte es maquillada, relativizada por las instituciones, llamada también de ‘muerte digna’. Muchos de nosotros vivimos una ‘vida inauténtica’, una existencia falsa porque no nos permitimos reflexionar y aceptar la muerte», resalta.

1.jpgSegún el arzobispo, la dura realidad es que la muerte forma parte de la vida, es el fin del curso vital. Él afirma que morir es una experiencia profundamente humana, pues es la muerte que confiere un cierto gusto y encanto a la vida. «Si todo fuese indefinidamente repetible, la vida se tornaría indiferente, sosa y hasta desesperante», destaca él, que resalta también que la muerte es un bien, una manifestación de la sabiduría del Creador.

«Vemos así que la muerte no se opone a la vida, sino al nacimiento. La vida humana será siempre una vida mortal, solo en la eternidad tendremos una vida vital. Para los que creen en la eternidad, la muerte es puerta de entrada de la vida, el acceso a una realidad superior, la posesión de la plenitud. Así la muerte es una ganancia, verdadera liberación, una bendición que libra la vida del tedio».

Para Mons. Orlando, la resurrección de Jesús trajo una revolución en relación a la muerte, transformó el «poniente en naciente», Cristo «mató la muerte». Bien escribió el poeta Turoldo: «morir es sentir cuánto es fuerte el abrazo de Dios». Conforme el prelado, el fin se transforma en comienzo y ocurre un segundo nacimiento, la resurrección. Él cita además a San Agustín: «Entonces, descansaremos y veremos. Veremos y amaremos. Amaremos y alabaremos. Es lo que habrá en el Fin que no tendrá fin».

«La fe nos garantiza que la muerte no es una aniquilación de la vida, sino una transformación. El hombre vive para más allá de la muerte. No precisa reencarnar. Creo en la resurrección de la carne y en el mundo que ha de venir. La muerte será entonces la mayor fiesta de la vida porque con ella se da el inicio de la plena realización de la persona humana. Habitaremos con Dios con un cuerpo incorruptible, espiritual y glorioso», enfatiza el arzobispo de Londrina.

Otro santo recordado por el prelado es Santa Teresita, que afirmó: «No muero, entro a la vida». Él cree que la muerte no es apenas un fin, ella es también y principalmente un comienzo, pues es el inicio del día sin ocaso, de la eternidad, de la plenitud de la vida. Según el arzobispo, la vida es inmortal espiritualmente hablando, y es en la muerte que llegamos a ser plenamente. «En el cielo veremos, amaremos, alabaremos», dijo San Agustín.

La muerte sin la fe

«La participación en la vida divina hace brotar en nuestros corazones, asombro y gratitud. Sin fe, sin embargo, la muerte es absurdo, enemigo, derrota, amenaza, humillación, tragedia, vacío, nada. En la fe, la muerte es hermana, es condición para más vida, es coronamiento y consumación; es revelación y gloria del bien».

Por último, Mons. Orlando explica que la muerte tiene un valor educativo: enseña el desapego de la propiedad privada, iguala y nivela todas las clases sociales, relativiza la ambición y ganancia, enseña la fraternidad universal en la fragilidad de la vida, invita a la procreación para eternizar la vida biológica, rompe el apego a circuito cerrado entre las personas incluso en el matrimonio, lleva al supremo conocimiento de sí y oportuna la decisión máxima y la opción fundamental de la persona.

«Para morir bien, es preciso vivir haciendo el bien: llevaremos la vida que llevamos. El bien es el pasaporte para la eternidad feliz y el hermano que ayudamos será el garante de nuestra gloria en el cielo: venid benditos», concluye. (FB)

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