Redacción (Viernes, 08-11-2013, Gaudium Press) Como sabemos toda la Obra de la Creación espeja a su Creador: Dios. Así, tenemos, por ejemplo al hombre, creado a imagen y semejanza de Él (Gn. 26-27). Ahora dentro del género humano, sabemos que la criatura más perfecta es Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Él es la plenitud de la Revelación, una de cuyas fuentes son las Sagradas Escrituras. Luego también es Él el centro de la Biblia, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.
El Antiguo Testamento contempla la figura del Mesías como siendo «El esperado de las Naciones», y el Nuevo como siendo el Modelo a ser seguido, pero los dos lo tienen como su centro. Entretanto, si en los Evangelios es la propia vida y doctrina del Mesías que nos es narrada, en los libros del Antiguo Testamento hay varios indicios sobre el Mesías. Hay no solo el anuncio de los Profetas, sino están también, y de modo superabundante, las prefiguras: analogías del Esperado de las Naciones, del Salvador; y es justamente sobre este último punto que trataremos: las prefiguras.
Innúmeras son ellas en los libros del Antiguo Testamento, para escoger apenas una de entre tantas tendríamos un verdadero ‘embarras du choix’, el embarazo de la elección. Optamos por una bastante elocuente: «la Serpiente de Bronce del bastón de Moisés» (Num. 21, 4-9).
Uno de los aspectos que más nos chocan leyendo sobre el éxodo del Pueblo Hebreo es la dureza de corazón de estos a los cuales Dios había escogido, entre otros, como la Nación Santa para que Él se revelase. Constante eran las revueltas del pueblo, y con la intención de hacerlos volver a la razón Dios les enviaba pruebas, en las cuales Él les mostraba divinamente su omnipotencia.
Así nos deparamos con el pueblo que habiendo partido del monte Hor, iba en dirección al Mar Rojo, rodeando la tierra de Edom. En esta etapa Israel indócil murmuró contra el Señor Dios y contra Moisés: «¿Por qué, decían ellos, nos sacaste de Egipto, para morir en el desierto donde no hay pan ni agua? Estamos hastiados de este miserable alimento» (Num. 21, 5). Entonces: «el Señor envió contra el pueblo serpientes ardientes, que mordieron y mataron a muchos. El pueblo vino a Moisés y le dijo: ‘pecamos, murmurando contra el Señor y contra ti. Ruega al Señor que aleje de nosotros estas serpientes.’ Moisés intercedió por el pueblo, y el Señor dijo a Moisés: ‘Haced para ti una serpiente ardiente y colócala sobre un poste. Todo el que sea mordido, mirando hacia ella, será salvado.’ Moisés hizo, pues, una serpiente de bronce, y la fijó sobre un poste. Si alguien era mordido por una serpiente miraba a la serpiente de bronce, conservaba la vida» (Num. 21, 6-9).
Un primer punto digno de nota es el recorrido seguido por el pueblo. De hecho, si volvemos un poco atrás en la historia constataremos que los israelitas acababan de explorar la Tierra Prometida. Vimos que al cabo de la exploración, debido al pérfido relato de los exploradores ellos se rebelaron contra Dios y Moisés. Como castigo Dios dice que esta generación no entraría a la Tierra Prometida, pero sí sus hijos, y que cada día de exploración, 40, correspondería a un año de marcha en el desierto (Num. 14, 26-35). Así, el pueblo desciende nuevamente en dirección al desierto, pidiendo paso al rey de Edom, que les niega, obligándolos a hacer un desvío: «rodeando la tierra de Edom». Es por causa de este desvío que Israel entra por este camino donde el paisaje es especialmente agresivo para los viajantes, y donde ellos son atacados por las serpientes, por causa de la revuelta, como nos muestra FILLION:
«Ellos tuvieron que descender algunas leguas hasta el norte de ‘Edongazer’, en el lugar donde el «ouadi El-Ithm» abre un pasaje por las montañas; ellos subieron en seguida en dirección al norte rodeando la Arabia desierta. La sed, el cansancio de la marcha sobre la arena movediza y el cascajo del desierto de Arabia, el calor sofocante que se siente en esta garganta terrible, cerrada de un lado por las rocas calcareas de «Et-Tih», de otro por el macizo granítico de los montes idumeos, excitaron luego el descontento del pueblo […]. Ellos osan hablar en estos términos desdeñosos (común, vil) del maná celeste» [1].
Por el Diac. Michel Six
(El próximo Lunes – Dios ordena a Moisés que coloque una serpiente de bronce – La serpiente de bronce y el cuerpo de Cristo)
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[1] Ils durent descendre jusqu’à quelques lieues au nord d’Eziongaber, à l’endroit où l’ouadi El-Ithm ouvre un passage à travers les montagnes ; ils remontèrent ensuite vers le nord en longeant l’Arabie déserte. La soif, la fatigue de la marche sur le sable mouvant et sur le gravier de l’Arabah, la chaleur brûlante qu’on ressent dans cette gorge affreuse, fermée d’un côté par les rochers calcaires d’Et-Tih, de l’autre par le massif granitique des monts iduméens, excitèrent bientôt le mécontentement du peuple […]. Ils osent parler en ces termes dédaigneux (cibo levissimo ; hébr. : q‘lôqel, comum, vil) de la manne céleste.
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