Madrid (Lunes, 02-12-2013, Gaudium Press) Pilar Jimenez Regalado era una chica como muchas, de 15 años, que estaba haciendo el curso de confirmación más por rutina, porque su familia lo quería, porque sus amigas también allí estaban.
Su hábito era el viernes de noche salir con novios, de juerga, no porque sintiese una alegría especial en ello, sino porque todos lo hacían.
«Iba comprobando en mi vida que ese año y pico que ya llevaba saliendo, que iba de fiestas, mi corazón se iba vaciando. Yo iba buscando, no sé, ser popular, quedar bien, ser guay, tener amigos… No sé. Cuanto más iba, más se vaciaba mi corazón. Y cada vez me quedaba con una sensación mayor de vacío», recuerda.
Ese vacío venía muy probablemente de sentir que la amistad que así se le ofrecía no era verdadera.
Entretanto, ya casi con 17 años, quiso meditar sobre su vida.
«Me paré a pensar porque mi corazón estaba muy vacío. tenía casi 17 años… y no tenía ganas de vivir, no tenía ganas de seguir adelante. Decía: ¿Cómo puede ser? ¡Con lo que me queda de vida! Seguir así, ¡qué rollo! Es como tener un corazón viejo en una persona joven. Haberlo vivido todo, muchas cosas, cosas que no son de tu edad, pero que el mundo te las ha ido colando, y estás ya sin ganas de seguir adelante».
Un día le dijo a una amiga que se declaraba atea. La amiga sí lo era.
– Mira, creo que Dios no existe.
«Yo entendía que si Dios existía, tenía que ser bueno. Pero Dios no era bueno, porque no me quería. Yo estaba en las últimas, estaba tirada. Sí, tenía amigos, estudios, familia, dinero… Tenía todo, pero no tenía nada», recuerda.
Fue a ver al cura el sábado por la mañana, cuando faltaban 3 meses para la Confirmación:
– Mira, vengo a despedirme… No me quiero confirmar porque no me quiero confirmar sin creer en Dios.
Entretanto, el Padre que ya la había invitado, lo hizo una vez más:
– Vente de convivencias, Pilar.
– Pero… a ver… ¡que me voy, que no vuelvo!
– Si no quieres volver, no vuelvas. Pero vente a esta convivencia.
«Y para que me dejara en paz, como iban mis amigas, dije que iba a ir». Y allí sucedió lo inesperado.
En las completas de su primera noche de retiro, la Palabra de Dios como rayo esclarecedor iluminó su corazón: «Los dioses y señores de la tierra no me satisfacen».
«Y eso me tocó el corazón. No lo dije a nadie, pero se quedó por allí. Lo que iba buscando no me llenaba y los dioses de la tierra, el dinero, los amigos, la popularidad no me llenaba».
Al día siguiente el Padre anunció: «Vamos a tener una hora santa». Creía que era una hora de teatro de santos, que duraba una hora. No tenía ni idea. Sí que iba a la Iglesia los domingos a acompañar a mi madre a misa, por no dejarla sola, pobrecita. Pero, ¿una hora santa? No había oído nunca hablar de ello»
La Presencia de Cristo Eucarístico
«Nos meten en la capilla al grupito, creo que éramos 15. La capilla no era bonita, no era nada. No había nadie que cantara, no había nadie que diera ninguna meditación, porque todo el mundo falló aquella noche. El único que estaba era el sacerdote y el Santísimo. El sacerdote expuso al Santísimo y se fue a confesar. Y nos dejó allí una hora solos, o creo que fueron dos horas, no sé cuanto tiempo fue aquello. Pero dije: ¿Qué hace? ¿Nos deja y se va? ¿Y qué hago yo aquí una hora en la capilla?»
«Aquella noche, ese «trozo de pan» estaba en la custodia, estaba en el atar, y yo le miraba. Y yo notaba que Él me miraba. Y dije: ¡Que no, que eres un trozo de pan! Los trozos de pan no hablan. No puede ser. Que no, que no. Pero en ese «que no, que no, que no,» hubo un momento en el que me deshice, me derrumbé. Recuerdo que abrí el corazón, una rendijita, pero lo abrí. Y el Señor entró».
«En ese momento, yo recuerdo que le dejé mi corazón al Señor. Y dije: No sé quien eres, no sé qué haces, si eres de pan o qué eres, pero entra, si eres tú quien me va a cambiar la vida».
«No sé de qué manera, pero justo en ese instante, mi vida cambió. Donde no tenía sentido, lo empezó a tener. Donde todo estaba oscuro, de repente había luz. No entendía nada, y de repente lo entendía todo. Fue así. Porque en la Eucaristía estaba el Señor y el Señor había entrado en mi corazón y de repente yo entendía todo porque mi corazón estaba hecho para el Señor. Y entonces, a partir de allí, fue cambiando poco a poco mi vida, pero sabiendo que el Señor estaba en la Eucaristía».
«Una cosa que a mí me llamó la atención es que empecé a sonreír. Eso yo no lo conocía. Y era fruto de conocerle a Él. Después de esa hora santa, nos quedamos a rezar el Rosario. Yo tampoco sabía lo que era, sólo que era algo que rezaban las abuelas. Ese miércoles era Miércoles de Ceniza. Me enteré de que había misa diaria. No sabía que existía la misa todos los días. Como yo había recibido aquello del Señor, yo ya entendía que Él era el sentido de vida y que sin Él no iba a poder vivir. Que podía volver a donde estaba divirtiéndome, pero que Él era el que alegraba mi corazón de verdad, que daba sentido a mi vida, el que me llenaba».
«Entonces dije: ¿por qué no repetirlo siempre que pueda, si el Señor me ha dado esto? Volví a confirmación con todas mis ganas, a los tres meses me confirmé. Descubrí la misa diaria y siempre que podía iba. No empecé a ir todos los días, pero si no iba todos los días, pues íbamos a rezar las amigas o estudiábamos en la parroquia, rezábamos vísperas y fue cambiando mi vida. Todos me miraban: ¿qué te ha pasado? Porque no lo puedes ocultar. Cuando el Señor cambia tu vida, se nota. Igual que cuando te alejas, se nota. Y así fue».
En la actualidad Pilar Jiménez Regalado es Consagrada de la Fraternidad Seglar en el Corazón de Cristo y ha hablado de su poderosa experiencia de Jesús Eucaristía en el documental sobre Adoración Eucarística de HM Televisión:
www.eukmamie.org/es/television/series/visible-a-invisible/1503-adoracion
Con información de Religion en Libertad
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