Redacción (Martes, 03-12-2013, Gaudium Press) Cuanto más Jesucristo intentaba hacer el bien a los otros, tanto más era rechazado. Al final de su vida en la Tierra, el Hombre-Dios se sintió completamente solo y aislado, abandonado por todos, inclusive por aquellos a quien más Él estimaba: «[…] nunca nadie sufrió tanto cuanto Él, no solo en el orden físico, sino sobre todo en el orden moral: abandono, ingratitudes, crueldades […]» [1].
El entero abandono
Es por eso que en las serias y solemnes ceremonias de la Semana Santa nos deparamos con una triste realidad: es el pecado de los pecados, la infamia de las infamias, la traición por excelencia… el Deicidio. A pesar de Dios, Nuestro Señor, en su infinita Bondad, haber obrado incalculables milagros y haber perdonado hasta los peores pecados, Él fue odiado, calumniado, perseguido y hasta asesinado…
¿Cuál es el hombre que no se conmueve al meditar en estas pungentes escenas? Esa ingratitud, entretanto, Nuestro Señor la cargó por entero desde el inicio de la Encarnación hasta su Crucifixión. He aquí algunos trechos que las Sagradas Escrituras nos revelan.
Tomando el primer evangelio, podemos resaltar los siguientes pasajes:
Algunos ejemplos en los relatos de San Marcos
Primeramente, Nuestro Señor, en su divina misericordia, absuelve los pecados del paralítico y después lo cura. ¿Y qué los escribas dicen?
«¿Cómo puede Él hablar de este modo? Está blasfemando. Solo Dios puede perdonar pecados» (Mc. 2, 7). Y más tarde, debido a los numerosos exorcismos, «los escribas venidos de Jerusalén decían que Él estaba poseído por Belzebú y expulsaba los demonios por el poder del jefe de los demonios» (Mc 3, 22). Primer rechazo: el de los escribas.
El segundo rechazo
¿Cuál fue la reacción de los fariseos y herodianos, cuando Nuestro Señor curó al hombre de la mano seca, en la Sinagoga de Galilea? «Saliendo de ahí, inmediatamente los fariseos, con los herodianos, tomaron la decisión de eliminar a Jesús.» (Mc. 3,6). Segundo rechazo: el de los herodianos y fariseos.
¿Y su familia?
Podríamos pensar que el rechazo de sus enemigos sería normal. Hasta aquí no tenemos gran sorpresa. Pero, inclusive su propia familia, las personas en que él debería encontrar apoyo, lo consideran un loco: «Jesús volvió para casa, y otra vez se juntó tanta gente que ellos ni siquiera podían alimentarse. Cuando sus familiares supieron de eso, vinieron para detenerlo, pues decían: ‘Se está volviendo loco'». (Mc. 3, 20-21).
Todavía, ni siquiera en su Patria Él era acogido: «Jesús, entonces, les decía: ‘Un profeta solo no es valorizado en su propia tierra, entre los parientes y en la propia casa'» (Mc 6,4). Tercer rechazo: el de sus familiares y de su Patria.
Entre los doce también hay falta de amor
Se aproxima la Pasión: Nuestro Señor ya fue condenado por sus enemigos y abandonado por su Patria y sus familiares. Pero, ¿su sufrimiento no podía empeorar? ¡Aquellos que más habían recibido habrían también de abandonarlo, y hasta de traicionarlo! «Judas Iscariote, uno de los doce, fue a buscar a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Oyendo eso, ellos quedaron contentos y prometieron darle dinero. Judas, entonces, buscaba una oportunidad para entregarlo.» (Mc 14, 10-11).
Incluso sus seguidores más íntimos, los discípulos, «estaban en camino, subiendo a Jerusalén. Jesús iba al frente, y ellos, asombrados, seguían con miedo.» (Mc 10, 32-34). Perdieron la confianza en Él. Ya habían dado el primer paso para abandonarlo: la falta de confianza y miedo. El segundo paso, ellos lo darían en el Huerto de los Olivos: «Entonces, abandonándolo, todos los discípulos huyeron» (Mc 14, 50). «El aislamiento y la perspectiva del dolor son los dos sufrimientos ápices del Hombre Dios en el Huerto de los Olivos.»[2] Hasta incluso San Pedro, el primer Papa lo niega tres veces, jurando: «No conozco ese Hombre de quien habláis» (Mc 14, 71). Cuarto rechazo: de los discípulos y apóstoles.
El Hombre Dios tenía que rebajarse hasta a los criminales
Abandonado por casi todos, faltaba todavía la injuria y el rechazo de los condenados. Para escándalo de todos, y para que se cumpliesen las profecías, Nuestro Señor es crucificado en medio de dos criminales, uno a su derecha y otro a su izquierda (Cf. Mc 15, 27; Mt 27, 44). En este trecho, San Marcos y San Mateo afirman que los dos ladrones lanzaban injurias, pues querían subrayar cuánto Nuestro Señor estaba abandonado y rechazado en la Cruz. Al contrario, San Lucas afirma que uno se convirtió, pues todo su evangelio es dirigido a la misericordia divina (Cf. Lc 23, 39). El ilustre San Juan Crisóstomo resuelve esta aparente contradicción afirmando que sucedieron ambas cosas: al inicio, los ladrones lanzaban improperios, pero después, uno reconoció al crucificado y confesó su reinado.[3]
La consumación del divino sacrificio
Finalmente, para consumar todo su sacrificio, en su naturaleza humana el Hombre Dios se siente abandonado por la primera persona de la Santísima Trinidad, su propio Padre: «[…] Elwi Elwi lema sabacqani» [4] (Mc 15,34). Este fue el peor de todos los sufrimientos, pues Él se sintió enteramente aislado, sin nadie que lo entendiese, auxiliase y animase. ¡Él se sintiera abandonado hasta incluso por quien Él amaba infinitamente!
Fue así que Nuestro Señor llegó al extremo del rechazo, del desprecio y del aislamiento para que se cumpliese la profecía: «Era el más despreciado y abandonado de todos, hombre de sufrimiento, experimentado en el dolor, como aquellos, delante de los cuales se cubre el rostro, era maldecido y no hacíamos caso de él.» (Is. 53, 3).
Por Eduardo Noubleau
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[1] CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Os sacrifícios do varão católico. São Paulo, 15/03/1988. Conferência. (Arquivo ITTA-IFAT).
[2] CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Os sacrifícios do varão católico. Op. Cit. (Arquivo ITTA-IFAT).
[3] Cf. JOÃO CRISÓSTOMO, Santo. In Paraliticum demissum per tectum, 3: PL 51, 53-54.
[4] «[…] ¿Dios mío, Dios mío, por qué me abandonaste?».
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