sábado, 23 de noviembre de 2024
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Sacerdote y doctor en Astrofísica: "La negación de Dios se hace muchas veces a la ligera"

Madrid (Miércoles, 11-12-2013, Gaudium Press) Los temas de su interés son de lo más diversos, y sorprenden: la muerte de las estrellas, la filosofía de la naturaleza, pero también la teología mariana y el apostolado con la juventud: Sí, estamos hablando de un religioso, del Padre Javier Igea López-Fando, sacerdote de la diócesis de Madrid, quien trabaja en el departamento de Juventud de la Conferencia Episcopal Española, y es también consiliario de la Congregación Mariana de la Asunción, pero además tiene un doctorado en astrofísica de la Universidad de Nueva York.

1.jpgRecientemente (08-XI-2013) el Padre Igea publicó un artículo en el reputado diario español El Mundo, del que trascribimos algunos importantes trechos y reproducimos ideas centrales.

Siendo hombre de ciencia y hombre de fe, tiene la autoridad para decir que no encuentra ningún postulado que sea verdaderamente científico que pruebe la no existencia del alma humana: «Yo sostengo que la opción por el monismo [ndr. monismo: Concepción común a todos los sistemas filosóficos que tratan de reducir los seres y fenómenos del universo a una idea o sustancia única, de la cual derivan y con la cual se identifican] en base a unos datos científicos es una opción más filosófica que científica. El ánima es el principio que anima un cuerpo vivo, lo que distingue un ser inanimado de un ser animado. Por ello, ánima es lo que hace que exista vida», dice el sacerdote-astrónomo.

«Y también el ánima es lo que da forma a la materia, esto es su in-formación. Por ello, no es incompatible conocer los mecanismos con los que se maneja la información en el cerebro y los mecanismos de la vida humana y creer en el alma tal como se concibe en la filosofía aristotélica: por medio de la causalidad formal». «Es más, no me terminan de convencer las propuestas monistas para explicar el más sagrado de los elementos del hombre: su libertad». «Por todo esto no veo ninguna incompatibilidad entre la neurociencia y la existencia de Dios».

Sobre recientes hallazgos de imagenología cerebral, que han ubicado la modificación de la fisiología de ciertas zonas cerebrales durante las «experiencias religiosas», el Padre tiene un apunte bien sugestivo, salpicado de una nota de humor: «Otro punto que la neurociencia analiza es el de los mecanismos cerebrales que explicarían las experiencias religiosas. Se han hecho experimentos para ver qué zonas del cerebro están activas en los momentos de meditación en los que dicen experimentar la presencia de Dios. Se han descubierto dichas zonas e incluso se formulan teorías evolutivas del cerebro que explican el origen de la religión en base a estos descubrimientos. Algunos incluso llegan a decir que si se suprimieran estas áreas cerebrales desaparecería la fe en Dios. Sin embargo, se puede argumentar que relacionar la fe en Dios con la existencia de estas áreas es lo mismo que decir que los olores se deben a que existe la nariz. ¡Amputemos la nariz y desaparecerán los olores! Aun cuando es cierto que durante la oración pueden activarse determinadas áreas del cerebro, la existencia de Dios no depende de que uno lo llegue a experimentar por medio de lo que los creyentes llamamos la experiencia mística. Ésta es subjetiva, mientras que Dios es para el creyente un ser objetivo independiente de él, y del que tiene serias razones metafísicas para admitir su existencia».

Acerca de un argumento estadístico, de que sólo el 7 % de los hombres de ciencia no son ateos, el sacerdote responde diciendo que lamentablemente en estos campos la estadística no se aplica mucho, y dio como ejemplo un caso de la Antigüedad: «Este porcentaje tan pequeño me recuerda al número tan pequeño de sabios que creían en la Edad Media que la Tierra era redonda; era bajo el porcentaje, pero tenían razón. Y uno de los que lo sostuvo fue San Alberto Magno».

«En conclusión -termina el sacerdote, la negación de Dios se hace muchas veces a la ligera. La fe en Dios tampoco es fácil para quien quiere tomársela en serio. El creyente tiene en la fe un tesoro que, por desgracia, no siempre vive. Pero también desde la fe el creyente aprende a ver a todos con los ojos del Dios en que cree, y asume las palabras que el libro de la sabiduría predica de Dios: ‘Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado’ (Sab 11,23).»

Con información de El Mundo

 

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