Puerto Alegre (Lunes, 23-12-2013, Gaudium Press) «Tiempo de expectativa». Este es el título del último artículo de Mons. Jaime Spengler, Arzobispo metropolitano de la Arquidiócesis de Puerto Alegre, en el Estado de Río Grande del Sur, Brasil. En su reflexión, el prelado afirma que nos estamos aproximamos a la fiesta de Navidad, y el tiempo que antecede a la fiesta está marcado por empeños, preparación, organización y programación, además del deseo de encontrar y re-encontrar familiares, amigos y conocidos.
De acuerdo con el Arzobispo, tales actitudes se hacen presentes de forma más intensa y vigorosa en el tiempo que antecede a la Navidad. Para él, son actitudes que, de cierto modo, vienen al encuentro de nuestros anhelos por un mundo de fraternidad, de ternura, de reconciliación y de paz.
Virgen con niño – Museo de Bellas Artes de Valencia |
Mons. Jaime explica que el período de la Navidad nos recuerda el valor de la convivencia, de la necesidad de cultivar relaciones de familiaridad, de amistad, de ternura; nos recuerda la posibilidad de un mundo marcado por la armonía, por la belleza, por el encanto, por la simplicidad; por el cultivo de la dimensión del encuentro; encuentro entre familiares, amigos y vecinos. «Todo esto se expresa en las tantas cenas navideñas, en el intercambio de regalos, en las visitas, e incluso por las vacaciones», completa.
Pero la Navidad es, sobre todo, una celebración de Fe en la encarnación de Dios, enfatiza el prelado, que además subraya que este es el mayor evento de la historia.
Según él, el acontecimiento del nacimiento de Cristo fue marcado por varios símbolos: las velas, las luces, los ornamentos, el árbol, el buey, el burro, los pastores, la dama María, el varón José y el niño Jesús. «Por atrás de todos estos símbolos está una comprensión velada en torno a la sacralidad de la vida. Ahora, toda vida es sagrada. Por eso, en la vida del Niño de Belén, la Fe celebra la manifestación de la propia vida y de su sacralidad», expresa.
El Arzobispo también resalta que durante ese tiempo, nuestros ojos están dirigidos a la pequeña ciudad de Belén, y con la mirada vuelta hacia allá, recordamos el camino recorrido por el pueblo de Israel.
Conforme Mons. Jaime, este camino fue marcado por la expectativa, por la súplica, por la esperanza de que los Cielos derramasen desde las alturas su rocío, y las nubes lloviesen al Justo.
«¡Y la esperanza no decepcionó! El Justo no solo se hizo carne de nuestra carne, sino pasó a caminar con nosotros; pasó a participar en primera persona de la condición y de la historia humana: ¡él se hizo el Dios con nosotros! No estamos solos», destaca.
Por último, el prelado afirma que somos invitados a hacer el camino de Belén y allí entrar, pues el lugar nos recuerda nuestra humanidad y fragilidad. Él evalúa que es por eso que las festividades navideñas, con su preparación, nos hablan de la condición humana, marcada por nobleza, dignidad, fragilidad y posibilidades, que resucitan la esperanza de un mundo mejor.
«A través de la misma, somos invitados a preparar los caminos del Señor e ir a su encuentro. De Él que se hace carne de nuestra carne, dejándose revestir de los paños de nuestra fragilidad, para mostrarnos siempre y de nuevo, que en la vida de un niño se manifiesta la propia Vida y la comunicación del propio Misterio», concluye. (FB)
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