Redacción (Jueves, 09-01-2014, Gaudium Press) Hacía ya cerca de cuatro siglos que no se oía la voz de ningún profeta en Israel y de repente, en el décimo quinto año del reinado de Tiberio César, aproximándose los días anunciados por Daniel sobre la venida del Mesías, un súbito alboroto recorre Jerusalén y toda la Judea. En los márgenes del Jordán -el legendario río, marco de deslumbrantes milagros y grandiosas escenas- aparecía un varón penitente, un enviado de Dios en el espíritu de Elías. Su nombre: Juan el Bautista.
«Nuestro Señor es |
Predicación de Juan y Bautismo de Jesús
Modelo de anacoreta hasta el momento de cumplir su misión, el hijo de Zacarías e Isabel abandonó su larga, austera y mística soledad en la que vivía y bajó al valle del Jordán a donde convergían viajeros de todas partes, para pronunciar palabras de un religioso temor: «Convertíos, porque el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 3, 2).
Multitudes de israelitas confluían para oírle y recibir su bautismo, símbolo de la purificación del corazón necesaria para merecer la vida eterna. El bautismo de Juan -que era de preparación, de penitencia, pero no un sacramento- producía un encendido fervor espiritual como nunca antes visto en Israel. «La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados» (Mt 3, 5-6).
Y el heraldo del Altísimo se presentaba siempre como mero precursor, diciendo sin cesar: «Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero Aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego» (Mt 3, 11).
Seis meses llevaba el santo Precursor preparando a los hijos de Israel para el encuentro con el Mesías cuando fue Jesús al Jordán «para ser bautizado por él» (Mt 3, 13) . En el momento en que Juan notó la presencia del Inocente en medio de la muchedumbre, se inclinó ante Él y le dijo: «Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti y ¡eres Tú el que viene a mi encuentro!» (Mt 3, 14). Jesús le respondió: «Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo».
Y Juan, obedeciéndole, lo bautizó. (cf. Mt 3, 13-15).1 Cuando Jesús salió del agua, el Cielo se abrió y el Espíritu Santo se posó sobre Él en forma de paloma. «Y una voz desde el Cielo dijo: Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección» (Mc 1, 11). Grandiosa manifestación divina con la cual el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, unidos en la obra de la Redención proclamaban la institución del sacramento más necesario para nuestra salvación.2
¿Qué son los sacramentos?
De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica, «los sacramentos son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia por los cuales nos es dispensada la vida divina. Los ritos visibles bajo los cuales los sacramentos son celebrados significan y realizan las gracias propias de cada sacramento.
Dan fruto en quienes los reciben con las disposiciones requeridas».3 En ese mismo sentido se expresa -aunque de una manera más sintética- el conocido teólogo fray Antonio Royo Marín, OP, cuando afirma que los sacramentos son «unos signos sensibles instituidos por Nuestro Señor Jesucristo para significar y producir la gracia santificante en el que los recibe dignamente».4
Acompañemos al docto dominico en la explicación de los términos de esta breve y precisa definición. Los sacramentos son, en primer lugar, signos . O sea, remiten a algo diferente de sí mismos, igual que la balanza simboliza a la justicia o la bandera representa a la patria. Son signos sensibles. Pueden ser percibidos, en consecuencia, por los sentidos corporales. Es lo que ocurre, por ejemplo, con el agua en el Bautismo, el pan y el vino en la Eucaristía o el aceite en la Confirmación y en la Unción de los Enfermos.
Han sido instituidos por Nuestro Señor Jesucristo . De acuerdo con Santo Tomás, «instituir es dar a la cosa fuerza y vigor». 5 Siendo así, solo Nuestro Señor Jesús puede ser la causa de los sacramentos y no la Iglesia, «ya que la gracia santificante brota, como de su manantial único, del Corazón traspasado de Cristo». 6 De ahí se concluye, como enseña San Pío X, que no le corresponde a la Iglesia «innovar nada acerca de la sustancia misma de los sacramentos».7
Para significar y producir la gracia santificante . El agua del Bautismo, por ejemplo, lava el cuerpo del bautizado como representación de la purificación de su alma, que queda limpia de cualquier pecado. Y la Eucaristía nos es dada bajo la forma de alimento corporal para simbolizar el alimento espiritual que el alma recibe por la presencia real de Cristo en cuerpo, sangre, alma y divinidad.
En el que los recibe dignamente . Para que los sacramentos produzcan la gracia santificante es necesario que quien los recibe no les ponga obstáculo o impedimento voluntario alguno. De ahí que sea requerido poseer el estado de gracia para recibir la Confirmación, la Eucaristía, la Unción de los Enfermos, el Orden o el Matrimonio. Y estar arrepentido, por lo menos, con una atrición sobrenatural 8 para obtener la absolución en el sacramento de la Penitencia, o el Bautismo en el caso de personas en la edad del uso de la razón.
Cabe destacar, finalmente, que los sacramentos tienen un carácter universal; Jesucristo no los instituyó únicamente para algunos elegidos, sino para provecho de la humanidad entera.
Vida natural y vida sobrenatural
Llevando más lejos la analogía entre el plano simbólico y el plano de la gracia, Santo Tomás de Aquino establece en la Suma Teológica un interesante paralelismo entre la vida natural y la vida sobrenatural producida por los sacramentos.9 Mientras que en la primera el hombre es engendrado, crece y se alimenta, en la segunda el alma nace por el Bautismo , alcanza la talla y fuerza perfectas en la Confirmación y se nutre con la Eucaristía.
Y «como el hombre está sujeto a la enfermedad corporal y espiritual, que es el pecado, el hombre necesita un remedio para su enfermedad».10 Esa es la función de la Penitencia (Reconciliación), que restablece la salud, y la de la Unción de los Enfermos, que limpia el alma de los vestigios y secuelas en ella por el pecado. A estos cinco sacramentos se unen el del Matrimonio y el del Orden – siendo éste último análogo al poder que recibe una persona para «regir una multitud» y ejercer funciones públicas-, completándose así el número de siete.
«Y se justifica -concluye el Doctor Angélico- el número septenario de los sacramentos por estar éstos destinados al remedio del pecado. Porque el Bautismo está destinado a remediar la carencia de vida espiritual; l La Confirmación, a remediar la debilidad espiritual de los neófitos. La Eucaristía, a remediar la proclividad hacia el pecado. La Penitencia, a perdonar los pecados personales cometidos después del Bautismo. La Unción de los Enfermos, a perdonar las secuelas de los pecados no del todo desaparecidos, por negligencia o por ignorancia; El Orden, a remediar la desorganización de la multitud. El Matrimonio, a remediar la concupiscencia personal y la disminución de la población, producida por la muerte de los individuos».11
«Por lo tanto, nada permanece al margen de la influencia benéfica de los sacramentos» , observa el P. Royo Marín. «Por medio de ellos toda la vida humana es santificada y el hombre se encuentra proveído con divina abundancia de todo cuanto necesita para asegurar su salvación eterna».12
El único sacramento indispensable para la salvación
En la tradicional relación establecida por Santo Tomás, el Bautismo, nuevo nacimiento espiritual, es el primero de los siete sacramentos.13 Aunque también lo es desde el punto de vista de la necesidad, ya que es el único sacramento indispensable para que cada uno de nosotros, individualmente, alcancemos la Bienaventuranza eterna. 14 Así lo afirma el propio Santo Tomás con absoluta claridad: «Luego es claro que todos están obligados a recibir el Bautismo y que sin él no hay salvación para los hombres».15
Y de manera más hermosa y clara el Señor mismo: «Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios» (Jn 3, 5).16 Ahora bien, «pertenece a la misericordia de aquel que ‘quiere que todos los hombres se salven’, que el hombre encuentre remedio fácil en las cosas que son necesarias para la salvación».17
17 De ahí que la materia del Bautismo sea una materia común, el agua, que está al alcance de cualquiera. Y también que el ministro del Bautismo, en circunstancias excepcionales, pueda serlo cualquier persona, uno que no haya sido ordenado, hombre o mujer, o incluso un hereje o un pagano.18 Para que el sacramento sea válido, la Iglesia sólo exige que se utilice la materia del sacramento, se observe la forma y se aplique la intención de hacer lo que ella misma hace, rechazando cualquier herejía o infidelidad.
Bautismo y Pecado Original
Conviene no olvidar que la necesidad de este sacramento, conforme lo explica Besson, «es consecuencia de los efectos del Pecado Original y de las restituciones prometidas por el Hombre Dios».19 Cada uno de nosotros pecó en Adán, y la muerte entró en nuestra alma con el pecado; de la misma manera que cada uno de nosotros ha sido salvado en el nuevo Adán, y para que la vida de Él entre en nuestra alma es necesario que recibamos la gracia del Bautismo.
«Bajo las aguas del Bautismo, la mancha primitiva es borrada de la frente de la humanidad; y con el título de hijo bautizado y regenerado, el hombre decaído recupera sus derechos y su herencia celestial. Esta necesidad alcanza a todos los hombres».20 Por eso, poco tiempo después de su nacimiento, el niño es llevado a las fuentes bautismales por un padrino que responde por su Fe, e inclina bajo el agua santa su frente aun marcada con el pecado original.21 Consumado el rito, la criatura se yergue libre, inocente e inmaculada, con el sello indeleble del orden sobrenatural. Era esclavo, y sus grilletes han sido rotos; estaba muerto, y ha sido resucitado.
Dos principales efectos
¿Cuáles son los principales efectos de este sacramento? El P. Royo Marín, en su libro Somos hijos de Dios , enumera siete, con la precisión propia de un teólogo. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma, bajo un prisma más pastoral, que son dos principalmente: la purificación de los pecados y el nuevo nacimiento en el Espíritu Santo.22 Poco se puede afirmar con relación al primero de ellos, sino que la purificación es tan completa que «todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los pecados personales así como todas las penas del pecado».23
Y más allá de limpiar así el alma, este sacramento «hace también del neófito ‘una nueva creación’, un hijo adoptivo de Dios que ha sido hecho ‘partícipe de la naturaleza divina’, miembro de Cristo, coheredero con Él y templo del Espíritu Santo».24 De hecho, el Bautismo nos hace miembros del Cuerpo de Cristo y nos incorpora a la Iglesia.
. A través de él, la vida de Jesucristo circula por todo su Cuerpo, llevando su gracia capital a todos los miembros y permitiéndoles alcanzar la gracia y las virtudes: «De Cristo Cabeza fluye a todos sus miembros la plenitud de gracia y de virtud, según las palabras de Juan: ‘De su plenitud todos hemos recibido’ (Jn 1, 16)».25
De esta manera, en el orden de la satisfacción, de la redención, del mérito, de la oración, del sacerdocio: todo se ha hecho común entre Jesucristo y nosotros, por lo que la Iglesia entera, Cuerpo Místico de Jesucristo, puede ser considerada como una sola persona con Él, conforme enseña Santo Tomás de Aquino.26
La Pasión de Cristo es comunicada al neófito
Las consecuencias de esta doctrina tienen un alcance más grande de lo que uno puede pensar, hasta tal punto que por el Bautismo -afirma San Pablo- el creyente comulga de la muerte de Cristo, es sepultado y resucita con Él.27
Sobre esto, comenta Santo Tomás: «Uno se incorpora a la Pasión y Muerte de Cristo a través del Bautismo, según la expresión de San Pablo: ‘Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él’ (Rm 6,8). De donde se deduce que a todo bautizado se le aplica la Pasión redentora de Cristo como si él mismo hubiese padecido y muerto. Pero la Pasión de Cristo ha satisfecho de modo suficiente por los pecados de todos los hombres. Por tanto, el que se bautiza queda libre de la pena que debería pagar por sus pecados, como si él mismo hubiese satisfecho de modo suficiente por todos ellos».28
Somos hijos de Dios
Quizás el más conmovedor y asombroso efecto del Bautismo sea el producir la afiliación divina. Dios, según su naturaleza, sólo tiene un Hijo, que es el Verbo Encarnado. Únicamente el Padre le transfiere eternamente la naturaleza divina en toda su infinita plenitud. Sin embargo, la gracia santificante -que es uno de los efectos del Bautismo- confiere a los neófitos una participación real y verdadera en esa afiliación, pues «se trata de una adopción intrínseca, que pone en nuestra alma, física y formalmente, una realidad absolutamente divina, que hace circular la sangre misma de Dios en las venas de nuestra alma.
En virtud de este injerto divino, el alma se hace participante de la misma vida de Dios. Se trata de una verdadera generación espiritual, un nacimiento sobrenatural que imita la generación natural, y que recuerda, analógicamente, la generación eterna del Verbo de Dios».29 En una palabra, la gracia santificante, para la que el Bautismo nos abre las puertas, no nos da solamente el derecho de llamarnos hijos de Dios, sino que nos hace serlos en la realidad. «¡Inefable maravilla -concluye el P. Royo Marín- que parecería increíble si no constara expresamente en la divina Revelación!». 30
¿Podría Dios haber hecho algo más por nosotros?
Por José Afonso Sulzbach de Aguiar, EP
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Notas:
1 Durante su reciente visita al lugar donde había sido bautizado Jesús, el Papa Benedicto XVI explica el por qué de ese gesto del Redentor: «Jesús se puso en la fila con los pecadores y aceptó el bautismo de penitencia de Juan como un signo profético de su Pasión, Muerte y Resurrección para el perdón de los pecados» (10/5/2009).
2 Santo Tomás afirma que este sacramento quedó instituido cuando Cristo fue bautizado, si bien que la necesidad de recibirlo haya sido notificada a la humanidad después de su Pasión y Resurrección (cf. ST III, c. 66, a. 2).
3 CIC §1131-1132.
4 ROYO MARÍN, OP, P. Antonio. Somos hijos de Dios. Madrid: BAC, 1977, p. 93.
5 AQUINO, Santo Tomás de. Suma Teológica III, c. 64, a. 2. Cf. Denzinger – Hünerman, §1864.
6 ROYO MARÍN, OP, Op. cit., p. 93-94.
7 Denzinger – Hünerman, §3556.
8 La atrición , o contrición imperfecta , es el arrepentimiento suscitado por el temor al castigo. Para conocer mejor las diferencias entre atrición y contrición perfecta , puede consultar nuestra edición de diciembre de 2008, núm. 65, pp. 34-35.
9 Cf. AQUINO, Santo Tomás de. Suma Teológica III, c. 65, a. 1.
10 Ídem, c. 65, a. 1, resp.
11 Ídem, ibídem.
12 ROYO MARÍN, OP, Op. Cit., p. 94.
13 Cf. AQUINO, Santo Tomás de. Suma Teológica III, c. 65, a. 2, resp.
14 Cf. Idem, c. 65, a. 3, ad. 3; a. 4, resp. La Penitencia y el Orden sacerdotal también son de absoluta necesidad, pero la primera sólo se le requiere a los que pecan después del Bautismo, mientras que el segundo es imprescindible para la Iglesia, no para el individuo (cf. ST III, c. 65, a. 4).
15 AQUINO, Santo Tomás de. Suma Teológica , III c. 68, a. 1, resp.
16 En este artículo no hablaremos sobre el bautismo de sangre (el de los mártires no bautizados), ni el de deseo, pues aunque produzcan los mismos efectos que el Bautismo sacramental, no son sacramentos propiamente dichos (cf. ST III, c. 66, a. 11, ad. 2). El lector que se interese por conocer lo que Santo Tomás afirma sobre ambos puede consultar el artículo 12 de la cuestión 66 (bautismo de sangre) y el artículo 2 de la cuestión 68 (bautismo de deseo). Sobre la esperanza de salvación de los niños que mueren sin el Bautismo, véase la Declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe del 19 de abril de 2007.
17 Cf. AQUINO, Santo Tomás de. Suma Teológica III, c. 67, a. 3.
18 Cf. Ídem, c. 67, a. 3-5.
19 BESSON, Mgr. Louis François Nicolas. Les Sacrements. París: Reaux- Bray, 1886, p. 116.
20 Ídem, ibídem.
21 Sobre la conveniencia de no retardar el bautizo de los niños véase Suma Teológica , III, c. 68, a. 3 y 9.
22 Cf. CIC §1262. El P. Royo Marín, en su ya mencionado libro Somos hijos de Dios , hace una relación sistemática de los efectos del Bautismo que reproducimos en el cuadro anexo.
23 CIC §1263.
24 CIC §1265.
25 AQUINO, Santo Tomás de. Suma Teológica , III, c. 69, a. 4. Afirma también Santo Tomás: » A través del bautismo uno es regenerado a la vida espiritual, que es propia de los fieles de Cristo. […] Ahora bien, la vida pertenece a los miembros que están unidos a la cabeza, de la que reciben sensibilidad y movimiento» (Suma Teológica , III, c. 69, a. 5).
26 Cf. Ídem: «La cabeza y los miembros son como una sola persona mística. Y, por tal motivo, la satisfacción de Cristo pertenece a todos los fieles como miembros suyos» (ST III, c. 48, a.2 ad 1). «Toda la Iglesia, que es el cuerpo místico de Cristo, se considera como una sola persona con su cabeza, que es Cristo.» (ST III, c. 49, a. 1 resp.).
27 Cf. CIC §1227.
28 AQUINO, Santo Tomás de. Suma Teológica , III, c. 69, a.4 resp.
29 R ROYO MARÍN, OP, Op. cit., p. 20-21.
30 Idem, pag. 21.
(Revista Heraldos del Evangelio, Julio/2009, n. 72, pag. 22 – 27)
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