Taketa (Sábado, 11-01-2014, Gaudium Press) Un descendiente de los cristianos que padecieron persecución en Japón, Goto Atsusi, descubrió hace tres años una expresión particular de la fe en medio de las dificultades. Los creyentes que protagonizarían el llamado milagro de oriente en 1865, por haber conservado su fe sin presencia de la Iglesia por más de 200 años, tallaron verdaderas catacumbas a cielo abierto en medio de los bosques de la región. Hasta el día de hoy se han hallado ocho capillas excavadas en la roca sólo en la región de Taketa y se sospecha la existencia de un centenar, según destacó el diario de la Santa Sede, L’Osservatore Romano.
Catacumba cristiana en la Prefectura Miyagi, Tome Towa, Japón. |
La fe católica llegó a Japón con la llegada del heroico misionero San Francisco Javier, en 1549. 60 años más tarde el florecimiento de la Iglesia fue detenido con brutalidad por la persecución del Shogun (jefe militar del país) que resultó análoga en crueldad con la llevada a cabo en el imperio romano contra los primeros cristianos. La terrible violencia desatada se sumó a lo que parecería poner fin a la fe en el país: el aislamiento total del territorio, que impidió efectivamente la llegada de sacerdotes u Obispos y la predicación del Evangelio.
Muchos creyentes dieron su vida o se vieron obligados a apostatar de manera pública, mientras otros consiguieron ocultarse y mantener su fe, comunicándola de padre a hijo a pesar de las graves limitaciones. La comunidad de creyentes, conocidos como Kakure Kirishitan (cristianos ocultos), consiguió preservar su conocimiento de la fe orando en secreto, representando a Cristo y la Santísima virgen en imágenes de apariencia estética budista y, como lo revelan los descubrimientos recientes, creando lugares de culto en cuevas en medio de los bosques. Las oraciones cristianas tomaron la forma de cantos parecidos a los budistas, mientras que sus letras conservaban palabras del latín, español y portugués directamente preservadas de los primeros evangelizadores.
Lamentablemente sólo unos 300 cristianos habitan hoy en Taketa, de quienes sólo unos cuantos son católicos y deben viajar más de una hora entre las montañas para participar en la Eucaristía en la último templo de la región. La comunidad católica más numerosa estuvo presente en la ciudad de Nagasaki, donde habitaban dos tercios de los fieles de todo el país para 1945. A causa del estallido de la bomba atómica precisamente en esa ciudad, la presencia católica fue reducida de forma severa nuevamente. Actualmente los católicos japoneses suman más de medio millón de personas, en medio de una población total de 126 millones de habitantes.
Con información de L’Osservatore Romano y Zenit.
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