Redacción (Jueves, 30-01-2014, Gaudium Press) Para Santo Tomás, el término sacerdote proviene de ‘sacra dans’, «el que da lo sagrado», define la esencia presbiteral, por coadunarse con sus dos funciones principales: «primero, tiene por misión comunicar al pueblo las cosas sagradas que recibe de Dios, por tanto, ejercer la función de oráculo transmitiendo la Palabra de Dios; segundo, su propia persona está dedicada «a la más sagrada de todas las cosas, el culto divino».
El Doctor Angélico lo considera como «instrumento de la misericordia y de la justicia divina, a veces, de las leyes humanas». Donde se entrevé su aspecto real. Y agrega: «Los sacerdotes son los embajadores e intérpretes para todas las instrucciones doctrinarias y morales, que place a Dios comunicar a los hombres» [1]. Se diría que el sacerdote en sus tres ministerios, está fundamentado -aunque no explícitamente- en esta afirmación tomista.
El sacerdote actúa «in persona Christi capitis», pues, como fue dicho, en el nuevo Testamento existe apenas un sacerdote: Jesucristo, el agente principal de los sacramentos y del culto cristiano. De ahí procede toda la dignidad sacerdotal. Se diría que el sacerdote presta su laringe para que Cristo perdone los pecados y consagre la hostia en la Misa, supremo acto sacrificial [2].
El Ministro principal, el Ministro de Excelencia de la Iglesia es el propio Cristo. Jesucristo es el único sacerdote, y, por tanto, todas las ceremonias del Antiguo Testamento cedieron lugar a los ritos instituidos y operados por Él a través del ministro secundario [3].
En Santo Tomás la mediación se da no solamente en el sacrificio, sino también en la Palabra como «oráculo transmitiendo la Palabra de Dios», o todavía como «embajadores e intérpretes» de las leyes divinas. Esta es la esencia del sacerdocio católico. Hugo Rahner recuerda que esta «mediación», que es «esencia del sacerdocio», se ordena tanto al culto cuanto a la predicación [4]. Fray Antonio Royo Marín resalta que estas funciones están fundamentadas en el sacramento del orden, pues, «el presbiterado constituye un verdadero sacramento, que imprime en el alma un carácter indeleble» [5].
Por el Padre Mário Sérgio Sperche, EP
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[1] S. Th. 3, q.22, a.1, a.2 In: AQUINAS.
[2] S. Th. 3, q.82, a. 1. Resp.
[3] S. Th. 3, q. 71, a. 4.
[4] RAHNER, Teología dela pregación. Buenos Aires: Plantin, 1950, p. 225.
[5] ROYO MARÍN, Antonio. Teología moral para seglares. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1994, p. 528.
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