Redacción (Martes, 04-02-2014, Gaudium Press) El viejo y el mar es un relato largo de Hemingway, relato que se quedó entre el cuento y la novela. Fue el tramo final de la vida de un pescador cubano «salao», más por los años que por la adversidad. Para leerlo de cabo a rabo basta un viaje largo en avión comenzando desde las fastidiosas esperas en los aeropuertos.
Hay quienes quedan conmovidos por la veraz historia que el infeliz autor suicida retrató. Pero se quedan anclados ahí no más. A otros los hace pensar en el dilatado episodio intentando sacar conclusiones, buscarle relaciones, etc. Conclusiones de la vida que unos llevan como una bandera erguida hasta el final de su días y otros terminan arrastrándola sin gloria en un rincón mustio de algún ancianato, o de su propio hogar, vacíos y desestimados por sus más próximos.
Foto: Revistaecclesia.com |
Este viejo pescador al menos la peleó hasta el último momento y si cayó en la dura y rústica cama de su pobre cabaña al pie del mar, fue por físico agotamiento y pérdida del sentido. Pero peleó tres días y tres noches seguidas con un enorme pez-espada o pez-vela, o «aguja» como lo llaman algunos pescadores todavía. El pescador este recuerda un poco al fallecido viejo padre jesuita Jorge Loring Miró de nobleza pontificia y su espacio televisivo de EWTN «Para salvarte» sacado de las páginas de su libro del mismo nombre que escribió hace unos años y hoy es más que un best seller. El anciano sacerdote murió el 25 de diciembre del año pasado a los 93 años de un Accidente Cerebro Vascular rezando una Avemaría.
Un viejo pescador de almas en un renegrido mar de miserias y dolor como es buena parte del mundo de hoy. De pie, erecto como una torre imbatible, el encanecido cura entre su ‘cleriman’ negro acostumbraba a recordar españolísimamente olvidadas verdades que televidentes y auditorios completos escuchaban respetuosamente así no estuvieran de acuerdo. El viejo Padre Loring hablaba convencido y sin disimulos. Eso era precisamente lo que atraía. Creía en lo que decía y creía firmemente, sin ambigüedades. Su libro, estrictamente ceñido a las verdades del catecismo de la Iglesia Católica y un poco más arriba de ellas, parece una pequeña enciclopedia manual que uno puede llevar con facilidad a cualquier parte del mundo -incluso y mejor en un aburrido viaje de avión. Si Hemingway nos deja un viejo pescador exhausto aparentemente derrotado, el padre Loring nos recuerda a muchas almas católicas luchadoras que han muerto firmes al pie del cañón. Lucha amarga y silenciosa pero constante y fervorosa como la de tantos hombres y mujeres que habrán estado tal vez tristes, preocupados, pensativos y serios pero jamás desanimados.
La vida que Dios nos dio es una caja de sorpresas no necesariamente todas agradables y consoladoras. Todo normal y de repente pica el pez, y hay que pulsar con cuidado el sedal para saber bien la clase de animal que mordió. Si se percibe que es un monstruo más allá de todas las posibilidades humanas, es fácil dejarlo ir, pero si se tiene fe y confianza, comienza el doloroso batallar hasta conseguir dominarlo. Nuestro viejo sacerdote, pescador del mar de la vida, mar inquieto y profundo, no lo soltó. Como el personaje del relato, aceptó el desafío aunque percibía que era más grande que su barca y pesaba más de media tonelada. Después de atarlo a estribor llegaron los tiburones atraídos por la sangre y se lo comieron todo aunque contra ellos también luchó valientemente. Alcanzó la playa totalmente agotado con el esqueleto de su presa amarrado firmemente a la barca, sin siquiera imaginar que al otro día en la mañana los mejores pescadores de la aldea estarían reunidos asombrados admirando lo que este viejo pescador sacó del mar, dominó y trajo solo, absolutamente solo. Porque hay batallas que toca darlas en completa soledad y sin que quienes nos conocen de cerca, tampoco las perciban. Porque Dios frecuentemente quiere de nosotros la batalla y no la victoria…La victoria es de Él.
Por Antonio Borda
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