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El joven santo de la sonrisa – II Parte

Redacción (Jueves, 13-02-2014, Gaudium Press)

Un cilicio bajo las ropas elegantes

El joven Francisco profesaba en su interior una fe pura y sincera. «Nunca se aproximaba a los Sacramentos sin dejar trasparecer los profundos sentimientos de fe y de religioso respeto de los cuales estaba compenetrado» 7, declaró uno de sus más íntimos amigos de la época. «¡Cuántas veces lo vi de manos juntas, ojos humedecidos por las lágrimas y como que arrebatado en profundos pensamientos!». 8

Sobre todo, nadie podía imaginar que aquel joven aplaudido y aprobado por todos llevaba, bajo las ropas elegantes y lujosas, un grosero cilicio de cuero clavado de agudas puntas de hierro. En el vaivén superficial de los acontecimientos, el anhelo de trillar algún día en la vida religiosa comenzaba a despuntar en su alma. Faltaban, todavía, algunos lances decisivos para dar el último adiós al mundo.

Ardua renuncia, hecha con alegría

1.jpgDespués de la muerte de la madre, su hermana mayor, María Luisa, fue para él uno de sus principales pilares. Muy hermosa, se encontraba ella en la flor de la edad cuando irrumpió en Spoleto una asoladora epidemia de cólera, de la cual fue la primera víctima… La muerte de la joven, ocurrida en el año 1855, causó en Francisco el impacto de un rayo.

De eso se valió la Providencia para abrirle los ojos sobre su vocación. Luego después del fallecimiento, él expuso a su padre la resolución de ingresar a un convento. Este, entretanto, rechazó su autorización, temiendo que tal deseo fuese el fruto efímero de un momento de dolor. Recelo, en la apariencia, confirmado, pues, con el correr del tiempo, las atracciones del mundo comenzaron a ahogar de nuevo aquel anhelo interior… «Podía yo – escribiría después Francisco a uno de sus compañeros – ¿gozar de más placeres y diversiones? ¿Y qué quedó de todo aquello? Nada más que vergüenza, temores y turbaciones». 9

Fue en esa situación que vino a darse el crucial encuentro con la Sacra Icona, gracias a la cual el renitente joven decidió abrazar para siempre la vida religiosa.

Pocos días después de ese episodio, el 5 de septiembre, la más selecta sociedad de Spoleto se reunía en el salón de ceremonias del Liceo Jesuita, para asistir a la distribución de los premios de fin de curso. Como presidente de la Academia Literaria, Francisco ocupaba en el salón un lugar prominente.

Llegada la hora de subir al escenario, la asistencia explotó en exclamaciones de entusiasmo, viendo un adolescente de dieciocho años presentarse con tanta elegancia y distinción. «Aquel timbre de voz, aquella sonoridad, aquella vocalización y, sobre todo, aquella gracia de expresión y de gestos electrizaban y sacudían los corazones más apáticos». 10 Terminado el discurso, todos deseaban felicitarlo, aclamarlo, saludarlo, y él respondía con su habitual sonrisa.

La decisión, sin embargo, estaba tomada. Al día siguiente, él partiría para un cambio de vida definitivo.

Con apenas 18 años, cambiaba un brillante porvenir por una vida de renuncia y recogimiento. Daba, sí, un paso arduo, pero con el corazón invadido de alegría.

Pasionista para siempre

En la mañana siguiente, Francisco partió feliz de Spoleto en dirección a Loreto, donde pasó algunos días estrechando los lazos de amor y devoción a María Santísima, en el célebre Santuario.

De allá, se dirigió a Morrovalle para dar inicio al noviciado pasionista. «Él, el elegante bailarín, el brillante animador de los salones de Spoleto, escogió entrar al austero Instituto de los Pasionistas, fundado en 1720 por San Pablo de la Cruz, con la misión de anunciar, a través de la vida contemplativa y del apostolado, el amor de Dios revelado en la Pasión de Cristo». 11

El cambio de su nombre a Gabriel de Nuestra Señora de los Dolores o (Gabriel de la Dolorosa, como más se lo conoce) marcó la muerte para la vida pasada y el comienzo de la caminata en las vías de la perfección. Cuando, en conversación con sus compañeros de convento, el asunto recaía sobre los acontecimientos del mundo, él la interrumpía con una serena sonrisa: «¿Por qué hablamos de aquello que tenemos que abandonar para siempre? Dejen que los muertos entierren a sus muertos». 12

No pensemos, entretanto, que la adaptación a la austera vida religiosa fue fácil para aquel joven de vida acomodada. Acostumbrado a las comidas finas, «los insípidos alimentos del pobre convento pasionista le causaban una repugnancia invencible. A pesar de las protestas de su naturaleza, insistía él en comerlos, hasta que sus superiores, compadecidos, le permitieron, temporariamente, algún alivio». 13 Lo mismo ocurría con otros aspectos de observancia de la disciplina, pero él hacía hincapié en cumplir eximiamente los horarios y obligaciones del noviciado, por mucho esfuerzo que eso le costase, dada su delicada tez.

Por la Hna. Lucía Ordoñez Cebolla, EP

(Mañana: Amor a la Pasión de Cristo – La última sonrisa)

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7 BERNARD, CP, R. P. Vie du Bienheureux Gabriel de l’Addolorata. 4.ed. Paris: Mignard, 1913, p.32.
8 Idem, ibidem.
9 ARDERIU, José. Modelos de santidad. San Gabriel de la Dolorosa. 4.ed. Barcelona: Balmes, 1960, v.II, p.114-115.
10 FUENTE, op. cit., p.57.
11 ARTICOLI COLLEGATI, La vita, op. cit.
12 ARDERIU, op. cit., p.115.
13 ECHEVERRÍA, Lamberto de. San Gabriel de la Dolorosa. In: ECHEVERRÍA, Lamberto de, LLORCA, Bernardino, REPETTO BETES, José Luís. (Org.). Año Cristiano. Madrid: BAC, 2003, v.II, p.575.

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