Madrid (Viernes, 14-02-2014, Gaudium Press) Su destino ya lo tenía trazado, bien meditado. Carmen García Camacho quería casarse, terminar su carrera en pedagogía en la Complutense de Madrid, ayudar a los demás, y tener muchos hijos, por qué no 8. «Me había organizado la vida: Tener un novio y después de tres años, casarme con una persona cristiana, católica practicante. Y mínimo tener 8 hijos», dice. Pero los grandes ideales también poblaban su alma. Soñaba con que sus labores profesionales generasen cambios profundos en la sociedad española.
En febrero de 2009, junto a sus padres visitó la ciudad de Lerma, donde había una comunidad de Clarisas. «Me sorprendió su alegría, esos rostros radiantes, tan jóvenes y guapas, muchas con una vida profesional consolidada, y que lo dejaron todo por el Señor»; al dejar a las monjas Carmen no podía olvidar sus rostros, no podía dejar atrás esas impresiones que se le grabaron profundamente en el corazón. Rápidamente se dio cuenta que no era un mero recuerdo natural, sino que había algo más… Así, y por espacio de varios meses siguió yendo al monasterio, sobre todo a conversar con Desirée, la religiosa con la que mejor se había dado.
Antes de su entrada en religión |
En una de esas visitas, cuando las otras monjas se fueron a rezar, «se quedó conmigo la hermana Desiré, quien además es amiga de una tía mía. Repentinamente me preguntó ‘¿Qué piensas hacer con tu vida?’ Sin pensarlo simplemente le respondí ‘yo quiero ser psicopedagoga, así que tengo la intención de acabar dentro de tres años, casarme, tener hijos’, pero la pregunta quedó rondando en mi mente». La respuesta no salió esta vez del fondo del corazón.
Por el contrario, el qué hacer de su vida se fue tornando inquietante. Ella se refugiaba en su habitación, y allí escuchaba música católica. «Lo hacía para estar en paz», dice.
Un día, «de pronto escuché una letra que hablaba de la consagración. Me caí para atrás, me fui arrastrando hasta el armario y acabé sentada en el suelo del shock. Fue como un puñetazo en el estómago. La sensación era que el corazón tiraba de mí y quería salir del pecho para hacer eso que estaba oyendo. Yo decía: ‘Dios mío, esto me está llenando, no puede ser, yo no quiero’. Hacía un esfuerzo para no rezar, pero me moría si no lo hacía, cada vez estaba más triste. Poco a poco me daba cuenta que mi corazón era para Jesús, que no podía dar mi persona, mi cuerpo a un hombre. Tenía este anhelo de entregarme y vivir para otros. Le había puesto el nombre de ‘marido e hijos’, pero sólo Él era la respuesta al anhelo de mi corazón».
Poco después ingresó al monasterio de las Clarisas de Lerma. Luego fue trasladada al convento Franciscano de San Pedro Regalado de La Aguilera, en Burgos. Después, esta comunidad se fusionó con las Clarisas de La Aguilera, surgiendo en el 2010 el Instituto Religioso de Derecho Pontificio, Iesu Communio, de la cuál Carmen hace parte.
La hoy religiosa a las obligaciones canónicas, suma la repostería. Se levanta temprano, y durante todo el día tiene una vida de oración intensa, por ejemplo con la Liturgia de la Horas.
«Ahora que han pasado los meses -reflexiona- veo que el Señor se valió de esa pregunta concreta (¿Qué piensas hacer con tu vida?) para descubrir que todos los nombres que yo había puesto a los anhelos de mi corazón tenían un solo rumbo… Jesús».
La Cruz siempre está presente en toda vida, y en la de Carmen se manifestaba con recuerdos de añoranza de sus tiempos de hija de familia. Pero esta aflicción también fue vencida por la unión con el Redentor. Al acostarse «sentía nostalgia al no tener el beso cotidiano de mi madre», y creía que el vínculo con la familia estaba indisolublemente roto. «Pero un día me metí en la cama y me puse a pensar en esto. Se lo entregué a Jesús y sentí su voz: ‘Carmen, es mi promesa de amor, confía en mí’. Y confío en Él plenamente. Habrá momentos de más dificultades, seguro, pero la clave está en entregárselo al Señor y apoyarte totalmente en la Santísima Virgen María».
La Virgen es su modelo y también su madre. Amando a la Virgen y actuando según su ejemplo «estás haciendo la voluntad de Dios. Si te piden hacer una pasta, la harás con todo el amor del mundo, porque al final es lo que el Señor te va a evaluar, por así decirlo, porque te medirá con el amor que lo haces. Finalmente descubrí que mi deseo de maternidad era un deseo de maternidad consagrada. Mi deseo de entrega, era la consagración y contemplación».
Con información de ReligionEnLibertad
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