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La primera mirada de la inteligencia

Redacción (Jueves, 20-02-2014, Gaudium Press) El famoso neotomista francés, P. Réginald Garrigou-Lagrange, OP, nos dejó ricas páginas respecto a la ‘primera mirada de la inteligencia’ sobre las cosas y sobre la vida,[1] considerándolo primeramente a través de un prisma meramente natural y, en seguida, como bañado por la gracia.

Tomando como punto de partida la afirmación de Nuestro Señor -‘si oculus tuus fuerit simplex, totum corpus tuum lucidum erit’ (Si tus ojos están sanos, todo tu cuerpo tendrá luz)-, Garrigou-Lagrange comenta que esa es una investigación de universal interés, llamando la atención no apenas de estudiosos, sino también de personas más simples, desde que tengan alma elevada y grandes aspiraciones.

1.jpgNunca será demás realzar la riqueza virtual de esa ‘primera mirada’ y la necesidad, para el joven o el adulto de cualquier edad, de retornar a ella. Ese es el medio adecuado del ser humano dirigirse a aquel mundo de verdades sobrenaturales y metafísicas las cuales tal vez haya dejado oscurecer en su espíritu, sea porque colocó su corazón demasiado en los bienes terrenos, sea porque sucumbió a la presión del ambiente. En general, por ambas razones.

La complejidad de la vida en los días actuales constituye otra grave dificultad para la primera mirada. En efecto, hoy las mentes son bombardeadas sin cesar por las cacofonías de la civilización de lo efímero, de lo relativo, de lo contradictorio, de lo meramente palpable. Ya a mediados del siglo XX se tornaba avasallador el dominio del tecnicismo, mas éste, gracias al avance de la electrónica, va ahora alcanzando un paroxismo. Mientras la institución de la familia cristiana atraviesa una crisis perturbadora sin precedentes, los hogares son inundados por todo tipo de aparatos fascinantes. Desde la más tierna edad, niños y niñas son cautivados por juegos, blogs, you tubes, i-pods, play stations, face books, celulares, y -además del riesgo moral y psicológico que corren- pierden aquello que de mejor tiene la infancia: los momentos serenos de contemplación de las cosas, los «sueños» con mundos maravillosos, los períodos concedidos a la imaginación creativa anclada en el bien y en lo bello. No se trata de un problema circunscrito a la infancia: la posibilidad de recuperación de la primera mirada padece bajo el poder imperialista de la técnica, y una cantidad aplastadora de informaciones imposible de ser digerida.

Recuerdo con simpatía de un vietnamita que, en los años 70, definía su mayor placer en la vida como estar sentado solito en la puerta de su casa de campo, admirando el paisaje teñido por los sucesivos colores de la puesta del sol. Se trata de una actitud que se va tornando rara. Hoy será más probable encontrar a cada uno de los moradores de esa residencia delante de una pantalla de computadora.

En las épocas anteriores a la civilización de la técnica y al dominio del relativismo y de la superficialidad, las personas llegaban a alcanzar una robustez y seguridad de espíritu de la cual es difícil hacer idea. Y el punto de partida se encontraba en una infancia en la cual el sentido del ser y de sus transcendentales era desarrollado natural y paulatinamente, sirviendo de faro para toda una vida fundada en el sentido común.

Pero todavía ahora es posible, con mucho esfuerzo y buena orientación, restaurar ese sentido, del cual dependen una inteligencia, una voluntad y una sensibilidad bien constituidas.

Volver a aquella primera mirada límpida e inocente del niño en sus primeros contactos con el mundo es, desde el punto de vista natural, la única manera de alcanzar tal fin, impidiendo que nuestra inteligencia zozobre en medio del caos moderno, y, al contrario, lo someta, lo discierna y contribuya para cambiar el rumbo de las cosas.

De igual o mayor importancia es el deber de todo adulto de proteger, favorecer y guiar el desarrollo psicológico del niño en la fidelidad a la primera mirada.

Con Santo Tomás, Garrigou-Lagrange afirma la similitud entre «la primera mirada intelectual de un niño y, en el otro extremo de la existencia, la contemplación simple del anciano que descubrió el verdadero sentido y el precio de la vida».[2]

En resumen, la fidelidad a la primera mirada conduce a la contemplación. Ni el ruido de las actividades, la convivencia a veces conflictiva, la turbulencia intelectual, ni los tropiezos, impedirán alcanzar ese pináculo. La mirada límpida y fortalecida no sucumbe a las desilusiones, los dramas y los obstáculos, sino vive en la paz constante.

Por Mons. João S. Clá Dias, EP

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[1] Garrigou-Lagrange, Réginald. El Sentido Común, la Filosofia del ser y las fórmulas dogmáticas. Buenos Aires: Desclée de Brouwer, 1944. p. 329-350.
[2] Ibidem, p. 329.

 

 

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