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El caleidoscopio divino

Redacción (Jueves, 27-02-2014, Gaudium Press) Se gira, se gira, se gira y siempre nuevas figuras aparecen. Ahora una linda rosácea dorada con matices rojos, ahora la moldura es rubra con pequeñas florecitas verdes, ahora es el color azul que sobresale dando una especial nobleza a la figura. La maravilla de los colores jugando con la variedad de las formas que se contempla en un caleidoscopio no puede dejar de reflejar, de manera toda especial, la belleza de la Historia de la espiritualidad regida por el propio Dios.

Movidos por la gracia divina, hombres y mujeres, ricos y pobres, nobles y plebeyos, jóvenes y ancianos dieron su contribución particular en esa historia del relacionamiento de Dios con los hombres.

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Pertenecientes a diversas familias de almas, con los «colores» propios de su orden religiosa, esas personas forman, entretanto, en el trascurso de sus vidas de santidad, «figuras» singulares y especiales.

Vemos ya al inicio de la Iglesia surgir, de dentro del colegio Apostólico, un alma fogosa y contrita como la de San Pedro, al lado de otra, contemplativa y altamente teológica, como la del discípulo amado.

O entonces, podríamos admirar, en el trascurso IV del cuarto siglo, la intrepidez y la audacia de un San Atanasio combatiendo, todavía como diácono, la herejía arriana, apoyado por el venerable anacoreta, San Antonio que llevaba una vida austera embebida de altas gracias místicas.

No pasaría inadvertida a nuestros ojos la figura de un ex maniqueo que la Bondad Divina transformó en una de las mayores luminarias de la Iglesia: Agustín, obispo de Hipona.

¿Cómo olvidar las figuras tan luminosas, y tan distintas entre sí, de los diversos fundadores, que penetraron el alma de sus discípulos y sus obras con carismas y «colores» peculiares? En el Subíaco, vemos al monje Benito de Nursia, primando por el trabajo y por la contemplación, «ora et labora» era su divisa, y dando origen a una familia de almas de la cual saldría todo el esplendor de la Edad Media.

Siglos después, en Toulouse, un santo predicador, contra la herejía cátara, funda la orden de los predicadores, punta de lanza de las argumentaciones y del pensamiento doctrinario de la Santa Iglesia. Contemporáneo a él, el «poverello» de Asís reúne a los amantes de la pobreza, y, por el ejemplo, arrastra reyes y nobles a la vía de la austeridad y penitencia.

No sería demasiado recordar a la grande Teresa de Ávila, que aconsejando a sus hijas a ser ‘varones’, reforma el Carmelo y le da la verdadera figura. O, el noble heredero de la casa de Loyola que renuncia a sus títulos para seguir una vida religiosa militante, reclutando las mejores vocaciones y formando la Compañía de Jesús para la mayor gloria de Dios.

Todas esas maravillas y otras incontables, promovió Dios a lo largo de la Historia como fruto de la preciosísima Sangre de Su Hijo. La plenitud de los efectos de esa Sangre, sin embargo, no se ha hecho sentir todavía en la Historia. ¿Qué maravillas no aparecerán, qué nuevas figuras no surgirán en el «caleidoscopio divino» cuando el Divino Artífice haga sentir en las almas y en la Historia la plenitud del relacionamiento con él, fruto del efecto total del sacrificio de Cristo?

‘Qui vivra,verra’: El que viva lo verá.

Por la Hna. Maria Teresa Ribeiro Matos, EP

 

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