Redacción (Jueves, 06-03-2014, Gaudium Press)
Humildad e intrepidez
El nuevo fraile no tardó en transformarse en un modelo de observancia religiosa, al punto de ser disputada su presencia en los diversos conventos de la Orden. Ejercía sin pretensiones y con simplicidad las más variadas funciones, tales como cocinero, jardinero, portero o limosnero. Sin embargo, al buscar humillarse delante de los hombres, crecía en estatura espiritual delante de Dios. De trato afable y bondadoso con los demás, el hermano Pascual era duro e intransigente consigo mismo. Se consideraba un gran pecador, motivo por el cual se sacrificaba continuamente, privándose del pan para darlo a los pobres, durmiendo sobre la tierra desnuda y flagelándose con frecuencia.
Así testimonió a su respecto uno de sus contemporáneos: «Nunca pensaba en satisfacer el menor capricho. Siempre ponía empeño en mortificarse a sí mismo. Vi brillar en él la humildad, la obediencia, la mortificación, la castidad, la piedad, la dulzura, la modestia y, en suma, todas las virtudes: y no puedo decir con certeza cuál de ellas sobrepujaba las otras». 3
Nutría tiernísima devoción a María Santísima, a quien dedicaba todos sus trabajos. Cierta vez, juzgándose solo mientras montaba la mesa en el refectorio, cayó de rodillas delante de la imagen de Nuestra Señora; después, tomado de sobrenatural transporte de alegría, ejecutó una graciosa danza para aquella Madre que con tantas consolaciones lo agraciaba. Tal episodio fue visto por otro fraile, el cual más tarde lo relató, agregando que la recordación del rostro radiante de júbilo del hermano Pascual lo estimuló durante mucho tiempo en la práctica de la virtud.
En 1576 los superiores lo enviaron a París, como portador de un importante documento destinado al padre Christophe de Cheffontaines, Superior General de la Orden.
Por aquella época, Francia ardía en las guerras de religión y atravesar las ciudades vistiendo el austero burel de San Francisco constituía un auténtico peligro. Con todo, el intrépido hermano Pascual se lanzó a la aventura lleno de confianza en la Providencia, alegre por exponer la propia vida por la obediencia. En algunos lugares fue apedreado por los hugonotes, al punto de guardar una herida en el hombro hasta el fin de la vida.
Volviendo a su convento, dio respuestas lacónicas a las preguntas hechas por sus confrailes respecto a los riesgos por él enfrentados, omitiendo todos los detalles que pudiesen redundar en elogios a su persona.
A lo largo de sus múltiples caminatas por las villas y aldeas de la región, pidiendo limosnas para el convento, su palabra tenía para todos el valor de una predicación, y los milagros que realizaba más contribuían a granjearle la admiración y la estima del pueblo. Innúmeras veces obtuvo la cura de enfermos haciéndoles una simple señal de la cruz. En cierta ocasión, le mandó el Padre Superior curar un fraile que estaba gravemente atacado por una hemorragia. Aunque esta orden contundiese su humildad, nuestro santo se vio obligado a obedecer: trazó una cruz sobre su compañero y luego la sangre paró de correr.
Singular devoción Eucarística
Entretanto, lo que distinguió a nuestro Santo con un brillo todo especial fue su devoción al Santísimo Sacramento. En todo momento que sus deberes lo permitían, allá estaba el humilde hermano a los pies del sagrario, a veces rezando con los brazos en cruz, a veces abismado en profunda adoración, a veces también acolitando con fervor la Misa privada de algún sacerdote del monasterio. Era junto a Jesús Eucarístico que su alma se expandía y dibujaba nuevas fuerzas para enfrentar los combates de la vida. Allí el Divino Maestro le revelaba los misterios del Reino, escondidos a los sabios y doctores. Sin haber hecho cualquier estudio, el humilde converso franciscano entendía de teología más que muchos maestros, porque el ardor de su corazón le explicaba lo que no aprendiera por el raciocinio.
Esto se patentó cierta vez, cuando, estando en Francia, fue interpelado por algunos herejes acerca de la Presencia Real de Nuestro Señor Jesucristo en el Santísimo Sacramento. Enfrentó con tanta sabiduría los sofismas de los enemigos de la Religión y les dio una tan perfecta explicación acerca de la doctrina eucarística, que ellos se sintieron acorralados y sin respuesta. Quedaron boquiabiertos también los que acompañaban a Fray Pascual, pues sabían cómo él no era hombre versado en letras, mucho menos en las sacras enseñanzas.
Hasta incluso durante los más cotidianos trabajos, su corazón estaba puesto en el tabernáculo. Por ejemplo, cultivando la tierra o cocinando verduras, rezaba recordándose de su Comunión matutina: «¿Oh Luz sin mancha, que delicias podéis encontrar en un hombre tan pequeño como yo? ¿Por qué quisiste entrar en mi pecho y hacer de él un templo de vuestra majestad?». 4 Su alma estaba todo el tiempo puesta en adoración a Dios hecho Hostia.
Atención entera a la voz del Pastor
San Pascual murió en 1592, a los 52 años de edad, en el monasterio de Villarreal, después de una prolongada enfermedad que lo hiciera sufrir durante cinco años, dándole la oportunidad de edificar con su paciencia todos cuantos lo rodeaban.
Poco antes de fallecer, preguntó al hermano enfermero: «¿Ya tocaron la campana para la Misa conventual?». 5 Al recibir la respuesta afirmativa, su rostro se iluminó con una sonrisa de júbilo, pues sabía de antemano la hora de su partida. En el instante de la elevación, cuando la campanilla anunciaba la Presencia Real de Jesús sobre el altar, el humilde hermano exhaló su último suspiro y su alma voló para unirse definitivamente a Aquel mismo Jesús a quien tanto buscara a lo largo de toda su existencia.
Estaba ya tan difundida su fama de santidad, que fue imposible hacer el funeral antes de tres días, debido a la afluencia de gente que acudió al convento para darle la despedida. En la Misa de exequias, para asombro de toda la asistencia, sus ojos se abrieron por dos veces, una en la elevación de la Sagrada Hostia, otra en la del cáliz, para reverenciar por última vez, en esta Tierra, la Santísima Eucaristía.
Como manso cordero del rebaño de Cristo, San Pascual Bailón supo estar con su atención entera puesta en la voz del Pastor, que lo instruía en la ciencia divina y en los secretos de la verdadera santidad. En el cumplimiento de la vocación de hermano laico franciscano, su vida transcurrió en la paz del claustro y en la mendicidad, de manera apagada, humilde, pero valiente, en la búsqueda continua y exclusiva de la gloria de Dios. Y le estaba reservada gran gloria y renombre por el mundo entero, al punto de ser canonizado por Inocencio XII menos de un siglo después de su muerte, el 15 de julio de 1691, y proclamado por el Papa León XIII, tan justamente, Patrono Universal de los Congresos y Obras Eucarísticas, el 28 de noviembre de 1897.
Por la Hna. Clara Isabel Morazzani Arráiz, EP
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3 ARRATÍBEL, SSS, Juan. San Pascual Bailón. In: ECHEVERRÍA, Lamberto de;
LLORCA, Bernardino; REPETTO BETES, José Luis (Org.). Año Cristiano.
Madrid: BAC, 2004, v.V, p.365.
4 Idem, p.367.
5 Idem, p.368.
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